sábado, 3 de mayo de 2025


 

MARÍA LORENTE

 

 

 

Tú me pides

 

 

Tú me pides realidades,
yo las nombro allá a lo lejos.
¡Qué distantes se presentan!
¡Qué tristes y apagadas!
Y estás aquí,
delante,
besándome con tus ojos
y yo solo puedo darte
¡sueños, fantasías!
mas tú me ruegas realidades
y como una vagabunda
yo las voy buscando
entre los puentes,
en los pantanos,
¡Qué más da dónde las busqué!
Contigo todo es ascenso,
declive.
¡Pero tú me pides realidades!
Y como un perro
yo las oigo
debajo de las alfombras
como se escucha todo aquello
que ya es polvo.
Yo las acecho,
las vigilo
mas solo puedo
regalarte un trocito de aire
¡y tú me ruegas realidades sólidas!,
con cuerpo,
realidades de estampida
y yo te rozo con mis alas…
Y tal vez
te devuelvo a la vida.

  

De: “Magia es lo que ves”.

VIVIANA PALETTA

 


 

 

Llueven mariposas de tierra

se imprimen en la ventana

dan una corteza a la luz partida de la tarde

un mascarón de proa

que despunta en la memoria

y se sumerge.

  

De: “Arquitecturas fugaces”.

 

DAVID HERNÁNDEZ SEVILLANO

 

  


Artista callejera 3

 

 

Como si en esto que llamamos vida

hubiese algún atisbo de verdad,

la frágil y vivaz titiritera

fue dejando adjetivos

al borde del camino

por los que regresar,

dentro de un tiempo,

a orillas del amor.

 

Pero ocurrieron demasiados cambios

y una borrasca roja de septiembre

barrió el suelo de epítetos.

 

Tal vez con otro nombre,

quizá con otro rostro,

dejó aquella costumbre de arrojar

escombros a la orilla del camino

y se lavó las manos

y escribió en el zaguán de sus verdades:

                cerrado por reforma.

  

Hoy acudí a su cita.

Estaba muy hermosa,

con un brillo especial en su silencio,

como si en esto que llamamos muerte

no siempre hubiese indicios de verdad.

 

De: “El arcón de los títeres”.

CZESŁAW MIŁOSZ

 

 

 

Encuentro

 

 

Estuvimos paseando a través de los campos
en un vagón al amanecer.
Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.
Uno de nosotros la señaló con la mano.
Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

¿Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido?
El destello de una mano, la línea de un movimiento,
el susurro de los guijarros.
Pregunto no con tristeza, sino con asombro.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

CARLOS SAHAGÚN

 

 

 

Aquí empieza la historia

 

 

Aquí empieza la historia. Fue una tarde
en que se habían puesto las palomas
más blancas, más tranquilas. como siempre
salí al jardín. Alrededor no había
nadie: la misma flor de ayer, la misma
paz, las mismas ventanas, el sol mismo.
Alrededor no había nadie: un árbol,
un estanque, ceniza en aquel monte
lejano. Alrededor no había nadie.

Pero, ¿qué es este viento, quién me coge
el corazón y lo levanta en vilon,
y lo hunde y lo levanta en vilo? Una
muchacha azul en la orfandad del aire
ordenaba los pájaros. sus manos
acariciaban con piedad el árbol,
y el estanque, y aquel lejano monte
ceniciento. El jardín ardía al sol.

La miré. Nada. La miré de nuevo,
y nada, y nada. Alrededor, la tarde.

 

 

MELCHOR LÓPEZ

 

  

 

El dios Oro

 

 

Te busqué inútilmente

en mi extravío por las salas

del Museo Británico, dios Oro.

Quería tenerte ante mí,

no en la lámina oscura

de una enciclopedia,

frente a frente los dos mirándonos.

Quería ver tus ojos maliciosos

y tus brazos de basta soga,

tu cuerpo de cordones y madera,

ridículo y terrible.

Te busqué acaso

siguiendo tu llamada.

 

Dios Oro, pobre

dios, muñeco de palo, tosco ídolo,

en qué vitrina en qué sala cautivo,

lejos de tu isla aguardas

el día del rencor y la ira,

la hora del hacha,

del incendio y su llama desatada.

 

Dios Oro, dios

tahitiano de la guerra,

ay del día que te liberes

en tus fuerzas malignas,

en tus potencias sin gobierno,

en los tifones de tus climas.

El horror cegará entonces los ojos

del guardián abatido,

en el silencio de las salas

se oirá un estruendo grande

como si un furibundo cíclope

derribara los muros de su celda,

y un resplandor extraño,

con la forma temible de tu cuerpo,

ascenderá en la noche.

 

Dios Oro,

dios Oro,

estos versos que ahora escribo

responden quizá a una orden tuya,

a un mandato secreto, a un conjuro

que somete a mi mano. Estos versos

acaso anuncian ya tu despertar,

el final del letargo,

la amenaza cercana, la venganza

contra aquellos que ríen

irreverentes, hacen chanzas

ante tu burda

imagen destructora.

 

De: “Según la luz”.