viernes, 31 de marzo de 2017


ANIBAL NÚÑEZ




Inutilidad del poeta didáctico



La rosaleda del chalé mantiene
relaciones cordiales con la baja
maleza del camino

                                 Esto bastaba
para hacer una fábula, un cuento edificante
sobre la abolición de las barreras
sociales por amor. Añadiríamos
que una abeja dorada es la correveidile
y que sin que lo sepa el jardinero
ha brotado un rosal al otro lado

La sola exposición de estos detalles
de por sí moraliza: de su mera
contemplación surgió la moraleja,
la urgencia de escribirla
y un precoz sentimiento de sonrojo
intentando variar sin conseguirlo
el vuelo de la musa moralista

Esperemos...
que el lastre de verdad que la corona
la haga precipitarse y vuele libre
cuando haya perdido la cabeza
...sentados.


De: “Definición de savia”



ANTONIO MACHADO




Noche de verano



      Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cénit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma.



CINTIO VITIER




Un golpe de recuerdos te modela...



Un golpe de recuerdos te modela
como a la nube el soplo imprevisible.
¡La música y la enamorada tela
que cruza por tus ojos! Suprimible

y oscuro lo demás, aquí te espera,
frente a mi vida absorta o despiadada,
un país al que vuelves, pasajera
del eterno sabor de tu mirada.

-¿Será tú lo que miro? ¿Y a qué sombra
de tu soñar inmóvil pertenece
la antigua calidad en que me abismo?

Pero de pronto en mí tu voz me nombra
como un golpe de rara luz que acrece.
¡Oh música y milagro de lo mismo!



JENARO TALENS




Zoey, o de qué color son las princesas

                          Founderous wilding weeds endear paradise.
                                                                   
Louis Zukofsky



Los impactos de luz no son el día,
aunque canten la vida que no sé
y haya un sol tan extraño
que aspire a serlo sin palabras, sin
viejos nombres, sin furia, sin misterio,
ese albor de la muerte donde se asienta el mar.
Yo ya no juego Con la luz. No quiso
saber de mis raíces, de las sensaciones
que me acunaron, las que observo en ti,
sumida, como estás, en el instante
frágil de una niñez que una vez fue mi reino.
En lo más hondo de su plenitud
hay un candor que inventa mediodías
con el fluir concreto de las horas:
un mundo hecho de Cosas que se dan y perduran
transmitiendo su flujo copo a copo.
Mientras, el tiempo (que no se repite)
me circunda. Heme aquí. Ya no podría
abrir mis puertas a tu amanecer,
pero la noche ha sido mi morada,
y aún puedo percibir, sin su desasosiego,
ese aluvión de estrellas y de auroras en flor
que reclaman su cuota de rocío.
Si parco fui, tu sueño se ha vengado
de mi silencio, en esta concha
donde reposa el río que nos lleva.
Dejemos que su claridad disuelva mi costumbre.
No intentaré siquiera comprender.
Un árbol no comprende el viento que lo visita.




JOSÉ ÁNGEL VALENTE




La víspera



El hombre despojóse de sí mismo,
también del cinturón, del brazo izquierdo,
de su propia estatura.

Resbaló la mujer sus largas medias,
largas como los ríos o el cansancio.

Nublóse el sueño de deseo.
                                         Vino
ciego el amor
batiendo un cuerpo anónimo.
                                          De nadie
eran la hora ni el lugar
ni el tiempo de los besos.

Sólo el deseo de entregarse daba
sentido al acto del amor,
pero nunca respuesta.

El humo gris.
                      El abandono.
                                           El alba
como una inmensa retirada.
                                           Restos
de vida oscura en un rincón caídos.
y lo demás vulgar, ocioso.
                                           El hombre
púsose en orden natural, alzóse
y tosió humanamente.
                                           Aquella hora
de soledad. Vestirse de la víspera.
Sentir duros los límites.
                                           Y al cabo
no saber, no poder reconocerse.


MARIA ELVIRA LACACI




Las cosas viejas



Qué boba soy, Señor,
-me da vergüenza que lo sepa alguien-,
con cuántas cosas cargo. Sin motivo.
Esta pluma así vieja que ha girado mi llanto.
Este abrigo teñido, o mejor, desteñido,
porque cuántos inviernos...
Esta horrorosa planta
tan raquítica
como mi corazón,
porque ha sobrevivido -como él-
la angustiosa miseria
de la ventana
oscura
de este patio indecente.
Y así,
muchas cosas menudas
que yo siento. Indefensas.
Y debiera dejarlas,
jubilarlas, tirarlas; ahora
ya podré cambiarme,
-el nuevo sueldo de los funcionarios...-.
Pero no. No podría
olvidarlas,
y llevaré conmigo
estas pequeñas cosas así dóciles.
(Sería tan cruel si las dejara...)
Ellas,
compartieron mis horas de agonía. No los seres humanos.
Además
tengo miedo, Señor.
Otro sitio. La Vida,
y seguiré tan sola. Desgajada,
y estas cosas
amigas,
pronunciarán mi nombre
desde su silencio.
Y cuando allá muy dentro
la ternura,
me arañe y me desgarre -por tenerla encerrada-,
lo mismo que otros días,
yo miraré estas cosas
tan sencillas, tan mínimas,
tan entregadas desde su inconsciencia,
y, lentamente,
mis venas,
se irán tornando mansas. Sosegadas.

Oh, Señor, si al menos
pudieran comprender cómo las amo.



jueves, 30 de marzo de 2017


ANTONIO PORCHIA



  
Las certidumbres sólo se alcanzan con los pies



De: Voces

JORGE GAITÁN DURÁN





Quiero



Quiero vivir los nombres
Que el incendio del mundo ha dado
Al cuerpo que los mortales se disputan:
Roca, joya del ser, memoria, fasto.
Quiero tocar las palabras
Con que en vano intenté hurtarte
Al duelo de cada día,
Estela donde habitaban los dioses,
Hoy lisa, espacio para el gesto imposible
Que en el mármol fije el alma que nos falta.
No quiero morir sin antes
Haberte impuesto como una ciudad entre los hombres,
Quiero que seas ante la muerte
El único poema que se escriba en la tierra.

RAMÓN LÓPEZ VELARDE




Mi prima Águeda

A Jesús Villalpando



Mi madrina invitaba a mi prima Águeda
a que pasara el día con nosotros,
y mi prima llegaba
con un contradictorio
prestigio de almidón y de temible
luto ceremonioso.
Águeda aparecía, resonante
de almidón, y sus ojos
verdes y sus mejillas rubicundas
me protegían contra el pavoroso
luto...
Yo era rapaz
y conocía la o por lo redondo,
y Águeda que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
calosfríos ignotos...
(Creo que hasta la debo la costumbre
heroicamente insana de hablar solo.)
A la hora de comer, en la penumbra
quieta del refectorio,
me iba embelesando un quebradizo
sonar intermitente de vajilla
y el timbre caricioso
de la voz de mi prima.
Águeda era
(luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso.




JOSÉ CARLOS BECERRA




Paisaje en desnudo



desnudo de mujer,
senos que no están ciegos y conocen las aves,
hombros y espalda donde la luz del sol parece estar
pensando,
vientre cruzado por una secuencia de fugaz infinito,

desnudo de mujer,
concentración de la tierra y lo humano,
estatua de la naturaleza,
más blanca que el sollozo de un ángel,
más morena que una mañana en la selva,
más viva que la sonrisa del sol en la vela de un bote de
pescadores,

desnudo de mujer,
vacilación del ámbar, probidez de la piedra,
vellón iluminado por un rayo de luna, por un rayo
de carne,
muslos separados como terminaciones del
anochecer,
cita con el origen, vida, potestad de la muerte,
humedad de universo, palabra final encontrada,

desnudo de mujer,
rodillas severas y más llenas de gracia que un
hoyuelo en la mejilla,
tobillos más dulces que la orilla de un estanque,
pies aposentados en su aire como delicias diurnas,

desnudo de mujer,
cuerpo que está volando sobre sí mismo,
piernas como un recorrido de cantos nupciales,
nalgas donde la redondez del mundo cobra sentido,

cuerpo que se desata de la noche,
cuerpo que se desata de sus astros como una batalla
naval,
cuerpo que se desata de las leyes que no son azules o
rojas,
cuerpo donde los marineros en tierra señalan el mar,
desnudo cuerpo, cuello, vientre, nalgas,
piernas concisas, vivas, entreabiertas,
desnudo de su desnudo, desnudo hasta el fondo de sí
propio
hasta tocar el fondo de sus aguas ocultas,
hasta tocar lo ilimitado de sus ríos,
desnudo de mujer,
arena, rosa, nave de verano,
viento…


De: Los muelles



AURELIO ARTURO




Clima



Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.

Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en todo, son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.

El viento fiel que mece mi poema,
el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.

Yo soy la voz que al viento dio canciones
puras en el oeste de mis nubes;
mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes múltiples.

Y en mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al norte
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.

La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.

Este verde poema, hoja por hoja
lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos,
este poema es el país del viento.

Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,
árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y los días.

Dance el viento y las verdes lontananzas
me llamen con recónditos rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas mis canciones.



CÉSAR RODRÍGUEZ CHICHARRO




Palabras




En el hondo y extraño precipicio
donde las palabras suenan cuatro veces,
donde los vientos se entremezclan y confunden
para formar el viento,
donde las horas se convierten en siglos
y la vida no pasa.

En el hondo, extraño precipicio,
he querido ser para ti
pedazos de infinito,
vida y muerte,
noche y aurora,
silencio de tus labios
y palabra,
oscura palabra de tu boca...



miércoles, 29 de marzo de 2017


VICENTE QUIRARTE




La piel del mar



I

Por mano de varón, sus maravillas.
Los músculos de un hombre levantaron
sus cumbres y sus puentes;
le tensaron la piel sobre los huesos,
la pulieron a fondo entre los muslos,
dura y terrible y nimia en los pezones.
Del talento de un hombre la sustancia
que lubricó su entraña.
Y al final de la hechura,
la mano de varón abrió la herida
que a un tiempo da la luz y trae la muerte.

A tanta perfección, puerta cerrada.
Fue mano de mujer, la curadora.
De sudor de mujer, la aguja de diamante;
de su saliva, el hilo en nudos ciegos;
de sus aceites íntimos, el bálsamo
que extinguió los dolores del naciente.
Con nombre de mujer nació la lluvia.


II

La memoria es un barco de papel
donde puedes guardar una ballena.
Armado en astilleros del pupitre,
lo doblan manos frescas de muchacha,
navega sin que nadie lo bautice
y resiste las peores marejadas.

Con su velamen de papel periódico
y sus jarcias de tinta,
se embriaga como barco adolescente
o asesina gaviotas
como el viejo marino que navega sin rumbo.
Cuídalo del naufragio y no lo turbes:
ese barco navega por los sueños
y si tú lo despiertas
nadie sabrá qué hacer con su locura


III

                             A Ximena Amescua Cuenca

Bienaventurada la mujer que mire una ballena,
la aleta prodigiosa
que es en verdad tan fina,
tan poblada de huesos y tejidos
como los largos muslos
de las hembras terrestres.
Bienaventurada la que sienta,
en la ballena que emerge en pos de aire,
el pulmón de la vida,
el fuelle gigantesco de esa vaca profunda
que igual a las mujeres de la tierra,
siente crecer su cuerpo
y canta las canciones de cuna del nonato.
Bienaventurada quien escuche
el ronco ritual del macho
en vigilia de amores, mar adentro,
y los violines niños del cachorro
afinar el silencio en la bahía.
Bienaventurada la mujer
que en la lengua pulse la sal de la mañana
y ante sus ojos pase
un coro de ballenas con sus nuevos infantes,
grávidas las hembras,
orgulloso el varón de la manada.
Bienaventurada aquella
que al tiempo que su vientre se ilumine,
en el aire que bebe reconozca
que ella también va llena
y es criatura dilecta de los mares,
donde nació su historia.



ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS




Carne que es pecado, engaño,
Torbellino...



Entrar en la existencia es el pecado
primero y repetido
que debió haber quedado
sin acción, sin intento en el arcano...

—Lo que hubiera podido
quizá, acaso, no haber acontecido.

Que el puño del viento no debió impedir
o que jamás de antiguo
obre alargada sombra debió haber empezado…

Pero —ah, duelo y desgracia— se diría
que hasta el árbol quisiera entrar en nuestra
existencia extrañísima,
rarísima.

El árbol
quisiera hacer algo; el árbol quisiera
moverse...

tal vez
bailar,
y a nuestra mascarada pobre unirse;
el árbol ¡ay! quisiera cometer
un crimen...


GUILLERMO FERNÁNDEZ




Esquema de viaje (II)



Entre nadie, la playa silenciosa
de una eternidad blanca.

Tiene que ser:
lo que se inventa, acecha y busca.

En los ojos está la noche
anticipando el viaje más hondo.

Tiene que ser.


De: “La palabra a solas”



MARIA ELVIRA LACACI

  


Ropa tendida



Ha cesado la nieve, la pertinaz llovizna de estos días.
El sol
se extiende larga y perezosamente
sobre las negras charcas del suburbio.
El cielo luce azul. El aire es fuerte
y sacude
los miles de banderas, de banderas de paz,
que en cada esquina, cada rincón, pared de casa ajena,
han colocado todos los vecinos.
Los vecinos que habitan
bajo un techo menor
que una sábana abierta y extendida.



CESAR MORO

  


Temprano aún



Se subraya montaña las otras palabras tienen agua
Así efemérides abuelo cama bondad
Hay que señalar los ojos de silla
Los tallos de dormir
La sangre de meditar
La postura final del postulante
Cuando ladrando a los vientos erguidos
Miente con todo su cuerpo
Pálida ventana apuntalada sobre diezmos de abismo

Cubrir el cielo de lentejuelas no fue
El asunto pactado
Tuvo sombras heridas hasta el corazón
Creciendo por su temporada
En jaula ambarina
Vivacidades que se hielan en sueños

Ahí salgo


GONZALO ROJAS





Encuentro con el ánfora

A Hilda, que la vio conmigo en Nanking



Esta línea empieza con la filmación de esa navaja
de siete filos que bailaba como una diosa
de mármol en un mercado de la última
de las Babilonias; la recogí
entre los desperdicios del sueño, la arrullé
como a una paloma del Tigris, estaba sucia
y la lavé con mis besos.

Perdí a la sinuosa por mucho tiempo, nací de nuevo varias
veces
en ese plazo, la busqué donde pude
más allá de todas las puertas, desde la Roma
del Imperio hasta el cielo convulso
de New York; volví entonces al Asia
por el Yang-Tzé, tan despierto
como para verla ahora, verla de veras:
¿dónde
sino en ese suntuoso Nanking
de un hotel perdido, liviana en la pureza
de su lascivia, profunda
en el frescor de su aceite de bronce,
dinástica en la proporción aérea
de la luz de Han, dónde sino ahí
podía estar,
ahí,
a mis ojos,
la velocísima
en su inmovilidad, la etrusca riente
invasora en su fragancia natural,
cegadora,
ciega
en su equilibrio, bajo el disfraz
secreto
del ánfora?

Anagnórisis no es aleluya sino infinita
pérdida del hallazgo: adiós,
desperdicio: adiós,
encanto encantante.
Cámara
para clausurar la escena.


martes, 28 de marzo de 2017


VÍCTOR SANDOVAL




El retorno



    Todo lo recorrí,
todo lo anduve.
Desde los ríos que acunaron héroes
y recibieron sus deshechos cuerpos,
hasta las tierras áridas
en donde el aire
extiende el cuello de cristal
en un largo desfile de caballos.

    Todo lo recorrí,
pero en los ojos
quedó la hora transparente y húmeda
en que dejé nuestra ciudad
a la que vuelvo
para gustar su sangre
de enternecidos frutos,
su madurada sombra
que se proyecta
en el seno del valle
y ver crecer la noche
en los brazos del viento.



LUCIAN BLAGA




Silencio



Tanto silencio me rodea que me parece oír
el choque de los rayos de la luna en la ventana.

Una voz ajena despierta dentro de mi alma
y una canción canta
un ansia que no es mía.

Se dice que los antepasados muertos antes del tiempo
con la sangre aún joven en las venas,
con grandes deseos en la sangre,
con mucho sol en los deseos,
vuelven,
vuelven para vivir todavía un poco más
dentro de nosotros
la vida que dejaron de vivir.

Tanta quietud me rodea que me parece oír
el choque de los rayos de la luna en la ventana.

Ay, quién sabrá, alma mía, dentro de qué pecho
cantarás tú más allá de los siglos,
en las dulces cuerdas del silencio
en arpas de tiniebla, tus ahogados anhelos
y tu vencida alegría de la vida.
¿Quién lo sabrá, quién?.



MIGUEL ÁNGEL FLORES




Nueva Ámsterdam
  


En las crónicas está escrito:
La Nueva Ámsterdam fue fruto
Del engaño y la rapiña.

Hoy: movimiento frenético,
Ventanas que arden entre el aluminio y la piedra
Lluvia y polvo que graban señales.

¿Es ésta la capital del siglo XX?

Cementerios del consumo y la cultura.
Calles trazadas a cordel
Y en el centro un parque
Con verde oleaje de tedio.

La gaviota no es escultura de sal
Sino manchado plumaje.
En el lecho marino yacen los sueños
Que la edad industrial ahoga,
Y en la bahía agonizan los peces.

Los muros se elevan con orgullo.
Algún día
Nevará sobre las ruinas.


LUIS ROSALES




Oda del ansia



No sólo yo. Silencio. Hay que afirmar el ansia.
Todo asombro profundo se convierte en milagro.
Tú solo, amor, tu sola evidencia desnuda
sobre el árbol sin agua que agoniza en el ojo.

Tú solo, amor, tú solo, primavera morena,
y los barcos que llevan tu ternura en el ancla.
La mano más pequeña desplegará la honda,
y aceptaré tu sueño sin preferencia alguna.

La fe es una visión temblorosa y alada.
Cuando crezca en el mar la emoción de la yerba
con un vasto temblor de prodigios tirantes,
tú solo, amor, tú solo y alerta, alerta, alerta.

Amor, amor de labios apretados, sin dientes,
todo arena de mar y disciplina oculta.
¿Tendrá sobre mi carne rubores de bautismo
tu ceniza colmada de sombra dolorida?

¿Será una adolescencia de mar? Tendrá una libre
movilidad sin norma de ciprés enclaustrado,
desplegada obediencia —simplísima— del hombro
taciturno de soles y sereno equilibrio.

¿Será un toro dormido sobre el pasto olvidado
tan henchido de sangre, soledad y ternura?
¿O un vuelo de palomas tiránico en la nieve,
evangelio de puentes y porvenir de arroyo?

La tierra, sí, la tierra; voy a hablar lentamente
de la rosa desnuda sin poder, del aroma
de tu fiebre sin nombre en infancias de almendro,
del silencio del remo acogido en el agua,

de enmohecidas veletas con dirección inmóvil,
y de angustias de largas y azules cabelleras.
No sólo yo. Silencio. Como un galgo tendida
mi oración se recorta definida en tu nombre.

Todo asombro profundo se convierte en milagro.
Tú solo, amor, tú solo, que te sueño desnudo
como un varal de nardos angustiados, tú solo
como un ciervo, en mi frente derramada en el agua.

Ambición de ser mar de las manos viriles.
La presencia es un ala del amor de las cosas,
ascensión hasta el vuelo que agoniza en el ojo
con la angustia imposible de la concha en la arena.

La mano más pequeña desplegará la honda.
¡Dame el cántico, amor, del puro vencimiento!
¡Mis manos son el mar y la brisa y la nube!
¡Tú solo, amor, tú solo, y alerta, alerta, alerta!


De: “Abril”


VICENTE HUIDOBRO




Recuperar el cielo



Recuperar el cielo
Recuperar la tierra
Envolver el mundo en ritmos de experiencia
Aprisionar el éter que se escapa
Aprisionar el aire
Con esta carne presurosa
En olas envolventes sobre el ensueño
Y la fuga de las estrellas en el momento en que iban a
contar su historia.


ALFONSO CORTES





Almas sucias



Abro para el silencio la inercia de la fluida
distancia, que no vemos, entre una y otra vida
y tras la cual las cosas que miramos, observan…

Yo elevaré las vastas esencias que conservan
su secreto de sueños dentro del pecho enorme,
que dentro de mí tienen una idea conforme,
y uniré los detalles de Forma, Luz y Acento
que unifica la pálida lejanía del viento;

porque bajo, entre y sobre los cielos, la distancia
de que os hablo, es la Idea que pone la fragancia
de unidas relaciones sutiles, como losas,
un silencio, ¡una inercia del alma de las cosas!


lunes, 27 de marzo de 2017


ANTONIO MACHADO




A orillas del Duero



      Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. 

      Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. —Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero. 

      El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla. 

            ¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! 

      Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó?  Sobre sus campos aún el fantasma yerta
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. 

      La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa. 

      Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. 

      El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.



ELSA LÓPEZ





No llores, amor mío,
no se nublen tus ojos,
que voy a andar ligera a tus pies enredada
y no podrás seguirme cuando llegue a tu pecho.
Aguárdame en la sombra al final de los árboles.
Extenderé las alas y volaré hacia ti.
Penetraré lo oscuro,
reclamaré del bosque la humedad de tu tronco
y ya no habrá enemigos pendientes de tu espalda.
Tienes que estar atento,
que cuando emprenda el vuelo tendremos el instante,
el fulgor de las alas,
y luego vendrá el vértigo del amor más brutal.
Vendrá un crujir de plumas,
la sangre, como almíbar,
y el grito, ya inhumano,
de la muerte más dulce que hayas imaginado.


1995


De: "Tránsito"


JESÚS MUNÁRRIZ




De poeta a poeta



Sabes -y sueles- hacer el amor
como el poeta construye sus versos:
con acordada mezcla
de pasión y sistema
(y no digo artificio),
de música, entusiasmo,
intuición y saber.
Precisas emociones
las transformas en ritmo
y melodiosa fantasía
enriquece tus gestos;
sabrosa perversión
los enloquece.
Cuando estás inspirada, que es bastante a menudo,
me transportas a límites nunca antes alcanzados.
De poeta a poeta:
enhorabuena.
¿Cómo podría hacerme
con tus obras completas?


De: "Esos tus ojos"


JOSÉ ÁNGEL VALENTE




Hay una leve luz caída...



Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.
                                               Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.


(Octubre)



FRANCISCO CERVANTES




Lema y dama



era una bella
de gran dulzura ligeramente obesa
con esa gran dulzura perruna
que tienen las mujeres gordas
el caballero no conocía oración más eficaz
en los momentos de peligro
que el nombre de su dama
ni existía virgen de quien fuera más devoto
los colores de sus armas no invocaban
sus victorias sino la piel de su amada
el vestido de que la despojara
la primera inolvidable noche
de todas sus contiendas no guardaba memoria
no así de las expresiones corrientes de su dama
o de su risa o de sus gestos
tal era su actitud tal fue su recompensa
la que le fue entregada a todo lo largo de su recorrido
no de una y definitiva vez
ni más placentera ni mejor victoria nunca tuvo
a todo lo largo del camino recordó
cada uno de los miembros del cuerpo venerado
y cada una de las entonaciones de la voz
y aun de los sollozos que en el lecho
nacían de la garganta que él amaba
y las palabras ora dulces ora soeces
de los momentos en que la comunicación se consumaba
más estrechamente unidos
por más extremos de sus cuerpos
todos esos ruidos en su lápida
que pesa sobre sus huesos sin fatiga
mejor epitafio y más bello hubieran hecho
que un verso de cualquier maestro de la trova
y fueron el más alto premio
la bienvenida más notable que tuviera
al regreso de todas sus batallas
aquí no se narra más
su lema de todos conocido
pero no de todos entendido
decía ama sobre la tierra como bestia
y muere pronunciando esas palabras sólo suyas
aquí se habla de su lema
y ha poco de su dama
de sus armas las realmente poderosas
fueron su altivez
su magnífica sangre de bruto
y su terquedad a prueba de delirios
¿de tal caballero el nombre?
el de la Inquieta Espada
tal era su actitud tal fue su recompensa. 



YANNIS RITSOS




Grados de sensación



El sol declinó rosa, naranja. El mar,
oscuro, azul verde. A lo lejos un barco,
una mancha negra balanceándose. Alguien
se levantó y grito: "un barco, un barco".

Los otros, en el café, dejaron sus sillas, miraron.
Realmente era un barco. Pero el que había gritado,
sintiéndose culpable bajo las severas miradas de los otros,
declinó la mirada y dijo en voz baja: "les mentí".




domingo, 26 de marzo de 2017


EFREN REBOLLEDO




Posesión



Se nublaron los cielos de tus ojos,
Y como una paloma agonizante,
Abatiste en mi pecho tu semblante
Que tiñó el rosicler de los sonrojos.
Jardín de nardos y de mirtos rojos
Era tu seno mórbido y fragante,
Y al sucumbir, abriste palpitante
Las puertas de marfil de tus hinojos.
Me diste generosa tus ardientes
Labios, tu aguda lengua que cual fino
Dardo vibraba en medio de tus dientes.
Y dócil, mustia, como débil hoja
Que gime cuando pasa el torbellino,
Gemiste de delicia y de congoja.



GABRIELA MISTRAL




Interrogaciones



¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,
las lunas de los ojos albas y engrandecidas
hacia un ancla invisible las manos orientadas?

¿O tú llegas después que los hombres se han ido,
y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,
acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?

El rosal que los vivos riegan sobre su huesa
¿no le pintas a sus rosas unas formas de heridas?
¿no tienes acre el dolor, siniestra la belleza
y las frondas menguadas de serpientes tejidas?

Y responde, Señor: cuando se fuga el alma,
por la mojada puerta de las largas heridas,
¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma
o se oye un crepitar de alas enloquecidas?

¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?
¿El éter es un campo de monstruos florecidos?
¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?
¿O lo gritan y sigue tu corazón dormido?

¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?
¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?
¿Para ellos solamente queda tu entraña fría,
sordo tu oído fino y apretados tus ojos?

Tal el hombre asegura, por error o malicia;
mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor,
mientras los otros siguen llamándote Justicia,
¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor!

Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura;
la catarata, vértigo; aspereza, la sierra,
¡Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura
los nectarios de todos los huertos de la Tierra!




ELVA MACÍAS




Perdiz



Arco en la nieve
la perdiz abre sus alas
blancas sólo en invierno,
entonces
sueña que se aleja y resplandece.


EUGENIO MONTALE




No nos pidas la palabra que contenga por entero



No nos pidas la palabra que contenga por entero
nuestro ánimo sin forma y con letras de fuego
lo declare y resplandezca como el azafrán
perdido en medio de un campo polvoriento.

¡Ah, el hombre que se marcha tan seguro,
el amigo de todos y de sí mismo,
descuidando su sombra que el tórrido calor
imprime en un descascarado muro!

No nos pidas la fórmula que pueda abrirte mundos,
sí alguna sílaba torcida y seca como una rama.
Hoy podemos decirme sólo esto:
lo que no somos, lo que no queremos.



GUADALUPE AMOR




El fauno



El fauno estremecido
en la moldura de la piedra gris
está como dormido
Con sonrisa de gis
delira delirante en un desliz



EDUARDO CARRANZA




Oda con una orquídea




Tus pies de nácar.
Tus doradas piernas
donde el mar ha cantado.

Tu cuello de álamo primaveral
plateado por la risa y despeinado
por el viento y la risa.

Tu hombro derecho
lleno de palabras mías, de silencios míos
y de música dormida, en declive.

Y tu mano, Dios mío, donde he tocado el alma.
Tu mano con una orquídea entre los dedos.

Tu corazón donde una rosa gime
doblada por el temporal.

Tu voz, humedecida por la espuma del mar.
Tu voz, donde mi nombre ha dejado una huella.

Tu cabeza, alta y bella entre los hombros,
como la flor que se abre entre dos hojas.

Tu pecho, como un rumor de orquídeas
entreabriéndose.

Tu boca joven,
tus guerreros dientes,
donde la sangre se hizo blanca y dura
para morder y amar, brillar, reír
en relámpago tibio de jazmín.

Tus cabellos, revueltos como un fuego
negro. Tus cabellos.

Tus labios donde llevas pegados para siempre
mis besos, como el aire.

Y la frente de donde ningún viento podría
desprender las miradas de mis ojos.

Tu mirada que viene de lejos,
de lo oscuro, del origen de la música;
tu mirada que llega hasta tus ojos
húmeda de las flores y la luna
y el sueño, porque anduvo mucho tiempo
por dentro de tu cuerpo y de tu alma
siguiendo un sueño.
Tus miradas, que buscan otro mundo.

Tu cintura, delgada como la de las lámparas.
Tu cintura, delgada como el humo
saliendo de la botella.

Tu cintura delgada e inclinada
hacia el amor como la luna nueva.

Tus ojos que miran el cielo estrellado
y se llenan de lágrimas.

Tus cabellos, casi de niña,
para apoyarse en ellos y llorar,
llorar, llorar, porque no sabemos nada...