viernes, 4 de abril de 2014

ENQUILLO SÁNCHEZ


 
Licencia sin sueldo



Azul que lima el azul,
el mar se cambia de ropas,
eleva su mástil, su velamen,
inicia una flor en la solapa,
desliza una canción,
se marcha de paseo,
listos el bastón, la leontina,
la rosa en el ramo y la tarjeta.
Encontró en su baúl más hondo
—solemnes las anclas,
verdes las arenas—
en baile nuevo.
Se lleva los arrecifes,
se lleva los perros que acostumbran
acompañarlo cuando el alba,
se lleva el coral y los recuerdos.
Parte en un corcel de sal y caracoles.
Tardará mucho en regresar.
Prefiere su viejo aire
de caballero decoroso.
No concilia con la voracidad
y la estulticia de los hombres.
Ahora el mar toma su asueto,
olvida el hambre,
ignora apetencias y premuras.
Va a descansar.
El mar ceremonioso
se inclina
—es su más reciente
galanteo—
ante una isla extraviada
en el océano,
y le besa las manos y la frente,
y se la lleva a bailar a las verbenas.



FABIO FIALLO


 

 
 

En el atrio

 

         Deslumbradora de hermosura y gracia,
en el atrio del templo apareció,
y todos a su paso se inclinaron,
menos yo.
 

         Como enjambre de alegres mariposas,
volaron los elogios en redor:
un homenaje le rindieron todos,
menos yo.
 

         Y tranquilo después, indiferente,
a su morada cada cual volvió,
e indiferentes viven y tranquilos
¡ay! todos, menos yo.


 

SOLEDAD ÁLVAREZ


 

Declaración

  

Juro vivir mi vida
sin treguas
armada hasta la muerte
sin aflicciones ni miserias
con mis culpas y derrotas bien lavaditas
y aireadas   vivir
sin torturadores o con ellos
pero sin pie para la traición
sin santos ni sobornos
sin traidores o con ellos
pero sin pie para la traición
vivir   amor
aunque me rompa el alma
pasajera de desastres
ventrilocua de lo indecible
contrabandista de valijas rotas
de amores y contramores
aunque me toque la muerte
aunque me claven las uñas
vivir con lentitud o con demencia
con la luz o sus negruras
ahora y después
hasta ganar la batalla.





 

MANUEL DEL CABRAL

 



 

Hombre que hablas inglés,
tu sonrisa
viene cuando hace ratos que han llegado
tus pies.
 

Hombre que estás callado no callando,
dímelo, tú, no hablando:
¿Con qué metal acuñas
este brillo que hoy juega en tu sonrisa:
la que nos llega tarde, más tarde que tus uñas?
 

Pero aún en la espuma de tu sonrisa hay olas,
hay un pez educado que a su hora es cuchilla.
La geografía misma no quiere ser sencilla,
y parece que a ratos hasta piensa tu roca:
¡no ves que ante el Caribe, como si nos buscara,
la Florida es un diente que le crece a tu boca!
 

Pero no, que no es
el cocotero simple que gotea su coco
lo más duro que ves:
si la isla que tiembla en este poco
de sudor de pupila, se le rueda a los negros,
con esa gota lavan algo más que la piel...
 

Esto el aire lo sabe, mientras tanto
el ron escribe equis con tus pies de turista,
y la isla, la isla, me la pisa tu vista.
 

Se ve que por aquí,
tú vienes blanco, pero tus negocios...
como la piel de Haití.
 

Mas ya pisando el blanco silencio del mulato,
con sus ruidos redondos ... tu barato
volumen anatómico pasa fragante a pipa,
y así, sobando perlas para cuidar tus tripas,
llegas oliendo a superficie cuando,
el hombre es por aquí
duro por fuera, mas por dentro, blando:
es como el coco que lo parten y...
para aquel que lo pica,
le da blancas entrañas, como cuando sufriendo
se parte en dos la cara, riendo la Martinica.
 

Sí, esto también lo sé, sí,
cubriendo el horizonte sólo veo
tu corpulento instinto de civil jabalí.
Y también todavía mi casa es grande, pero...
siento ahora que pesan, más que ayer, tus zapatos.
A fuerza de tu sombra, se hace el sol más mulato,
Del tamaño del mapa se te ponen los pies.
Es que de pronto suelta tu sonoro amarillo
un huracán que viene del bolsillo,
huracán que a la vez
juega con las Antillas,
y como la sotana cuando pasa,
pone de rodillas
los de casa...
 

Ya ves,
hombre que hablas inglés.
 

Tu sonrisa
viene cuando hace ratos que han llegado tus manos
y tus pies...

 

 

 

FEDERICO BERMÚDEZ Y ORTEGA




Del lavadero



Es el patio angosto de la cuartearía;
es el corto espacio donde en formación
las mujeres lavan todo el santo día,
bajo la techumbre de una galería
que ni al agua escapa ni a la luz del sol.
 
Es la fiebre intensa del austero agosto;
el sol va a fundirse, trepando al cenit;
el jabón fermenta dentro el seno angosto
del balay añejo, cual lo hiciera el mosto
dentro de la cuba do sangró la vid.


¡Jóvenes mujeres, del deber esclavas,
cumplen afanosas con su gran deber,
y a pesar dcl astro que vomita lavas,
todas encorvadas, sumisas y bravas,
sudan, lavan, sudan, ¡qué vamos a hacer!


¡Es la ingente lucha por el cotidiano
blanco pan de trigo para el pobre hogar!
Goce de la blanda siesta el soberano
mientras ellas sudan bajo el meridiano
por la gran conquista del mísero pan! 


Vestidas de andrajos, como pordioseras,
con trajes añejos que probando están
con las numerosas trizas volanderas,
flameantes al aire (como las banderas
cuando jironadas) que no pueden más;


Son las elegidas, las desheredadas;
¿qué otra cosa esperan del querer de Dios?
Por la noche rezan todo resignadas,
y si el gallo canta por las madrugadas
¡miran, las conformes, todas encorvadas,
que hace ya un momento fermentó el jabón!
 

Y el bregar comienza con los resplandores
del fulgor primero del orto del sol;
y haya malos días y haya días peores,
que por sobre penas, fiebres y dolores,
¡el pan no se ablanda si falta el sudor! 


Y en el corto espacio de la cuartearía,
ni una sola frase de inconformidad:
risas y palabras llenas de alegría,
desde que con ellas se despierta el día,
hasta los comienzos de la oscuridad.


Rostros satisfechos, boca sonreída,
frentes inclinadas, ceño natural:
¡cuánta mansedumbre bajo tanta herida!
chistes, cantos, risas, himnos a la vida,
bajo tanta pena, bajo tanto mal.


Sus manos expertas, cuánta pieza fina
para las señoras lavan sin cesar;
enaguas de seda, rica muselina;
¡género elegante que llegó de China,
cuyo importe alcanza para un mes de pan!


Rica vestimenta de la gran señora
que derrocha perlas en superfluo ajuar,
que en el rico alcázar la virtud ignora;
y la mano esquiva de la lavadora
que el honor no ostenta sobre el anular.


Cuándo podrán ellas, las desheredadas,
adornar sus cuerpos con un lujo tal;
ellas que sumisas, todas encorvadas
cantan con el gallo por las madrugadas
y a sudar comienzan al primer cantar.


Tanta vida noble, tal virtud austera,
tanto buen ejemplo de resignación,
¿no tendrá su pago? Quiera que no quiera
que lo tenga, el cielo, cada lavandera ruega
sólo al cielo que haya un bravo Sol;


que al señor agrade su trabajo amigo,
que a la ropa blanca no haya que pedir;
lo demás, no importa....; ¡que haya pan y abrigo,
que no falte lumbre, que no falte trigo;
¡lumbre, para el rancho; pan, al chiquitín!... 

 

FRANKLIN MIESES BURGOS


 

Canción de los ojos que se fueron
 


Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.


Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;
el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.
 

Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.
 

Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;
allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;
quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;
allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;
allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.