lunes, 3 de agosto de 2015

MARIO BENEDETTI

 

52


si me mareo
puede que esté borracho
de tu mirada

JOSÉ MARÍA EGUREN


 


 

De Occidente la luz matizada
Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina
La pálida sombra.

Los insectos que pasan la bruma
Se mecen y flotan,
Y en su largo mareo golpean
Las húmedas hojas.

Por el tronco ya sube, ya sube
La nítida tropa
De las larvas que, en ramas desnudas,
Se acuestan medrosas.

En las ramas de fusca alameda
Que ciñen las rocas,
Bengalíes se mecen dormidos,
Soñando sus trovas.

Ya descansan los rubios silvanos
Que en punas y costas,
Con sus besos las blancas mejillas
Abrazan y doran.

En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
Y muy grave su dulce, risueño
Semblante se torna.

Que así viene la noche trayendo
Sus causas ignotas;
Así envuelve con mística niebla
Las ánimas todas.

Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De brumosos cabellos flotantes
Y negra corona.

 

CÉSAR VALLEJO


 

Para el alma imposible de mi amada

 

Amada: no has querido plasmarte jamás
como lo ha pensado mi divino amor.
             Quédate en la hostia,
             ciega e impalpable,
             como existe Dios.

Si he cantado mucho, he llorado más
por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor!
             Quédate en el seso,
             y en el mito inmenso
             de mi corazón!

Es la fe, la fragua donde yo quemé
el terroso hierro de tanta mujer;
y en un yunque impío te quise pulir.
              Quédate en la eterna
              nebulosa, ahí,
en la multicencia de un dulce no ser.

Y si no has querido plasmarte jamás
en mi metafísica emoción de amor,
              deja que me azote,
              como un pecador.

 

 

FERNANDO PESSOA



Señor, serenas son...


Señor, serenas son
Todas las horas
Que derrochamos, si en
Malgastarlas,
Como en un jarrón,
Colocamos flores.

No hay tristezas
Ni alegrías tampoco
En nuestra vida.
Luego déjanos aprender,
irreflexivamente sabios,
A no vivirla.

Sino a dejarla flotar,
Tranquila, serena,
Permitiendo que los niños
Sean nuestros profesores
y que nuestros ojos sean
Colmados por la Naturaleza.

A la orilla de la corriente,
Al borde ,de la carretera,
Cae erguida-
Siempre en el mismo
Respiro de luz
De estar vivos.


El tiempo pasa,
No nos dice nada.
Crecemos envejecidos.
Déjanos aprender, como si
irónicamente,
Nos observara partir.

Es inútil mientras
Hacemos un gesto.
No hay resistencia
Al dios cruel
Devorador sempiterno
De sus hijos.

Permítenos recoger las flores,
Permítenos humedecer
Éstas nuestras manos
En los apacibles riachuelos,
De los cuales debemos aprender
A ser apacibles como ellos.

Los girasoles siempre
Están mirando hacia el sol,
Déjanos marchar de la vida
Tranquilos, sin abrigar
Siquiera el remordimiento
De haber vivido.

(12.6.14)
Versión de Rafael Díaz Borbón

IDEA VILARIÑO


 

El olvido

 

Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.

Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos...

Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.

 

LEOPOLDO PANERO


 
 

La melancolía

 

El hombre coge en sueños la mano que le tiende
un ángel, casi un ángel. Toca su carne fría,
y hasta el fondo del alma. de rodillas, desciende.
El él. Es el que espera llevarnos cada día.

Es el dulce fantasma del corazón, el duende
de nuestras pobres almas, es la melancolía.
¡Es el son de los bosques donde el viento se extiende
hablándonos lo mismo que Dios nos hablaría!

Un ángel, casi un ángel. En nuestro pecho reza,
en nuestros ojos mira y en nuestra mano toca;
y todo es como niebla de una leve tristeza,

y todo es como un beso cerca de nuestra boca,
y todo es como un ángel cansado de belleza,
¡que lleva a sus espaldas este peso de roca!