sábado, 7 de enero de 2017


ESTHER GIMÉNEZ




Chagrin d'amour



No hay estrellas fugaces ni horizontes.
La tierra inmóvil ve cómo el Sol muere
olvidando marcar días y noches.
La Luna es una cara oscura. Duerme.

Después de primaveras no hay veranos.
Mayo es glacial y abate la turgencia
tallando un verde intrínseco y ajado.
Los aromas, antígenos de alergia.

Todo es lo que parece. Nada existe.



FRANCISCO JAVIER IRAZOKI




La casa de mi padre



Desde la vivienda primero se veía el miedo y después el color verde del paisaje.

Ahora digo:

Defenderé la casa de mi padre contra la pureza y sus banderas ensangrentadas.
Para defenderla, regalaré cada una de sus piedras, ventanas y puertas. Las recibirán quienes no piensan como yo.

Los nuevos habitantes airearán los solivos y escaleras; alzarán el vuelo bajo de nuestros espíritus.

Defenderé la casa de mi padre abriendo una brecha en el tejado; por allí gotearán los idiomas y músicas venidos de tierras desconocidas o remotas.

En la defensa de la casa vaciaré el orgullo con que dibujamos una frontera de árgomas mojadas.

Descompuestas las paredes, ningún adversario vivirá ovillado en el nombre de un animal.

Sólo veremos un clavo enfermo en el sitio donde estuvieron las frases de quien justificó el crimen político. El silencio ha desnudado a los que callaron ochocientas veintinueve veces.

Sin enemigos, el poeta Gabriel Aresti se recostará aliviado en la nobleza de los lobos.

Ofrecida la casa, impediremos que en el espacio de su ausencia y memoria los hombres sean extranjeros.


De: “Orquesta de desaparecidos”


PORFIRIO BARBA JACOB




El poema de las dádivas



Era dulce, pequeña, intranquila,
con los bucles de un bronce de gloria,
con la voz infantil e insinuante
y las manos leves, cándidas e inquietas.

Fingían sus ojos rendidos
al mirar, dos profundas violetas;
su menuda presencia exhalaba
un bíblico aroma de mirra y de ungüento,
y toda su carne temblaba
como tiembla un rosal bajo el viento.

A su amor arribé muy temprano,
al cantar de la alondra primera,
y me vieron rondar sus jardines
las noches de luna de la primavera.

Mas pasó cual la sombra de un ave
sobre un lírico estanque dormido,
y quedaron vibrando, vibrando,
sus palabras de miel en mi oído.

Y ésta fue toda entera su dádiva:
la visión de unos ojos azules
donde un lampo indeciso se esconde,
¡y una voz de frescuras edénicas
que a través de mis males responde!

La otra tenía un encanto terrible
y el amor de las Reinas de Oriente,
y no sé qué avidez tan profunda
ni qué dejos de gracia indolente.

Gota a gota me daba sus néctares;
sorbo a sorbo bebía mi sangre
como en un sacrificio cruento,
y su brava pasión era un vórtice
y una llama y un aire violento...

Y ésta fue, toda justa, su dádiva:
el temprano saber de la ciencia
que destruye enemigos cuidados,
y el recuerdo de aquella frecuencia
en los brazos duros, firmes e insaciados.

La tercera, de manos filiales,
olorosa a reliquias antiguas,
destilaba venenos letales
en dulces palabras exiguas.

Evocaba las noches profundas,
subyugantes, de mórbido imperio,
en la tórrida selva cargada
de aromas sutiles, de vago misterio.

Parecía en los ojos absortos
de un incógnito anhelo cautiva,
y en su adusta esquivez era fácil
y en su vasta indolencia era altiva.

Y ésta fue, simplemente, su dádiva:
la experiencia de amores extraños,
de un trémulo busto, de un alma inasible...
la pena inconforme del goce perdido...
y, después de todo,
¡la inquieta avaricia de un nuevo sentido!

La otra, que ardía en mil llamas ocultas,
era fértil, reidora, violenta,
ya trueque de un beso, de un mimo, de un canto,
con secreto orgullo gustaba su afrenta.

Era mía, era mía, era mía
en el huerto, en la luz, en la sombra...
(¡Embriaguez matinal, quién te llama
por mi voz! ¡Juventud, quién te nombra!)

Y ésta fue, fatalmente, su dádiva:
el temblor femenil de la carne
que en mi propio temblor se extenúa;
la gota de acíbar que un genio maléfico
en el vaso colmado insinúa;
y en las horas de examen doliente,
la obsesión de la rabia postrera
que al mando del tedio inclemente
arrojó un corazón en la hoguera.

Y después, y después... cuántas manos
al haz de mis nervios asidas...
cuántas trémulas sierpes de fuego...
cuántas torres de orgullo, rendidas...

La una, que fue largamente suspensa
de mi voz, de mi gesto más leve;
la otra, que mira, que calla y que piensa
un trágico impulso, mas nunca se atreve.

Las unas, volubles, pérfidas y locas;
las otras, ardidas en llamas constantes;
discretas acaso, de un dulce misterio,
o acaso extenuadas y siempre anhelantes.

...Una, simple, dejóme el gustoso
sabor de las horas inútiles
en vano y amable sosiego;
otra, rica en olor de sus campos,
aromó mis noches de albahaca y espliego.

La dama fortuita, de tenues perfiles,
melancólica, unciosa y extraña,
se asoma en la honda cisterna del tiempo
envuelta en un halo de luz de la tarde;

la postrera, de impulsos diabólicos,
me dejó coronado de espinas:
mi corazón entregué a sus antojos
y le estrujaron sus manos dañinas.

¡Mujeres de un tiempo florido y lejano!
¡Mujeres de un tiempo duro, tempestuoso!
Las que ofrendan cándidas, el beso temprano,
las que dan, malignas, vino peligroso...
las que piden bellos madrigales
y dardos ocultos en las breves glosas
que van a adularlas...
¡Mujeres que ponen su soplo en las rosas
para deshojarlas!

¡Por ellas, cargado de mieles y acíbares,
el corazón, rebosante. se entrega;
por ellas diluye su propia virtud en un cántico,
como la esencia que el bosque nocturno
diluye en las alas de un aire romántico!


  

VICENTE NÚÑEZ



  
6. ¿Cómo no sumergirse en el remanso
inabarcable de tus pies desnudos
si tienen el aroma de melones tardíos?


De "Teselas para un mosaico"



YOLANDA BEDREGAL




Final
(Fragmento)



Ansiosa, ansiosa, ansiosa
como los cuerpos jóvenes,
allí donde quiebra la inquietud de los hombres,
allí donde diluyen su anhelo las mujeres,
en ese mismo límite
yo soy la curva flecha
que se lanza a sí misma.
Salí del duro sueño
que se rompió la quilla
contra la fina arista de mi primer naufragio.

Era mi nave nueva,
era mi sueño intacto.
Eras tú, marinero, un marinero abstracto
que me echaba en sus hombros -San Cristóbal enorme-
y yo un rosado peso: pétalo sin historia.

¿Ahora qué? Yo me digo.
El amor sólo existe en el borde del beso.
¿Y después? En el borde del sueño.
¿Y después? En el borde del mundo,
donde los hombres trizan su propia vida trunca
y donde las mujeres se alegran con las lágrimas.
En ese mismo borde
me detuve de súbito.
Me desnudaba el aire.
Por mis piernas subían suaves hilos rosados,
los senos me brotaron como pequeñas lunas.
Mi voz era la muda
rugiente voz de todas las mujeres del mundo.
Tres pinceladas ágiles
escribieron tres puntos en cruz sobre mi cuerpo.

En ese mismo borde
se me quedaron quietos
los breves pies errantes.
Mis brazos levantados
hacían señas largas
a los astros maduros.

Nieblas, nubes en polvo y líquidos arcoiris,
sangre de estrellas rotas, harapos de los mares
todo estaba caído en mis ojos cerrados
porque unos raros pájaros me arrancaron los ojos.

Ahora qué ¡Yo me dije!
Amor para mis quietos pequeños pies clavados.
Amor para mis ojos en el pico de un ave.
Para aquellos que saben desenterrar un sueño.

Los hombres están tristes porque el amor es eso.
Ya no te llamo ahora.
Ahora mi carne joven
tiene pequeñas lunas
y es más fácil hundirse
en el mar que en la tierra.
 


EDUARDO GARCÍA




Las pasarelas del deseo



Llamamos vida
a un desfile de dígitos cansados
zumban coléricas las moscas atrapadas en cárcel de cristal
el viento de la sangre remueve las cortinas
la luz por un instante parece herir la tapia filtrarse en el cemento
la oquedad se adivina y más allá
palpitan en la noche los astros encendidos
combaten los caballos por la flor las aguas por la piedra
la orquídea cobra vida en el torrente
a la luz de la Luna el musgo brilla con fulgor de diamantes en la hierba
no hay rutas convenidas ni semáforos ni siniestros carteles de prohibido pasar
pero abundan los cruces de caminos cuando menos lo esperas amanece
los hombres vagan a su antojo las sendas se disuelven a su paso
quiero decir que a la sombra de los robles te esperan los amigos que perdiste
y hay sábanas tendidas que guardan el olor de encuentros que no fueron
mujeres
que solitario amaste a la distancia
pero aquí el eco salva todos los precipicios
irrumpen de la nada las pasarelas del deseo
trenzan sus trayectorias en todas direcciones
el viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas
confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura
aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje
despierte abra los ojos comience a comprender
nada importa cuán vasta la travesía se despliegue
la apariencia radiante de confines la ilusión derrochada en la aventura
todas las pasarelas conducen a la tapia
si se es fiel a un deseo si se sigue
su rastro hasta el final
nos aguarda el ladrillo hincado en tierra
la mansedumbre hostil de la costumbre
un olor a madera que envejece
un desfile de escenas repetidas
la cárcel de cristal
sin cerradura


De "La vida nueva"