"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 11 de abril de 2016
ALFONSO REYES
El Dios
dormido
Al arrullo
de sus brazos,
dormido de Amor reía.
Ella, de verlo tan niño,
muy inocente lo hacía.
Yo, contemplando a los dos,
desazonado decía:
“Aguerrido es el chicuelo,
duro de llevar, amiga.
Las cautelas que aquí pienso
razón es que te las diga.
(Cuida no nos oiga Amor,
que en sueños oír podría:
si escuchara lo que hablamos,
¡sabe Amor lo que sería!
Canta en voz baja, señora,
que abrir los ojos podría,
y si abre el Amor los ojos
se nos oscurece el día.)
“Bien nos estamos, señora,
ni yo tuyo, ni tú mía.
Mira que son los instantes
cicatrices de la vida,
y se gana, hablando gustos,
sólo granjear fatigas.
(Cuida no nos oiga amor,
que en sueños oír podría.)
No hagamos dolor de siempre
el regocijo de un día.
¡Si abriera el Amor los ojos,
sabe amor lo que sería!
“Yo, al ritmo de tu puerta,
por las noches lloraría,
y la gente que pasara
de fijo que se reía.
Lo que hoy me das en confianza
recelo se tornaría.
Hoy puedo besar tu mano,
entonces la esquivarías.
Hoy me miras a los ojos,
entonces los bajarías.
El tierno niño que arrullas
verdugo se trocaría;
y luego de tanto daño,
como es tan travieso, iría
a echar los dados con otros
niños de su compañía…
(Cuida no nos oiga Amor,
que en sueños oír podría.)”
Y, con el fardo en los brazos,
ella, a par que lo mecía,
entre dormida y despierta
escuchaba y sonreía,
escuchaba y sonreía.
dormido de Amor reía.
Ella, de verlo tan niño,
muy inocente lo hacía.
Yo, contemplando a los dos,
desazonado decía:
“Aguerrido es el chicuelo,
duro de llevar, amiga.
Las cautelas que aquí pienso
razón es que te las diga.
(Cuida no nos oiga Amor,
que en sueños oír podría:
si escuchara lo que hablamos,
¡sabe Amor lo que sería!
Canta en voz baja, señora,
que abrir los ojos podría,
y si abre el Amor los ojos
se nos oscurece el día.)
“Bien nos estamos, señora,
ni yo tuyo, ni tú mía.
Mira que son los instantes
cicatrices de la vida,
y se gana, hablando gustos,
sólo granjear fatigas.
(Cuida no nos oiga amor,
que en sueños oír podría.)
No hagamos dolor de siempre
el regocijo de un día.
¡Si abriera el Amor los ojos,
sabe amor lo que sería!
“Yo, al ritmo de tu puerta,
por las noches lloraría,
y la gente que pasara
de fijo que se reía.
Lo que hoy me das en confianza
recelo se tornaría.
Hoy puedo besar tu mano,
entonces la esquivarías.
Hoy me miras a los ojos,
entonces los bajarías.
El tierno niño que arrullas
verdugo se trocaría;
y luego de tanto daño,
como es tan travieso, iría
a echar los dados con otros
niños de su compañía…
(Cuida no nos oiga Amor,
que en sueños oír podría.)”
Y, con el fardo en los brazos,
ella, a par que lo mecía,
entre dormida y despierta
escuchaba y sonreía,
escuchaba y sonreía.
("EL DIOS DORMIDO", Constancia
Poética OC X.)
HÉCTOR DE PAZ
(Toda
caricia)
Toda
caricia
es ofrenda
palpitante
a la piedra inerte
del
vacío.
es ofrenda
palpitante
a la piedra inerte
del
vacío.
De: Ahogada lumbre la sangre (2006)
CONCHA MÉNDEZ
Quisiera
tener varias sonrisas de recambio
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme...
Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil maniobra, la caricia del daño.
Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final... el lavarse tan tranquilos las manos.
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme...
Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil maniobra, la caricia del daño.
Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final... el lavarse tan tranquilos las manos.
JOSÉ MARTÍ
Envilece,
devora...
Envilece,
devora, enferma, embriaga
La
vida de ciudad: se come el ruido,
Como
un corcel la yerba, la poesía.
Estréchense
en las casas la apretada
Gente,
como un cadáver en su nicho:
Y con
penoso paso por las calles
Pardas,
se arrastran hombres y mujeres
Tal
como sobre el fango los insectos,
Secos,
airados, pálidos, canijos.
Cuando
los ojos, del astral palacio
De su
interior, a la ciudad convierte
El
alma heroica, no en batallas grandes
Piense,
ni en templos cóncavos, ni en lides
De la
palabra centelleante: piensa
En
abrazar, como un haz, los pobres
Y
adonde el aire es puro, y el sol claro!
Y el
corazón no es vil, volar con ellos.
ROSALÍA DE CASTRO
Los unos altísimos...
Los unos altísimos,
los otros menores,
con su eterno verdor y frescura,
que inspira a las almas
agrestes canciones,
mientras gime al chocar con las aguas
la brisa marina de aromas salobres,
van en ondas subiendo hacia el cielo
los pinos del monte.
De la altura la bruma desciende
y envuelve las copas
perfumadas, sonoras y altivas
de aquellos gigantes
que el Castro coronan;
brilla en tanto a sus pies el arroyo
que alumbra risueña
la luz de la aurora,
y los cuervos sacuden sus alas,
lanzando graznidos
y huyendo la sombra.
El viajero, rendido y cansado,
que ve del camino la línea escabrosa
que aún le resta que andar, anhelara,
deteniéndose al pie de la loma,
de repente quedar convertido
en pájaro o fuente,
en árbol o en roca.
Los unos altísimos,
los otros menores,
con su eterno verdor y frescura,
que inspira a las almas
agrestes canciones,
mientras gime al chocar con las aguas
la brisa marina de aromas salobres,
van en ondas subiendo hacia el cielo
los pinos del monte.
De la altura la bruma desciende
y envuelve las copas
perfumadas, sonoras y altivas
de aquellos gigantes
que el Castro coronan;
brilla en tanto a sus pies el arroyo
que alumbra risueña
la luz de la aurora,
y los cuervos sacuden sus alas,
lanzando graznidos
y huyendo la sombra.
El viajero, rendido y cansado,
que ve del camino la línea escabrosa
que aún le resta que andar, anhelara,
deteniéndose al pie de la loma,
de repente quedar convertido
en pájaro o fuente,
en árbol o en roca.
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