"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 4 de octubre de 2022
CHARLES PÉGUY
Genoveva
Genoveva,
hija mía, era una sencilla pastora.
Jesús era también un sencillo pastor.
Pero qué pastor hija mía.
Pastor de qué rebaño, Pastor de qué ovejas.
En qué país del mundo.
Pastor de cien ovejas que permanecieron en el redil, pastor de la oveja
perdida, pastor de la oveja que vuelve.
Y que por ayudarla a volver, ya que sus patas no podían llevarla,
sus patas extenuadas,
la toma dulcemente y la lleva él mismo sobre sus hombros,
sobre sus dos hombros,
dulcemente plegada como una media corona, en torno de la nuca,
la cabeza de la oveja dulcemente apoyada así sobre su hombro derecho.
Que es el buen lado.
Sobre el hombro derecho de Jesús,
Que es el lado de los buenos,
y el cuerpo enrollado en torno del cuello y en torno de la nuca.
En torno del cuello como una media corona,
como una bufanda de lana que da calor.
Así la oveja misma da calor a su propio pastor,
la oveja de lana.
Las dos patas delanteras bien y debidamente agarradas con la mano derecha,
que es el buen lado,
agarradas y apretadas,
dulce pero firmemente,
como se agarra un niño cuando se juega a llevarlo a horcajadas
sobre los dos hombros,
la pierna derecha con la mano derecha, la pierna izquierda con la mano
izquierda.
Así el Salvador, así el buen pastor
lleva a horcajadas esa oveja que se había perdido, que iba a perderse
para que las piedras del camino no golpeen más sus pies golpeados.
Porque habrá más alegría en el cielo por este pecador que vuelve
que por cien justos que no hayan partido.
Nota:
Charles Péguy, también conocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre
Baudouin.
BENJAMIN PÉRET
Sopa
A la
izquierda de la canoa de donde se extraen sonidos armoniosos
bala un montículo coronado de un ala batiente
que hace gemir el aire que agita
planta de estación condenada por el mes en “r”
untado de mermelada de la cabeza a los pies
Una
lanza blandida en alto traza una flexible línea blanca
que quema el espíritu de los muertos
para siempre barridos de los vivientes sarmientos de la risa
Cuando
el sol haga saltar las piedras de los arroyos que pasan revista
contaremos las miradas que las flores de humo
arrojan a los transeúntes que ya no lo tienen
habiéndolo perdido en un desierto
mientras perseguían un vapor de champaña
tic-tac de un reloj sin agujas
marcando un tiempo sin estación
hilvanando vestidos para sombras
estremeciéndose en un viento viscoso que se detenía
a envolverlos hasta perderlos de vista.
Versión
de Cesar Moro
DIEGO DONCEL
Al
final del invierno
En
este tiempo oscuro solo la infamia resplandece.
La
vida es apenas una triste conversación con los
fantasmas.
Toda
la tarde una lluvia negra nos hizo enloquecer.
Cayeron lentas y sucias las nubes desde el cielo
hasta llenarnos los ojos de barro y de silencio.
Los
sueños se volvieron tan atroces
que únicamente podíamos soñarlos
poniéndonos pastillas debajo de la lengua.
Cuando
mirábamos fuera, veíamos
hasta qué punto se habían convertido
en una impostura aquellas cosas que quisimos cambiar.
Cerramos
las puertas para que no entrara el mundo,
para no ser heridos otra vez
por el idioma de los difamadores.
La
ceniza, poco a poco, fue cubriendo
la extensión de nuestro amor.
Pedíamos
un poco de luz, algo en que creer,
pero ninguna señal se revelaba.
Por
la noche, en medio del zumbido
de los electrodomésticos, los insomnios
no dejaban de agolparse en todas nuestras visiones.
¿Por
qué el deseo de un nuevo mundo
nos ha humillado tanto?, me preguntaste.
Fue
entonces cuando oí algo
respirando allá afuera, en los patios traseros,
junto a la ropa tendida hacía mucho tiempo por mi
madre,
junto a aquella forma suya de limpiar la casa y ordenar
el mundo como si con ello pudiera detener la historia,
las catástrofes personales y la diaria expulsión del paraíso.
Fue
entonces cuando me decidí a salir, cuando vi
estos días azules y este sol de la infancia
y supe que nada había muerto.
De: “La
fragilidad”
CHŪYA NAKAHARA
Vagabundeando
He
salido a la calle
con
los faroles encendidos
y al
paso de los tranvías;
esta
noche también hay mucha gente.
Camino
yo a su lado,
entrado
ya el invierno,
el
corazón del gentío, inquieto, y, como sin razón,
deslumbrante
todo y a la vez sombrío.
Sobre
los edificios, en las profundidades del cielo,
la
niebla permanece agazapada en silencio
mientras
la alegría del pasado se entrega
sin
reservas a una sonrisa estudiada.
No
me apetece comer nada
ni
tengo un destino definido,
el
andén húmedo de la estación
es…
todo cuanto ansío.
De: “Abrazado
a las estrellas”
CECILIA ORTIZ
Escribir
el libro
ha sido un esfuerzo
inesperado
Un atropello
las andanzas
de una fiebre inusitada
LUIS GERARDO MÁRMOL
Imitación
de tu fu
La
luna sobre el urape purpúreo
y el cielo tamizado con canela.
Comienza la sequía. Hay dolor y sangre en mi región.
¿Cómo puedo yo, íngrimo,
toparme con un cerro tornasolado
y llenar mis entrañas con el aura vespertina?
Como
hojas crepitando: así hablamos ahora,
así es nuestro arrullo.
Más allá, las flores de un escuálido araguaney;
un mínimo pero noble y seguro resguardo contra la inclemencia.
Las
guacamayas azules y doradas, como los días del Edén,
vuelan delante del sol por última vez
y se abrigan ya sobre los hombros de otro árbol,
uno que en cambio es corpulento y alto,
como aquellos que, de tanto mirarlos,
llevaron al hombre a alzar sus templos.
