"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 14 de noviembre de 2018
ALEXANDRA PAGÁN VÉLEZ
Barco de papel
Nunca
he dejado de sentirme como polizonte en este mundo de adultos
algunas
veces me llena de orgullo, de un sentido de dignidad
otras,
hacen que me esconda horrorizada
presa
del temor de ser vista
de ser
descubierta
como
polizonte al fin
JUAN EDUARDO CIRLOT
En tus
muslos de rosas y de arena
la lontananza grave de mi sino,
el desatado mar de mi destino
sabe la claridad y así la ordena.
En tu torso que el sol desencadena
adoro la ascensión a lo divino
y en tus brazos de luz a mi camino
desolada se vuelve mi condena.
Tu cuerpo inaccesible contra el cielo
abre sus cataratas insondables,
sume todo mi ser en la agonía.
Tu cuerpo incandescente como el hielo
expande en lo desnudo innumerables
halos que son lo cerca en lejanía.
la lontananza grave de mi sino,
el desatado mar de mi destino
sabe la claridad y así la ordena.
En tu torso que el sol desencadena
adoro la ascensión a lo divino
y en tus brazos de luz a mi camino
desolada se vuelve mi condena.
Tu cuerpo inaccesible contra el cielo
abre sus cataratas insondables,
sume todo mi ser en la agonía.
Tu cuerpo incandescente como el hielo
expande en lo desnudo innumerables
halos que son lo cerca en lejanía.
ROSARIO CASTELLANOS
Estoy aquí,
sentada, con todas mis palabras...
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
IRIZELMA ROBLES ÁLVAREZ
El huapango de la sal
Para Marcial Cortés,
abuelo de Salomé
La raíz
fuerte del mezcal
escondía
los gusanos
que
ponía a danzar
sobre
el comal ardiente
Tomaba
el agua fuerte
y
grababa la muerte blanca
en una
tortilla de maíz azul
Luego
bailaba un huapango
con la
sal herida
ALFREDO FRESSIA
Paréntesis
Cuando
nací el sexo fue un destino. No se puede elegir ser poeta.
De las
mujeres nunca amé a ninguna sin duda porque las amé en bloque. Fue un amor
largo y sin alegría. Ellas también me amaron sin deseo y sin gozo.
Las
miré con la nostalgia de una vida más bella. Cuando quise ser mejor quise ser
mujer.
Después
me olvidé. Devoré la costilla de Adán en la travesía del desierto. Fui hombre,
poeta, amé a otros hombres. Tuve hambre.
Llegué
a la playa de este mar eterno, al sur del Brasil. Mi olor es de sal virgen y de
yodo azul. Sé que una mujer devolverá al mar el pez con una moneda en la boca.
Ella
escribe mi poema. Yo aguardo.
VÍCTOR A. JIMÉNEZ JÓDAR
Tras la hoguera
Hoy
llevas un vestido
granate
con tachuelas
y un
escote trasero
que la
cadera realza
e
insinúa todo el culo
que
queda respingón
y
superando el vértigo.
Eres la
compañera
de
trabajo en un día
de cena
fin de curso,
antes
de Navidad,
que me
abraza embriagada
cantando
al Karaoke.
O mi amiga
de inglés,
que se
sienta a mi lado
los
martes y los jueves,
y que
hoy está de fiesta
y
bailando en la disco.
Mirarte
es penetrar
la piel
de la tormenta,
conquistar
el abismo,
caer en
el deseo
anónimo
y fugaz.
Ante
tanta atención
pudiera
parecer
que me
movieran otras
oscuras
intenciones,
pero
solo pretendo
buscar
la perspectiva
desde
donde observar
el
ángulo propicio
de tu
espalda desnuda,
el
lugar adecuado
donde
la plata líquida
pertenezca
al crepúsculo.
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