miércoles, 29 de mayo de 2019


RICARDO CASTILLO




Oda a las ganas



Orinar es la mayor obra de ingeniería
por lo que a drenajes toca.
Además orinar es un placer,
qué decir cuando uno hace “chis, chis”,
en salud del amor y los amigos,
cuando uno se derrama largamente en la garganta del
            mundo
para recordarle que somos calientitos, para no desafinar.
Todo esto es importante
ahora que el mundo anda echando reparos,
            hipos de intoxicado.
Porque es necesario orinarse, por puro amor a la vida,
            en las vajillas de plata,
en los asientos de los coches deportivos,
en las piscinas con luz artificial
que valen, por cierto, 15 o 16 veces más que sus dueños.
Orinar hasta que nos duela la garganta,
hasta las últimas gotitas de sangre.
Orinarse en los que creen que la vida es un vals,
gritarles que viva la Cumbia, señores,
todos a menear la cola
hasta sacudirnos lo misterioso y lo pendejo.
y que viva también el Jarabe Zapateado
porque la realidad está al fondo a la derecha
donde no se puede llegar de frac.
(La tuberculosis nunca se ha quitado con golpes de
            pecho)
Yo orino desde el pesebre de la vida,
yo sólo quiero ser el meón más grande de la existencia,
ay mamá por dios, el meón más grande de la existencia.


IBN HAZM





Si mira, el que está vivo muere por su mirada.
Si habla, dirías que se ablandan las piedras.
Es el amor como un huésped que hizo alto en mi espíritu:
mi carne es su alimento; mi sangre, su bebida.

De: "Sobre el olvido"



ALEKSANDR PUSHKIN





Yo la amé...



Yo la amé,
y ese amor tal vez,
está en mi alma todavía, quema mi pecho.
Pero confundirla más, no quiero.
Que no le traiga pena este amor mío.
Yola amé. Sin esperanza, con locura.
Sin voz, por los celos consumido;
la amé, sin engaño, con ternura,
tanto, que ojalá lo quiera Dios,
y que otro, amor le tenga como el mío.
                       
                                                           1829

Versión de Rubén Flórez Arcila


VICENTE GAOS





Hay un reguero dulce y encendido...


Hay un reguero dulce y encendido
de sol sobre los álamos dorados.
Y, a lo lejos, los montes ya nevados
encalman el paisaje atardecido.

Si ahora tuviera el corazón dormido,
los ríos de la sangre no encrespados,
y ojos para mirar enamorados
los chopos dónde aún tiembla el sol huido...

Si ahora como esa luna ser pudiera
que boga virginal, tan lentamente,
tan alma pura en el azul... Si fuera

un álamo, una luna, un dios luciente...
Más sólo soy un hombre en la ladera,
un hombre sólo, apasionadamente.


ISABEL RODRÍGUEZ BAQUERO





Eros



Escalo la montaña de tu pecho.
Tus manos son la suma del ardor.
Me pierdo por la fiebre de tus labios.
Nos estalla en los muslos un volcán.

Tu aroma de canela y yerbabuena.
Mi almizcle y mi naranja y mi jazmín.
Y tu olor de simiente desgranada,
y la arena anhelante de mi sed.

Las palabras son música infinita,
estremecido son de viento y mar,
puertas del abandono y la pasión.

No necesito verte: te dibujo
con mis dedos, mis labios y su sal.
Y paladeo el gusto de tu piel.


OLVIDO GARCÍA VALDÉS





El rey Cophetua y la muchacha mendiga

                                                        Burne-Jones



Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.
Están en una sala y la ventana
descorre sus cortinas a un atardecer
boscoso,
pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.
Él la mira a ella. Ella a lo lejos.
Hace ya mucho tiempo que él la había soñado
como un aire
de cigüeñas, una luz,
y ahora estaba allí.
Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.
Campanillas azules en la mano.
Él sabe que se irá. No hablan
y el momento está lleno de voz,
voz acunada, lejana.
El amor es una enfermedad,
campanillas azules. Siempre en ti,
como en el sueño, volviendo
siempre en ti. Tan incierta
la luz. Como en el sueño.


De: "Exposición"