"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 2 de octubre de 2022
CHARLES PÉGUY
Dichosos
los que han muerto…
Dichosos
los que han muerto por la tierra carnal,
con tal que ello haya sido en una justa guerra.
Dichosos los que han muerto por su trozo de tierra,
dichosos los que han muerto de una muerte triunfal.
Dichoso los que han muerto en batallas campales,
tendidos en la tierra, de cara contra el cielo.
Dichosos los que han muerto en un excelso anhelo
entre toda la pompa de grandes funerales.
Dichosos los que han muerto por ciudades carnales,
pues ellas son el cuerpo de la ciudad de Dios.
Dichosos los que han muerto por su hogar
y por los pobres honores de las causas paternales,
pues ellas son la imagen y son el primer lazo,
y ensayo y cuerpo de la divina mansión.
Dichosos los que han muerto en ese estrecho abrazo,
ese abrazo de honor y humana confesión,
pues esta confesión de honor es la inicial
y el ensayo primero de eterna confesión.
Dichosos los que han muerto en esta destrucción,
cumpliendo de ese modo su voto terrenal,
pues este voto de la tierra es la inicial
y el ensayo primero de una fidelidad.
Dichosos los que han muerto en forma tan triunfal
y con anta obediencia y con tanta humildad.
Dichosos los que han muerto, pues fueron reintegrados
a la primera arcilla y a la primera tierra.
Dichosos los que han muerto en una justa guerra,
dichosas las espigas y los trigos segados.
BENJAMIN PÉRET
A un
viraje en S
La
muchacha sentada
sobre las grandes nevadas de no sé qué
descubre la más sencilla audacia
y se envuelve con una capa de pies
ligera como un sombrero de verano
Un carillón holandés en lugar de su sexo
capta los últimos rumores de la ciudad
Si muriera
los primeros pudores del pastor
caerían en el estanque
que se ensuciaría
y el cortejo de sordos y lisiados
corroería los últimos elementos.
Versión
de Cesar Moro
DIEGO DONCEL
Donde
termina Europa
Estamos
solos a la orilla de estas aguas donde termina
Europa.
Estamos
tú y yo con los restos de nuestro amor
preguntándonos qué hemos hecho
de nuestras vidas para llegar aquí.
Desde
hace horas esperamos en este muelle desierto,
en esta plataforma metálica que flota sobre el mar.
A
veces vemos arribar barcos vacíos
que vuelven a partir sin nadie, a veces oímos las sirenas
de los barcos que ya no llegarán nunca.
Los
paneles electrónicos informan de rutas apócrifas,
de rutas perdidas en los horizontes oscuros.
Miramos
a lo lejos. Nos manchamos las manos
con el óxido del abandono, los abrigos
con la basura de la última luz.
Hemos
llegado a este puerto con el corazón
cargado de desprecio, odiando nuestra vida,
con las sombras de lo que fuimos alguna vez.
Al
fondo de tu bolso, los pasajes se van llenando de
moho y de frío.
Queremos
dejar atrás este país para buscarnos más allá,
para no ser sepultados por sus mentiras.
Huimos
de nosotros mismos, de este modo de
civilización
para no ser ahogados por el malestar.
En
las ventanillas no hay nadie, solo el destello
de los ordenadores, la tinta azul de los azulejos
que se desvanece en el aire marítimo.
Te
sientas junto a mí buscando mi calor,
después de tanto daño, después de tanta pérdida
clavas tus ojos grises en los míos y respiras.
Nuestros
documentos solo muestran las fotos de dos
desconocidos.
Nunca
podremos huir, me dices, nunca nos dejarán en paz.
Han
colgado en la vida el cartel de rebajas,
han hecho que nuestra intimidad sea solo una
superstición,
una estrategia de mercado.
En
el crepúsculo la bruma es llevada de aquí
para allá por las grúas del puerto.
En
el aparcamiento, un perro ladra pidiendo
que le arroje la carne de mi tristeza.
En
la playa vemos cómo las algas sepultan las huellas del
verano.
Vámonos
de aquí, me dices,
abandonemos deprisa todo esto,
dejemos incluso nuestras maletas
perdidas en la soledad de este embarcadero.
Somos
dos fantasmas que no saben dónde están las cosas
que quisieron cambiar, que les avergüenza la palabra
revolución.
Fuimos
engañados por lo verdadero, nos perdimos en lo
falso.
Algo se ha roto desde hace mucho tiempo en nuestro
interior.
Te
levantas, con rabia arrojas nuestra ropa al mar,
nuestra vida a las aguas negras.
Vemos
flotar nuestros sueños en el oleaje,
vemos flotar el tiempo en el que nos quisimos
y en el que nos destruimos, el tiempo en el que nos
deseamos
y en el que nos traicionamos.
La
plancha oscura de la bahía tiene nuestras grietas,
el duro aprendizaje de vivir, el duro aprendizaje de envejecer
y de amar. Vemos hundirse nuestros secretos, todo aquello
que callamos, las vidas llevadas al margen
que seguimos ignorando porque son inconfesables.
Guardamos
silencio.
El
temblor de tus manos, el temblor de tu boca
y de tus ojos me hablan de la ternura y de la fragilidad.
Cojo
los pasajes y los arrojo al viento.
No
tenemos nada, no somos nada.
Los operarios nos encuentran al amanecer, llorando.
De:
“La fragilidad”
CHŪYA NAKAHARA
Una
noche fría
Una
noche fría
mi
corazón se entristece
sin
estar siquiera triste…
ajado
y amoratado.
Al
otro lado de la puerta fornida,
los
viejos días despreocupados;
en
lo alto de la colina,
los
frutos del algodón abiertos.
Fumea
aquí la lumbre;
su
humo se eleva como consciente de sí mismo.
Sin
llamada alguna,
sin
deseo cualquiera,
mi
corazón fumea…
De:
“Abrazado a las estrellas”
CECILIA ORTIZ
Rituales
Esconder
el lápiz
Ver las manos sacando
hilo del aire para la costura
Fumar desesperadamente
Apresurarse antes
de terminar la fiesta
Guardar el cuaderno
y todo rastro
Despejarse y olvidar
LUIS GERARDO MÁRMOL
Ancestros
Corno
o tempestad, los verdeoros del ocaso
¿puedo recordarlos por haberlos visto aquí?
Bosques y cielo, Schumann, Giorgione,
¿ésas que miro son las luces de un templo?
También el frío se adivina.
Me abrigo como ahora, feliz tristemente,
llaves de plata, de oro que se torna rubí,
y como en los anocheceres de Domingo,
con la cabeza en el hogar al olvido entregada, adolorida,
prefiero aún portar oriflamas, en procesión,
a ser el hombre que suelta amarras, en la noche, y se embarca.
