domingo, 9 de enero de 2022


 

JANE DURÁN

 


 

La cancha de básquetbol en Central Park

 

 

De inmediato mi hijo salió de la banca y corrió
hacia el aro más lejano. Ahora podía ver,
podía estar ahí, era verano

y la luz no se iría en un largo rato.
Pensé en mi propia infancia en Manhattan,
incluso en los patines metálicos

que solía atar a mis zapatos —
una variedad de imágenes agradables, parciales
en un vector demasiado tranquilo para ver más allá

condujeron a esta banca en Central Park.
Cuando llegó el atardecer los jugadores más viejos
perdieron el rumbo —su juego, los saltos

y gritos habían sido amigables y buenos.
Mi hijo tuvo un último tiro a la canasta
hizo una bandeja con su mano izquierda

y el balón se detuvo en el aire —paró
sólo un poco más arriba que el aro, ligeramente
a un costado, y permaneció ahí, quieto.

 

 

JOSÉ MÁRMOL

 

  

Cada cual

 


cada cual tiene su imposible con forma de recuerdo al que adora. cada quien un amor. una dolencia. un anhelo. una serie de olvidos que recuerda. cada quien bajo cada lluvia esconde. por lo intacto de sí mismo una carencia. cada cual un rostro bello. unas tibias manos elongadas y limpias. el toque sigiloso de un pezón con los dedos prendidos de deseo. un gesto de la infancia. una mirada en vano desde un auto veloz. las sílabas de un nombre. ese nombre solo. perseguido sin noticia por los siglos de los siglos. cada cual encubre un imposible con trapos de ilusión o de fatal aviso. cada quien lo desconocido ama. lo perdido que nunca fue jamás. lo vivido a cada leve instante. en que uno se despoja de la vida. para ir sin rumbo alguno. ligero de sí. y del peso de su rostro imperdonable.

 

De: “Encuentro con las mismas otredades II”

 

BEATRIZ RUSSO

 

  

Simbolismos

 


Hay un ojo inscrito sobre la cruz de tu cuerpo.

La luna bombea la sangre de los que aúllan una

melancolía eterna.

Ahora mis párpados se abren invocando el sueño

de lo divino.

 

 

ROBERTO COREA TORRES

 

  

sentado en el parque

 


Tanto peso

Tanto andar

Denso de imágenes

Y sin embargo

Estar en la misma fuente

Con un tiempo apenas visible

Inútil contertulio de las tardes

 

De: “ahora que ha llovido”

 

JOAQUIN SABINA

 

  

 

Peces de ciudad

 

 

Se peinaba a lo garçon

la viajera que quiso enseñarme a besar

en la Gare d’Austerlitz.

Primavera de un amor

amarillo y frugal como el sol

del veranillo de San Martín.

Hay quien dice que fui yo

el primero en olvidar

cuando en un si bemol de Jacques Brel

conocí a mademoiselle Amsterdam.

En la fatua Nueva York

da más sombra que los limoneros

la estatua de la libertad,

pero en desolation row

las sirenas de los petroleros

no dejan reír ni volar

Y, en el coro de babel,

desafina un español.

no hay más ley que la ley del tesoro

en las minas del rey Salomón.

Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis sueños va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un no te quiero querer.

Y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad

Que mordieron el anzuelo,

que bucean a ras del suelo,

que no merecen nadar.

El dorado era un champú,

la virtud unos brazos en cruz,

el pecado una página web.

En Comala comprendí

que al lugar donde has sido feliz

no debieras tratar de volver.

Cuando en vuelo regular

pisé el cielo de Madrid

me esperaba una recién casada

que no se acordaba de mí.

Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis venas va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un liguero de mujer.

 

y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad

Que perdieron las agallas

en un banco de morralla,

en una playa sin mar.

 

VÍCTOR JARA

 

 

 

Somos cinco mil

 

 

Somos cinco mil aquí
en esta pequeña parte la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total
en las ciudades y en todo el país?
Sólo aquí,
diez mil manos que siembran
y hacen andar las fábricas.
Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura.

Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Uno muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse
todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra un muro
pero todos con la mirada fija en la muerte.
¡Qué espanto produce el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es un acto de heroísmo.
¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existe un número
que no progresa.
Que lentamente querrá más la muerte.

Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona
llena de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!
Somos diez mil manos
menos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.