lunes, 24 de junio de 2019


ANTONIO ALFECA





Continuo momento



1

Cierta vez oí decir, en algún libro quizá,
que todavía es siempre.
Llenarse de nubes y paisajes que tan fugazmente pasan
es lo que viene, premonición, profecía,
la sombra instante del placer,
la ventana del deslumbrante temor acariciada.

Y tú podrías hacerte enormemente sin compañía
respirando en la cumbre los filones más sutiles del aire;
podrías ser enciclopédicamente sensible,
hablar como sabemos que las piedras hacen,
beber todos los amaneceres desde los orígenes hasta la fecha de hoy
y, por último, convertir un cuásar en peces de colores.

Pero ahora es un cieno que grita y rechina,
los dedos hechos soplo, una herrumbre que fluye
donde entre sí conversan los destinos
para infligir la vida:
ahora es un no eternamente.


2

Un segundo es la razón de todas las madejas, de todos los telares,
la razón de entrar el furtivo fruto en su sazón,
la razón de tomarlo, de ciegamente morderlo,
de acariciar su pulpa su propio escondido ser, tan inútilmente verdadero,
justamente allí, en ese mismo segundo que le niega.

En ese segundo la anciana gira en su rueca, se columpia en la lanzadera,
se disuelve en la tierra, esa tierra que se retuerce y contorsiona
como un ave de perfil eternizado, como un llanto que irremisiblemente acaba,
como un llanto muy parecido al recuerdo, recuerdo de otros llantos.

Recuerdo, alquitara en que se confunden, por lo sentido, los colores,
las glorias nítidas de moradas primeras, los abruptos escalofríos y sus prados,
los rostros a contraluz, más difusos que sus gestos,
y los cuerpos como hojas sin aliento, y su tapiz de sangre difuminada.

No.
Ese instante que basta para casi no respirar, para casi no oír reflejos,
ese instante en que te roza un embrión cerrado, el plumón de una nube,
instante de instantánea, ambiguo versicolor
de inciertos contornos cortantes,
se busca, se mira, se distrae,
se le parten las aguas en trizos,
se salta, alta, una letra,
y del dado hace el más agudo deseo,
el milímetro afilado, el veloz segundo enloquecido
que no conoció la meta.


3

Pasan los linderos, las estacas con torcidas de hielo gris y desgarro mudo, omitido,
el punto y coma de mediodías como reclutas;
las barras separadoras de los distintos cienos pasan,
las sedes de la arena acotada,
las leyes de la dodeca-agonía;
los narvales, es decir, los unicornios.
Con parpadeos clavas estatuas de cera y olores de lirios
que te pueblan y te consagran
mar detenido en sordos empujones.
Las ondas se tensan plácidamente, como gotas
de aceite que se olvidan,
como gotas que funden o desgarran o demuelen
y reducen la verdad del primer sinsentido.
Y tú estás impresente en tu tromba, en tu líquido disparo,
lo que parece desdibujarse meta,
y doblas el rincón de tu centro como un pulso
y entras por la fugaz galería
de acuarelas para ciegos.


4

Con la ceguera cierta del disiparse las cosas
y todo lo que es como las cosas;
rodeado de la neblina, de esa neblina
apegotonada, hecha grumos a capricho,
algunos con el filo cortante de las mentiras,
algunos con la esquiva y vaporosa sensación que, al cabo
ciertamente los delata y exhibe,
te preguntas: ¿dónde voy yo, menos que un boje,
boje menguado, vegetal de vegetal,
fugaz esperanza del páramo, muerte de los soles en que él se miraba?
Sin rastro de certeza en los puertos, en los broches
o en los verdes cementerios de la sonrisa,
azarosamente tu bruma mira
y se deslee y se deshace, y tú en ella,
y en ella tu vuelo o mar de leña
desérticamente vasto.
Tu siempre penúltimo horizonte,
tu isla infinita buscas.


ANDRÉS PANIAGUA





Cumpleaños



podría no haber sido tan noche. quizá la una.
cuento trece años: era un pingüino

entre muchos. todos jugábamos y algunos
regaban la nieve

transformándola en una amarillenta
pista de baile.
desde lejos alcanzaba a ver las llagas de un descompuesto suelo

arrastrarse como una sábana tejida. “esto no es igual que
estirar los dedos apuntar y azuzar
la ansiedad”
no es tan
fácil” me digo.
enciendo mi lámpara entonces.

a tientas una sombra
empapa los patrones de mi piyama

ANASTASIO LOVO





Sonata III del Poder

        Para Vlady



La lezna del poder entreteje todos los poros
Penetran cuerpos los iterativos hilos de una lluvia
Derivada en plenilunio desde el cementerio de las caracolas
Oficioso el poder apropia su espacio
Al zurcir la juntura de vida & muerte
El poder es la otredad enmascarada
Suele disfrazarse de signo sin serlo
No posee vacuidad que pueda ser visitada por lo amical
O siquiera las efímeras uvas/pasas del pezón amado
Ni por la rosa corruptible centrípeta impura
Que a fuerza de pureza convierte el rocío en sangre
Aquella misma aqua iris que revela el rumbo a las estrellas
La fiesta del poder es plétora ahíta  frente al río del hambre
Tormenta en las aristas ásperas de los pedernales
Purasangre de rayos en los vértices de las picanas
El piolet del poder siempre posa de ávida pluma
Insaciable escribe & reescribe e inscribe
El corpus del texto & el cuerpo del texto marcado
Ergo:
Los textos sagrados versan
Sobre la construcción del poder & su ciudadela



ANTONIO CABRERA





La distancia



Yo decía palabras y escuchaba
las que a mí me decían.
                                                Mientras,
inadvertidamente,
se iba alimentando la mañana
con el néctar de luz de los almendros
hasta forjar
una callada majestad: el día.

Yo hablaba y los demás hablaban,
y las palabras nuestras
fueron un manto tenue
que hacía resbalar
aquella limpia miel, aquella albura,
hacia los bordes
de la conversaci6n,
y en borrada existencia la perdían.

Puedo saber que la perdían
porque la escena
llega completa en lo evocado,
y veo en mi memoria
cómo se erigen firmes a nuestro alrededor
aquellas llamas blancas de febrero.
Se erigen
extrañamente firmes.
                                            ¿Dónde estaban entonces,
si no estaban ocultas?
¿En dónde respirábamos nosotros?
Yo paseaba atento a cuanto me decían
pero expulsado
a confines sin luz que ahora, al verme
en el recuerdo, sé que no existieron.
¿Qué había en las palabras
                                                      y qué fuera de ellas?
La insistencia del mundo.
                                                     Aquella vez
estuvo sostenida
sobre rotundas flores invernales.
En la diafanidad resplandecían.
De las sílabas ciegas que dijimos
fueron eco inaudible, un sí y un no libados,
la distancia.


De: "Con el aire"


ANTONIO MANILLA





Poética elemental



Sé que debe evitarse en el poema
la luna y el verano, los celajes cambiantes,
la playa de minutos infinitos
y las rosas fugaces, como el amor eternas
en el jardín cerrado del invierno.
También el oro viejo del ocaso,
también la plata sucia del recuerdo,
las aguas estantías del olvido
y el ruiseñor herido
en cuyo pecho cabe el universo.
Todas aquellas cosas que en silencio
nos hablan de nosotros sin decirnos
y nos dicen verdades –historia sólo hay una–
que siempre son iguales.


De: “Sin recuerdos ni afanes”.


ERIKA MARTÍNEZ


  


El guardapelo de las poetisas




PARA que nunca se les olvide, las poetas llevan colgando del cuello el guardapelo vacío de las poetisas.

¿Qué hacer con su moño resignado y su croché, sus juegos sin apuesta y sus remilgos, con esa manía tan suya de escribir y tirarse de la enagua?

Me prometí quitarles a sus nombres la tachadura, como quien sabotea un cepo con un palo; no juzgarlas ni juzgar tampoco a quienes consintieron la demencia por un equívoco romántico.
Esto último me cuesta mucho.

Confesando que me gustan las isas y los ismos, y también sin medida lo contrario, me pregunto cuánto quedará en nosotros de su amor por la nadería.

En inglés isabelino llamaban nothing a lo que ellas tenían entre los muslos.


De: “Chocar con algo”