"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 4 de octubre de 2021
FRANCISCO VÉJAR
Ella
es una vagabunda en el país del insomnio
Una
vagabunda en el país del insomnio
sabe apenas el sonido de una palabra
que no alcanzamos a pronunciar:
las raíces de un árbol que no ha cumplido su edad.
Fulgor
y vértigo se confunden en su rostro,
también el mar que nos hace existir.
A ella la enceguecen las nubes de neón
y abandona ebria a medianoche el círculo
oscuro de los hombres.
Bailé
con ella,
escuchando en el silencio de la vida
aquel lugar no cifrado en mapas
mas es difícil recuperarla
pues el cielo se ve sólo una vez.
JUAN COBOS WILKINS
No
intento explicarte mi suicidio
Estremecen
los blancos dejados en la impecable carta del suicida.
La
magnolia en el vaso sin agua, curvada como la reverencia de una bailarina de
ballet.
Los zapatos paralelos, inertes, a los pies de la cama.
El traje, sin tu cuerpo, colgando inmóvil de la percha.
La tristeza.
La serenidad.
(Mientras,
el telescopio infrarrojo Spitzer, lanzado al espacio en 2003, órbita
heliocéntrica, programado para alejarse de la Tierra unos quince millones de
kilómetros al año, capta una insólita lluvia de diminutos cristales verdes y
amarillo pálido: olivinas, forstercitas, sistema cristalino ortorrómbico,
formula química Mg2SiO4. Nace esa sorprendente lluvia en la nube exterior de
HOPS-68, estrella emergente de la constelación del Cazador. Mientras.)
El
traje sin tu cuerpo.
La serenidad o la brisa ondulando las espigas de ese mar de cebada.
Los zapatos con brillo aún de domingo.
El cuarto movimiento de la Quinta de Mahler.
La sed de la magnolia.
La tristeza o el parpadeo del tubo fluorescente en aquella sala de hospital.
Cajones abiertos y vacíos, perchas alineadas y vacías.
Te
estremecen esos espacios blancos -que tú podrías completar- en la exquisita
carta escrita o no, dejada o no, en la consumación.
El
suicidio como una de las bellas artes.
¿Por qué esta mañana de sol piensas en eso?
De:
“Matar poetas”
ROBERTO ARIZMENDI
Confesión
Confieso
que las noches
siempre
me parecen cortas,
cada
día debiera tener más de veinticuatro horas
para
tener tiempo de construir los sueños.
La
vida no alcanza para tanto anhelo.
Algunas
veces he querido dejar la ciudad
y
sin maleta irme al mar,
sin
ropa ni equipaje;
el
hombre no debería programar
horas,
encuentros y destinos,
tampoco
su tiempo de amor
menos
su vida,
porque
andar sin destino
es
por antonomasia la búsqueda perpetua.
Una
vez encontré a una dama
en
una ciudad apenas conocida;
hicimos
el amor
y
cada quien retornó a su camino,
a su
signo y a sus luces;
estoy
seguro que como yo, ella
-sólo
ella porque nunca conocí su nombre-
recuerda
la manera como descubrimos la luz de las estrellas
en
una alcoba, de un antiguo edificio,
con
enormes vidrieras en dirección al poniente,
y
sonríe, sólo sonríe cuando recuerda;
ese
día vimos cómo el cielo
se
iba colmando de fuego y nostalgia, con el gozo transmitido
en
íntima confesión por su voz dulce y tenue,
y
luego descubrimos la luna a través de los cristales.
En
otra ocasión, en el puerto,
una
joven me ofreció sus lágrimas
y vi
cómo el dolor se iba quedando impregnado
sobre
la mesa, primero, y luego en las sábanas casuales
mientras
surgía la luz en su rostro,
cada
minuto más bello
conforme
se iba borrando su desdicha.
Y
así,
un
día,
otro,
mis
pasos me han llevado a percibir aromas sin medida
sin
necesidad de nombres y apellidos,
de
contratos y rutinas; sin haber programado
la
cita con hora, lugar y protocolo.
Así
he conocido la forma de inventar la lluvia
y he
descubierto la luz con sus colores y matices,
el
tiempo equinoccial y el tránsito infinito.
Sólo
el horizonte abierto
para
la luz que se inventa
con
el color del sueño.
Sólo
una sonrisa y el tacto sin medida,
el
aroma del cuerpo y el clima de los días,
la
lluvia, el mar,
la
luna, el infinito.
De:
“Inaugurar el sueño”
KATHLEEN RAINE
El
ciervo plateado
Mi
ciervo plateado ha caído. En la hierba
bajo los abedules yace, mi rey de los bosques,
aquel al que seguí por el monte, allende los arroyos presurosos,
se ha ido bajo las hojas, sepultado en el pasado.
En
el horizonte de la aurora se detuvo,
blanco de mis ojos ávidos; fulgor
ay, del sol, o de mi corazón encendido:
perfilado en el cielo, en el infinito encarnado.
¿Cuál,
tan anhelante, era mi querencia hacia él,
qué deseada unión de sangre o conciencia
nos sostenía en pasión unísona, cazador y presa?
Desapareció, y yo por los frondosos bosques persiguiéndolo.
Mío
es ahora, mi deseo, mi acecho, mi amado,
en calma yace, mientras toco el contorno de su testa imponente,
mío este horror, esta carroña del bosque
que ya se desvanece bajo tierra, hacia el aire, más allá del mundo.
Oh,
quietud, la paz me rodea
al tiempo que el jardín vive, las plantas florecen,
titila la hierba grácil, arden los insectos,
y el arroyo, el arroyo plateado, fluye.
Por
última vez tumbado sobre la hierba verde
en postrer gesto de amor propio, dulcemente se inclinó
para posar el delicado pie que está en mi mano,
vacía como la crisálida desechada de una polilla.
Mi
brillante y aun así ciego deseo, tu final fue esta
muerte, y mi alado corazón asesino
es del mundo el corazón roto, enterrado en el suyo,
en cuya cornamenta comienza el crucifijo.
De: “Stone
and Flower”
Versión
de Adolfo Gómez Tomé
BEATRIZ RUSSO
La
verdad
La
verdad está en el horizonte – le respondió su madre.
Entonces
él miró hacia delante y comenzó a caminar.
Al
cabo de una hora se encontró de frente con un caminante y le hizo la misma
pregunta.
El
caminante señaló al frente.
El
niño se giró sobre sus pasos y le acompañó.
Después
de una hora el caminante giró hacia la derecha y le deseó buen viaje.
El
niño siguió solo su camino hasta que se cruzó de lado con otro viajero y le
preguntó
por el horizonte.
El
viajero señaló al frente.
El
niño cambió su rumbo hacia la izquierda y le siguió.
Después
de una hora el viajero giró hacia la derecha y desapareció.
Al
cabo de otra hora ya había anochecido, apenas se veía el horizonte.
El
niño, ya cansado de caminar, se dio la vuelta por donde había venido y pensó:
“Por
hoy el horizonte está en mi casa”.
De: “La
caja china”
TADEUS MICIŃSKI
Doradas
naranjas destellan
Doradas
naranjas destellan
en un salón negro y solitario
Tú eres un fantasma, reinas en el trono.
Yo entro con la luna y bailo.
Cobras
entrelazadas sobre un jarrón con rosas
inyectan su veneno en el cristal de las jícaras.
Un varego, entre columnas arabescas,
señala con su espada dónde están los leones
Sangrientas
naranjas de amor
en el letargo de la negra Diana que sueña:
¡oh, gemido, escuchado por una sola vez!
Yo
entré con la luna y bailo.
.jpg)