domingo, 3 de octubre de 2021

JOSÉ PASCUAL BUXÓ

 

 


 

Pongo los ojos en aquel recinto…

 

 

Pongo los ojos en aquel recinto
Y veo levantarse las altas sombras de los que vivieron.
Los miro caminar pausadamente,
midiendo paso a paso peligros y distancias,
tocando con la pulpa del dedo encallecido
la dorada madera o el frío azul del vidrio abandonado.

No hablan, circulan a mi lado
como altos nubarrones sobre el campo vacío.
Gira su boca lentamente,
chispea algún momento su lengua todavía luciente y (encarnada.

Ya ves, solo es posible mirar,
Abrir un poco la ventana ciega sobre el lodo,
iluminar con el aceite ardiendo
estas sillas que gimen junto a la mesa puesta.
Podríamos encender los viejos troncos,
la calcinada frente donde calla el pasado:
aquí tostamos pan, asamos las agudas sardinas
y alguna noche cuando tú llegabas
la soledad y el vino se juntaron debajo de las lenguas (rencorosas.

¿Pero qué troncos arderán ahora?
¿Qué labios morderán la madurez del tiempo
Y tu mano sin peso y sin calor,
tu guante desatado, qué huella marcará
sobre el polvo marchito?

Yo procuro mirar, no dudes que lo intento;
dejo correr sus manos por mi cara,
sus delicados tallos, su ternura desierta,
y aun procuro entender
si aquello que se rasga por sus bocas
es algo más que piedras y silencio.
Imagino tu lecho

Imagino tu lecho. Años atrás estuve allí mirando,
recorriendo la crispada blancura de haldas y biombos,
adivinando apenas la sorda podredumbre, la ocultada (ignominia de la muerte.

Imagino esa tierna ventana donde la luz detiene algún (consuelo,
las pobres ramas meneadas, los altos remos aspeando el (vacío.
Imagino tu lecho, la nave desatada en la noche del mar,
la boca azul abierta por los lados.
Imagino tus ojos palpitando en la blanca corteza del mar y (los biombos.

Estuve allí otro tiempo. Moría entonces
un hombre apenas visto, una montaña de luz y de (recuerdos.
Mirábamos su viejo corazón despavorido
hinchándose en la lona, azotado de sal y de desgracias,
sus delicados párpados de cera apenas un momento (enrojecidos.

¿Quién pudo verte a ti? ¡Quién vio ese lecho del (desamparo,
los mármoles azules de tu frente brillar y amoratarse,
las encendidas hieles de la muerte, el asco gris de tus (entrañas solas?

Ya no eras tú, no fuiste tú quien iba amarrado a ese leño,
no era tuyo ese cuerpo, no eran ya tus dos manos
las que hacían bramar las sábanas del frío,
no era tu boca con la cal ardida esos antiguos labios de (ternura y estruendo.

No eras tú, no eras tú, no era tuyo
ese cuerpo podrido por la sombra, ese cuerpo desnudo (abandonado,
ese seco silbido cabeceante en la noche,
ese fuego achicado con salivas y llanto,
ese cuerpo aventado por el mar a no sé qué desierta y sucia (playa.

 

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