"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 1 de noviembre de 2017
IRMA TORREGROSA
Cuando la memoria del cuerpo se despierta
no se abren los ojos.
La luna derriba mis puertas
mi casa los párpados el sueño
invasora
me desprende de mi cuerpo
para que mire
cómo entras por la ventana
y, entre las sombras,
te recuestas junto a mí.
De pronto, mi silencio es
un viejo vencido, fatigado
que te nombra.
no se abren los ojos.
La luna derriba mis puertas
mi casa los párpados el sueño
invasora
me desprende de mi cuerpo
para que mire
cómo entras por la ventana
y, entre las sombras,
te recuestas junto a mí.
De pronto, mi silencio es
un viejo vencido, fatigado
que te nombra.
ALEJANDRO REJÓN HUCHIN
La luz se quebranta
Y fluye
en los ojos de la madera,
Es un ángel sediento
Sobre la puerta del párpado que abre el hollín
en el espíritu de las cenizas.
Es un ángel sediento
Sobre la puerta del párpado que abre el hollín
en el espíritu de las cenizas.
CARILDA OLIVER LABRA
La lágrima
Como agua pequeñita, como aurora
resplandeciendo así sobre la cara,
como un signo de Dios que se secara
para borrar su marca ya incolora;
como un cristal alegre que demora
sobre mi piel su transparencia rara,
como un hilo de mar que me tocara
o un rocío sin fin en cada hora.
Como espejo que siempre me mirara,
como una estrella diluida y clara,
como gota de lluvia no sonora,
como un brillante pálido que amara
este dolor que tapo con la cara
se me cae una lágrima que llora.
Como agua pequeñita, como aurora
resplandeciendo así sobre la cara,
como un signo de Dios que se secara
para borrar su marca ya incolora;
como un cristal alegre que demora
sobre mi piel su transparencia rara,
como un hilo de mar que me tocara
o un rocío sin fin en cada hora.
Como espejo que siempre me mirara,
como una estrella diluida y clara,
como gota de lluvia no sonora,
como un brillante pálido que amara
este dolor que tapo con la cara
se me cae una lágrima que llora.
MIGUEL VEYRAT
Devuélveme
Atienza tus colinas,
el gris de los jirones con que tejes
el chopo dolorido de la tarde.
Atienza verde vaguada
de lágrimas cautivas
que ahora son torrente.
...tuvimos otras tardes muy distintas...
Por ejemplo:
yo te repetía, cerca la boca
de tu corazón de trigo
Atienza
Atienza
Atienza
Atienza mía
casi siempre al partir, cuando el castillo
erguía hacia atrás su sombra
y su reproche.
Hoy, ya dispuesto al gran viaje
confieso que soñé con dormir entre otras tierras
alimentar raíces diferentes
iluminar distintas sementeras.
Hoy, seguro de tu luz proclamo, ruego
y pido:
que dentro de un momento
cuando muera
alguien me recoja -no temáis
que estoy ya tan liviano como
un pájaro-
y me ponga aquí desnudo,
abierto en cruz y con la boca
contra tu mano de tierra.
el gris de los jirones con que tejes
el chopo dolorido de la tarde.
Atienza verde vaguada
de lágrimas cautivas
que ahora son torrente.
...tuvimos otras tardes muy distintas...
Por ejemplo:
yo te repetía, cerca la boca
de tu corazón de trigo
Atienza
Atienza
Atienza
Atienza mía
casi siempre al partir, cuando el castillo
erguía hacia atrás su sombra
y su reproche.
Hoy, ya dispuesto al gran viaje
confieso que soñé con dormir entre otras tierras
alimentar raíces diferentes
iluminar distintas sementeras.
Hoy, seguro de tu luz proclamo, ruego
y pido:
que dentro de un momento
cuando muera
alguien me recoja -no temáis
que estoy ya tan liviano como
un pájaro-
y me ponga aquí desnudo,
abierto en cruz y con la boca
contra tu mano de tierra.
Así, serena mi alma en tu luz
bajo tu seno
aguardaré mi último desguace.
bajo tu seno
aguardaré mi último desguace.
De: "Antítesis primaria"
LAURA SZWARC
Chéjov
Nos
golpeamos
unos
con otros.
A
nosotros mismos.
Zas, el
libro golpea mi rodilla.
Zas, la
cartera golpea tu rostro.
Esos
mosquitos yararás
nos
tienen en constantes acciones derivadas.
Zas.
Zas.
De: “Harina en vuelo”
ANDREA OCAMPO
Newton
(inédito)
El
hombre apartaba los vasos del borde de la mesa.
La mesa
giraba, giraba yo. Orbitando la cena,
la
escena: mi pollera el mantel de otros manjares
que no
se servirían esa noche. Hacia el centro seguro
empujaba
el hombre con decisión los vasos.
Lo
escucho, lo escuché, explicarme en detalle
razones
de vectores y cuerpitos transparentes.
No era
ese el hombre que buscaba pero hagamos
como si
fuera como si la mesa fuera
viento
concéntrico disco de vinilo calesita.
Sorbiendo
al centro mismo de los vasos
y el
aliento del miedo espumando sus frágiles bocas.
Mis
esfuerzos por desordenar el servicio resultaron inútiles.
Y volví
a la calle antes del café.
El
hombre apartaba los vasos del borde de la mesa.
¿Sabría
que de las dos fuerzas
que
atraen los objetos hacia un centro,
una es
cierta y la otra es imaginaria?
La real
tropieza con su paso y lo detiene. La imaginaria
enlaza
su vida a los objetos. Por suerte, afuera,
el
cielo resplandece en su gran fiesta de cristales rotos.
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