miércoles, 1 de enero de 2020


CARL SANDBURG





Primer linchamiento



Hubo dos Cristos en el Gólgota:
uno bebió vinagre, otro miraba.
Uno estaba en la cruz, el otro en la muchedumbre.
Uno tenía los clavos en sus manos, el otro, agarrando
                     un martillo, clavaba clavos.
Había muchos más Cristos en el Gólgota, muchos más
compañeros ladrones, muchos, muchos en la multitud
                     aullaban el equivalente judeo de: "¡Matadlo! ¡Matadlo!"
El Cristo que ellos mataron, el Cristo que no mataron,
ambos estaban en el Gólgota.

¡Piedad, piedad por estos tobillos rotos!
¡Piedad, piedad por estas muñecas dislocadas!
Los brazos de la madre son fuertes hasta el final.
Ella le sostiene y cuenta los borbotones de sangre de su corazón.

En él había el olor de los barrios bajos,
iniquidades de los barrios bajos encendían sus ojos.
Canciones de los barrios bajos se trenzaban en su voz.
Los enemigos de los barrios bajos odiaban su corazón de
                      barrio bajo.

Las hojas de un árbol de la montaña,
hojas con una girante estrella temblando en ellas,
rocas con una canción de agua, agua, encima de ellas,
halcones con un ojo fijo en la muerte, siempre, siempre,
el olor y el poder de esto estaban en sus mangas, en las
                     ventanas de su nariz, en sus palabras.

El hombre de los barrios bajos fue muerto, el hombre de
                     la montaña vive.


Versión de Agustí Bartra



DAIGAKU HORIGUCHI




Noche argentada




En la calle bañado por la luna
Taciturno, Pierrot se erguía.

La imagen pálida de Pierrot
¡Humedecida por los rayos de la luna!

A su alrededor echó en vano la mirada fija
buscando la sombra de Colombina.

Y con desconsuelo infinito
¡Se le saltaron las lágrimas!


JEANNETTE CLARIOND





Sed



Ser luz que alumbra tordos entre las hojas,
sol penetrando la abierta llaga,
niebla que transforma el destino de tu sueño,
desolación de faro,
gaviota sedienta
que se aleja cuando la lluvia.


DAVID ESCOBAR GALINDO





El viejo grito



Sorpresa. Barro. Espíritu.
Llegas cayendo en mí, lluvia del tiempo,
con tus augustas sombras de fría limpidez,
y de repente estoy en otras épocas,
entre las piedras de otros horizontes,
libre de la conciencia que me amarra a una imagen voluble
                  como el polvo,
concluyendo en un ancho silencio de memorias.

¿Este -aquí- es mi dolor o en el pulso inventado?
Tú no calles, nostalgia de la esfinge.
Vuelvo de las tormentas, de los rostros,
de la miradas húmedas en alcohol o belleza,
de los niños que un día salieron de mis ojos,
de la remota luz que temblaba en las flores de una
                   música ajena,
y al recorrer mis pasos conocidos
ya no soy el primer habitante que gime,
el sol es como un ojo vacío a mis espaldas.
¡Tú no calles, nostalgia de la esfinge!
Algún día se llega de regreso a la sombra
y entonces es preciso llevar siquiera un rayo de certeza.

En las bodas del sol y de la tierra,
la edad perdió sus laberintos
al conjuro del tiempo destrozado...

En las bodas del sol y de la tierra,
fue el principio del rostro.
Fue la ferodidad un lirio de ternura.
El hallazgo vacío. El crecimiento
para poblar de llamas el recuerdo...

Bodas,
relucientes bodas que en verdad fueron bellas...


SILVIA EUGENIA CASTILLERO





Río Sena
(ocres)



La calle nace, el puente
donde te recorría;
la calle viene
desplomándose bajo mis pies.
La calle abre su incertidumbre
para buscarte.
Pero el Sena huye en sombras precipitadas.
En el envés de tu aroma
el puente: cae tu paso
donde empezaba el mundo.
Calle:
amasijo de imágenes en el río.


JOSÉ MANUEL CABALLERO



  

Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna...



Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio
contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra
yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas,
los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La botella vacía se parece a mi alma.


De: "Laberinto de fortuna"