jueves, 19 de septiembre de 2013

RAMÓN LÓPEZ VELARDE




Una viajera



En mi ostracismo acerbo me alegré esta mañana
con el encuentro súbito de una hermosa paisana
que tiene un largo nombre de remota novela:
la hija del enjuto médico del lugar.

Antaño íbamos juntos de la casa a la escuela;
las tardes de los sábados, en infantil asueto,
por las calles del pueblo solíamos vagar,
y jugando aprendimos los dos el alfabeto.

Me saludó, y en medio de graciosos cumplidos,
su armonioso lenguaje me hizo reconocer
en ella a la cuentista de las horas de ayer
en la Plaza de Armas de musicales nidos.

¡Pobre amiga de entonces, pobre flor provinciana
que en metrópolis andas en ruidoso paseo;
pobre flor casadera, rosa que eres hermana
de las que se desmayan en humilde cacharro
esperando que vuelvas del viaje de recreo!

Para que no se manche tu ropa con el barro
de ciudades impuras, a tu pueblo regresa;
y sólo pido, en nombre de mi tristeza extática
que oyó con voz ingenua, que en la nocturna
plática hagas de mí un recuerdo jovial de sobremesa.




AMADO NERVO




Madrigal


Por tus ojos verdes yo me perdería,
sirena de aquellas que Ulises, sagaz,
amaba y temía.
Por tus ojos verdes yo me perdería.

Por tus ojos verdes en lo que, fugaz,
brillar suele, a veces, la melancolía;
por tus ojos verdes tan llenos de paz,
misteriosos como la esperanza mía;
por tus ojos verdes, conjuro eficaz,
yo me salvaría.


SILVIA CARBONELL




No me apagues el cielo



Hoy vuelo, ya no puedo caminar, ya no quiero.
Y tanto vuelo incierto solo tiene un deseo.
Que tus manos sigan apretando las mías.
Que tu cielo, siga abierto.

Que no me cierren las puertas tus ojos,
porque cuando tus pestañas se cierran, tengo miedo.
Tengo miedo del eco.
Del que queda cuando tu voz permanece en silencio.

Que no me cierren las ventanas tus ojos,
aún quiero seguir disfrutando del color de tus cielos.
Porque cuando te miro, ya no miro tus ojos,
solo el sube y baja del rugir de tu pecho.

Me distrae la preocupación y me atrapa este miedo.

Y no quiero que me abrace el silencio,
porque entonces todas las lágrimas me caen de golpe
y en seco.
No quiero, no quiero ser voz que se quiebra
cuando tú estás durmiendo.

Por eso, no me cierres el cielo,
que sin tus ojos buscando los míos yo toco el infierno.
Y no quiero, morder el polvo de cada aguja que se clava en mi pecho
No puedo, porque esta sonrisa cansada es la que esperan tus ojos abiertos.

Te quiero, por favor, no me apagues el cielo.



MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA




Por la ventana



Prostituir al amor.... Llegar artero,
de noche, entre las sombras, recatado
esquivando los pasos y, mañero,
la faz hundida y el embozo alzado.

Tender la escala con la vista alerta,
trepar por la pared que se desgrana,
y adonde todos entran por la puerta,
entrar como ladrón, por la ventana.

Apagada la luz, hablando quedo,
temerosos, convulsos, vergonzantes:
sintiendo juntos el amor y el miedo
contar con avaricia los instantes.

Querer que calle hasta el reloj pausado
que cuelga en la pared, alto y sombrío;
ser joven, ser amante, ser amado
y estando juntos ¡tiritar de frío!

Sentir el hielo que en las venas cunde
cuando los nervios crispa el sobresalto;
y maldecir a luna si difunde
su delatora luz sobre lo alto.

Buscar lo más obscuro  de la alcoba
y ver, con vago miedo, las junturas
por donde entra la luz, como quien roba,
cobarde, vil, con antifaz y a obscuras. 

Y temblar de pavor si ladra el perro
y si las ondas de la fuente gimen,
de lo que es aire, sol, hacer encierro,
de lo que es derecho, hacer un crimen.

Besar con miedo, sin rumor, aprisa,
ir siempre de puntillas por la alfombra
y si al cristal hizo crujir la brisa,
temblar pensando que una voz nos nombra. 

Cuando canta la alondra, retirarse
atravesando la desierta sala,
y suspenso en el aire, deslizarse,
como vil bandolero por la escala.

Haber envenenado una existencia,
convertido en dolores el contento,
y huésped sepulcral de la conciencia,
albergar un tenaz remordimiento.

Ver  encenderse su mejilla roja
temiendo acaso que el pavor la venza,
y al hablarle mirar que se sonroja
y que baja los ojos de vergüenza,
ese no es el amor: amor robado,
que se viste de falso monedero;
ese no es el amor que yo he soñado,
y, si ese es el amor, ¡yo no lo quiero!


ELVA MACIAS




Relevo en el sueño
                 A la memoria de Carlos Olmos



En la boca del sueño caen las últimas imágenes.

Hay guirnaldas ceñidas al tronco de un árbol,
una tiene tu nombre,
la tomo y asciendo el caracol de la escalera.

Me detengo en la terraza,
entran tú y tu sueño,
            me relevas,
tomas la guirnalda,
        continúas el ascenso
y yo dejo de soñar.


De “Caravanas en riesgo”


MANUEL DURÁN




La lluvia



Sólo la luz de la tarde,
el brillo celeste que cae,
loco, rendido,
corriendo hacia mí mismo,
la luz que se va de viaje, que salta
de la orilla de una nube
a la orilla blanca de la calle
con la tristeza inconsciente
de un árbol de luz que se deshoja.


De “Ciudad Asediada”