miércoles, 7 de septiembre de 2016


CARLOS APREA




Margarita



Al único teléfono del barrio
lo custodiaba Margarita,
en la estafeta postal.
Sus mofletes curtidos brillaban
con el sol de las tardes de octubre,
ah, look at all the lonely people,
rubia pulpera sin pulpería.
Un sagrado corazón
con tintas de oro y carmesí,
asomaba tras la cortina de su comedor,
espiaba, mate en mano, quién
y cómo usaba el aparato,
cada minuto de sus interminables horas,
y con su radio de Mañanitas Camperas
despertaba las calles somnolientas.
Margarita saludaba ¡chau, querido!
a los chiquilines en guardapolvos
y les miraba a los hombres
la entrepierna para distraer su soledad.


ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO




En un trozo de papel



En un trozo de papel
con un simple lapicero,
yo tracé una escalerita,
tachonada de luceros.

Hermosas estrellas de oro.
De plata no había ninguna.
Yo quería una escalera
para subir a la Luna.

Para subir a la Luna
y secarle sus ojitos,
no me valen los luceros,
como humildes peldañitos.

¿Será porque son dorados
en un cielo azul añil?
Sólo sé que no me sirven
para llegar hasta allí.

Estrellitas y luceros,
pintados con mucho amor,
¡quiero subir a la Luna
y llenarla de color!.



MARINA KOHON




Madre
éramos la tierra
y la cruz
éramos carne de tu carne
hasta que nos ataron las manos
los pies y las lenguas
Madre
una gran boca oscura hablaba
                                    por nosotros
nos atravesaba los centros los hijos
y nos arrojaba a la agonía
pero nosotros Madre
entreveíamos tu rostro
                           envuelto en el manto
y con las uñas hurgábamos
más y más abajo
buscábamos
en los bosques
en los susurros de los árboles
en el claro donde confluye el rayo
buscábamos Madre
en los fragmentos de las voces
                                         dormidas
hasta hallarnos Madre:
somos esta nada
que con esfuerzo
arrastra sus raíces.


De: “Banshee”



SANDRA CORNEJO




Linaje
            
                                       para Mateo



La brisa trae vientos de otras tribus
a tu frente,
las miro
haciéndose lugar
en tu risa de piel creole
surcada por siglos, detrás de los Andes
y los Cárpatos.

Linajes
honduras que intenté sostener en la palma
de mi mano,
como si algo se pudiera sostener,
como si ese zambullirte en el infinito mar
fuese previsible.

Mutante, pleno, en la rambla,
gira un barrilete sus flecos al aire,
absolutamente sin mí. Como una gacela
como una bandada de gansos
como un viaje.

Hombres y mujeres de bárbaro dialecto
vienen en tu sangre y son
tu trama. Puede que arrastren confusión
pero les he visto derrumbarse
sin fiereza alguna.

Recibo las historias de tu libro
para que descanses
en él:
tu Arturo
tu ineludible Shariar
tu Gándalf
radiantes
como la estrella
verde
que pegamos
en el vidrio

y brilla

cada noche

al trasluz.

  
De: “Partes del mundo”


ÁLVARO GARCÍA




Las puertas



Me vence la manera
que dos misterios tienen de mostrarse
mutuamente, sin descubrirse,
como se miran entre sí las cosas
cerradas, las dos puertas
que en un pasillo enfrenta el arquitecto:
una tensión con límite en lo blanco
y es la orilla entre dos aconteceres.

La noche y estás tú
tras tu silencio y en tus ojos
como se está en los hechos,
presencia pura: el pasado
nos labra frente al otro sin querer,
y decir un pasado es excesivo.

Demasiada conciencia se acumula,
nos desborda, no somos con justeza.
Se llena de exterior un interior.
La penumbra de anhelo del que quiere.


De "Para lo que no existe"



ALFONSO CANALES



  
Navegación de la tristeza

                                        Acediae impugnationem non declinando
                                                                                 fugiendam.
                                                                                      Casiano



Cuando en el río de soledad que, a veces, nos recorre,
un álveo seco, piedras
con huella de lavados imposibles,
verano interminable de guija al sol, de insecto al sol,
de raíz sin esperanza,
notamos una barca por la greda,
que aventa el polvo con los remos podridos de carcoma,
sola bogando, hincando
el astillado palo entre costillas
de calcinadas reses,
es él quien anda.

                              Y ara
acompasadamente en nuestro espanto,
contra todos los peces,
frente a todos los panes
que son objeto de milagro para las extasiadas muchedumbres.
Él, es él quien navega
entre lo innavegable,
forzado del hastío, entre esturiones de granito y lava.
Él, él, quien contusiona
la brizna
pajiza de la caña, la hoja
terriza de los álamos,
desesperada del ayer que puso
su palma al cielo.

Entonces no hay que huir, hay que sentarse
a ver pasar las malas horas,
la simiente libada por arañas,
por escorpiones y por buitres
que intentan la corola del esparto,
en un invierno sin nieve,
para una miel de cieno que en lentas olas cunde.

Entonces detened la fluxión de la arena,
orad, decid detente,
armaos de los prestigios
que aporta la memoria de las flores;
desanudad las sogas de los cuellos,
que somos para algo,
y evaporad la imagen del Maldito
evocando al Señor, tres veces puro.