sábado, 11 de septiembre de 2021


 

ROBERTO MALATESTA

 


 

Inconcluso

 


Conozco (entro y salgo de)
un viejo poema
inconcluso,
dice algo así:
"pequeñas
flores naranjas
visitadas
por
abejorro negro."
No soy su autor
puesto que,
como lo he advertido,
aún no está terminado,
por lo tanto
tampoco se ha concluido
su autor,
(aunque en este caso
exista la ventaja
de saber
quien ha de ser).
Entonces
sobresale la idea
de que el autor
también
se edifica en el poema.
Cuando lo termine
se los mostraré
diré:
-he aquí mi poema concluso-
No sé si para entonces
seré más feliz.
No está del todo mal
saberse custodio
de un poema inconcluso.
Pero prosiguiendo
con el cómo
de su resolución
puedo precisar
que
básicamente
ésta se reduce
a un problema
(a todo esto,
acepto ayudas,
la poesía de un autor
también es
la poesía de sus amigos,
entonces:
el poeta es
uno que es plural)
El problema,
en eso estábamos:
¿cómo decir lo que se oye
en aquello que se ve?
La solución propuesta sería:
«Zumbido negro sobre naranja»
Pero no me tiene del todo
satisfecho,
me quita,
me induce
al sueño:
sueño naranja y negro
que se va y regresa
como el abejorro.
Otra sección,
agregada a posteriori,
no menos fundamental,
se preguntaría:
¿La poesía –toda-
se compone
de obras inconclusas?
y luego
¿A fuerza de fracasar
qué es el fracaso?
¿Pero porqué esta sección,
qué importancia
tendría
en un poema ya
concluso?
¿O es que acaso
he desistido
de arribar
a su punto final?
¿Acaso el proyecto
sea
la construcción
de un poema
que permanezca inconcluso?
Quién sabe.
Quién habría de saberlo...


DENISSE VARGAS

 

  


Licencia para ejercer la libertad



Todo documento es falso.

La licencia original no requiere autorización ni firma.
Por huella
bastan tus pasos sobre el césped mojado,
por sello
la marca que deja tu risa en lugares prohibidos.

No tiene fecha de vencimiento,
no se lleva en el bolso
ni colgada del cuello como una credencial.

Se lleva en la frente
como la llevan las águilas y los amaneceres
como la llevan los grandes poemas
que alumbran el camino a través de estas cavernas.

 

LAURA CÁRDENAS

 


 

Yo soy yo

 

 

4

Siempre intentando dar forma, integrar lo de adentro
en afuera. Intento, intento, intento. Buscar la forma,
lo concreto, lo que se siente y no se ve, lo que se siente.
Buscando el círculo, el cuadrado, el triángulo que diga:
dolor, alegría, lucha, sobrevivencia. Palabras, signos
en los que algunas veces uno transmite, uno dice, uno
comunica el grito. Estoy aquí, estoy aquí. Mi grito,
mi eterno grito. Necesidad de entender mi propia identidad
en voces, en letras. La sintaxis de mi propia alma, no
la de nadie. Mi propia alma.
Resignarte, gozar tu diferencia. Gozar el dolor de parir
diariamente. Parir diariamente. Destino fatídico. Parir
diariamente. Dar a luz. Dar a luz. Dolores de parto.
Dolores de parto. Maldita sea. Mi destino, mi destino…

 

 

DIEGO ALEXANDER

 

 


Nada nos pertenece
 

A mi madre.

 

 

Nada nos pertenece, madre.
Nada nos pertenece.
Ni esta vida de paso que apenas nos sostiene,
ni los remotos días en que viste la dicha,
esa dicha tan breve.
No, madre, nada nos pertenece.
Yo te escucho y lamento cada tarde vacía.
Me culpo, yo conozco la culpa,
por no ser más feliz, por no aferrarme más,
por dejar que me pase por encima la vida
o me alcance la muerte (y la espere sin prisa).
Madre, nada nos pertenece.
Y nos es un pronombre que se pronuncia solo.
Yo, solo yo que te amo conozco de tus lágrimas
tan plagadas de historia.
Yo sé que un día, por ejemplo,
te sentiste tan sola y tan desamparada…
No, madre, no sé nada.
Guardemos los secretos, toda
la ropa sucia debe lavarse en casa.
Madre, nada nos pertenece.
Un día nos iremos de esta casa,
de estos humildes muebles, de las blancas ventanas
y de las celosías. Un día nos iremos, madre,
y veremos de lejos, y cada vez más lejos,
que atrás se van quedando pedazos de la vida:
mi infancia consumada y tus dieciocho años,
mi adolescencia vana sobre tu breve espalda
y tu vejez que aguarda acodarse en la mía.
Madre, son las dos menos treinta y nada nos pertenece,
solo nosotros, que apenas nos sabemos,
que apenas hemos visto un rostro en el espejo
y decimos entonces:
este tiempo no cesa de roerme la vida.
Yo, madre, yo que soy esta herida,
esta herida de muerte que va sangrando tiempo,
hoy presiento que pronto
(ojalá me equivoque) rendirás tus banderas
al barco de las sombras.
Y a pesar de que digo que nada
incluso nada, tenemos en las manos,
tiemblo cuando imagino
tus brazos, tus abrazos, para siempre cerrados.
Nada nos pertenece, madre. Pero si de algo sirve
sigamos navegando, yo te ofrezco mi viento
para empujar tu barco.

 

 

MIGUEL SANZ CHUNG

 

 


 


Mi mujer desea que nuestros hijos
sean perfectas esferas de vidrio.
A veces se entrega con desesperación
a la tarea, pero solo consigue pelotas
que se desmoronan como migas de pan.
Mi mujer se culpa y los culpa por ser pan
y no arcilla, por ser pan y no madera ni metal,
tierno pan recién salido del horno
que acuna entre sus brazos mientras llora.

 

LUIS ALONSO CRUZ

  

 

I



Y ahora aparece este satori
que se puede tocar
como esta pared.

Un reloj
esparce ondas
y todo lo que era pasado
se hunde en un barro azul.

Es hora,
todo vuelve a nacer.

Esta quietud de lo inacabado
como el día eterno,
es este satori a punto de explotar.

La explosión y la paz.
El reino de la total quietud
en esta infancia –vegetal–
que es
como un niño de azúcar,
que juega con números sagrados
y hace figuras
con las sombras.

Transforma la noche
entre sus dedos.
En el intento
concibe al mundo como un animal de laboratorio.

 

De: “Jardín mecánico”