viernes, 13 de febrero de 2015

DOLORES ETCHECOPAR


 

El resplandor
                                            a la memoria de Andreï Tarkovski

 
 

tú en la madera
quiero que vivas en la madera del violín del desierto
alguien da órdenes a la luna
pero nada resplandece
si me muevo es de noche
si no me muevo es de noche
en el silencio están cavando un túnel para matar
no me calma la sonrisa ni su fijeza
en los dientes cada vez más blancos
de las Azafatas y de los Ministros
ciudades amarillas negras me arrastran
de un cuerpo a otro de un tren a otro
de un hospital a otro
(las enfermeras traban mi corazón
y me recortan en forma de mano que grita)
no puedo reunir mi alma
carteles luminosos titilan crímenes
se está borrando del suelo
el leve tatuaje de la aurora
esta ciudad tiene muros
y hombres muertos en la niñez de los árboles
yo me hechizo con los agujeros del fin del mundo
pero tú en la madera
quiero que vivas en la madera del violín del desierto
qué sonido furioso mientras hablo
expulsa al narrador de la pradera
qué lanas durmientes abren ese cuento
comido por la nieve

hablo con el motín de los perros del silencio
y las rodillas nucleares de la aurora
hundidas en el agua de los secretos
pero tú quiero que vivas
en la clarividencia del furor de las hierbas
dotado de alegría
y de un habla de emergencia para calmar
el fondo de la noche
ahora que escuchas a una mujer
que cruza con sus medias de fuego
el aire cada vez más oscuro
ahora que incubas por última vez
el llanto de todos los hombres
                 

 
De "Notas salvajes"  

 

 

RAFAEL ESPEJO


 

De amiga

 

Quien esconde un amor,
quien va celosamente almacenando
entre algodones la semilla nueva,

se desvela hacia adentro,
se desvela
como brilla la luna al mediodía.

 

De "Nos han dejado solos"

 

 

RENATA DURÁN




Echo raíces en ti...

 

Echo raíces en ti,
vegetalmente hambrienta
de tu tierra húmeda
y negra.

 

AMALIA IGLESIAS



Para siempre


 
 
El viento insiste,
se arrastra por el débil dintel de mi ventana;
rarefacto reptil, anhélito de ausencia
para la incertidumbre clandestina de la hoguera,
el fuego vertebral que nos rotura
y nos abre en el alma una intemperie.

Ahora que lucho con mis párpados
para trazar un credo perdurable,
un sortilegio a solas para mi corazón telúrico afiebrado,
un sortilegio eterno a las tres de este sueño incontenible,
un verso más para tu duda,
un verso más hacia poniente.
Para siempre
Para siempre
extiendo las claves,
cifro y descifro los símbolos a solas,
la palabra que tú me has enseñado.
Abro violetas
columnas
cúpulas
arquitrabes
mi credencial escueta,
el texto apresurado,
enciendo lunas y velas al pie de las estatuas
y esa canción que es mía,
ese sonido que tú me has inculcado.
Y este metal pequeño que beso a cada instante,
este gesto precioso de callada ternura
que avente la ceniza
y siga siendo llama para siempre.



De "Un lugar para el fuego"

 

 

 

ENRIQUE AZCOAGA


 

¡Otra vez Dios!

  

¡Otra vez Dios!... De nuevo la mañana.
De nuevo su pureza conseguida.
De nuevo en mi tarea, la encendida
propuesta de una estrofa soberana.

Florece el corazón. Cunde la sana
canción de lo que nace. Todo olvida.
La luz cae sobre el alma esclarecida
y el alma la acrecienta en su campana.

Naciendo está el amor, ¡oh dulce instante!
Posible es la bondad, Dios es posible...
La muerte y el dolor, mudos despojos.

Hay un silencio nuevo. Una fragante
promesa de ventura preferible...
Sólo recuerdo el valle de tus ojos.

 

 

MANUEL JOSÉ ARCE


 

Séptimo

 

Tus nobles manos buenas.
Tus manos dulces sobre mi veneno.
Qué llamas tibias, compañera,
entre agujas de invierno.
Qué dos brasas serenas.
En ellas el milagro que sólo mi alma y yo sabemos.
El cielo limpio en ellas.
Pósalas, compañera, como dos alas médicas
sobre el turbio hemisferio
de mi cabeza.
Sobre el dolor que tengo
de no ser Dios y sobre mis tormentas,
posa tus manos dulces de silencio,
quietas de amor, grávidas y eternas.
Siembra la fe en mi frente igual que un trigo bueno
con tus manos morenas.
Puerto de paz tus manos en mi pecho.
Como dos puertos son, como dos puertas
luminosas al cielo
que siempre están abiertas.

Soy el marino loco, ebrio de viento.
Vengo del mar oscuro, compañera.
a sal me sabe el sueño.
Traigo las manos viejas.
Soy tu marino amargo que vuelvo de los mares de los muertos
con la proa encendida y encendidas las velas
tras apagar los fuegos de San Telmo.
Vengo a tus manos plenas,
a tu profundo pecho
terrestre y generosa, compañera.
Vengo
al puerto de tus manos que es la tierra
firme en que tengo
hijo y cosecha,
amor, fuego
de hogar, semilla plena,
jubiloso arado, pecho tranquilo y fuerte, raíz, suelo,
agua clara y noble sal para mi mesa.
Y limpio, casto don para mi lecho.

¡Qué llamas tibias, qué brasas serenas,
qué dulces alas de sereno vuelo
tus manos en mi alma, compañera!

Queda mi arboladura en este suelo.
Mi ancla en esta tierra.