sábado, 19 de abril de 2025


 

JOSÉ LUIS DÍAZ CABALLERO

 


 

Mansedumbres

 

 

Me pregunto cómo os afectó la muerte de Franco,

cuántos paisajes salvajes se liberaron con ella

o qué discursos nuevos pronunciasteis

bajo el sol radiante

de la nueva España.

 

El dictador murió mientras me buscabais

 

desesperadamente.

 

Ni los últimos fusilamientos del régimen,

con sus albures desgarrando albas;

ni la clandestinidad,

con sus abultados meandros aplastando la censura;

ni la transición,

con sus doctores inquietos erradicando

múltiples raíces improbables;

ninguno fue                germen.

 

En vuestra burbuja erais

tiranos de la Nada,

Nada os cambió,

salvo mi anuncio infértil a finales de los setenta

y esa emoción

salvaje

serenándoos con frugales mansedumbres.

  

De: “Atlas en rojo”

 

 

FRANK BÁEZ

 

 

 

En la Biblia no aparece nadie fumando

 

 

Pero qué tal si Dios o los que escribieron la Biblia
se olvidaron de agregar los cigarros
y en realidad todas esas figuras bíblicas
se pasaban el día entero fumando
al igual que en los cincuenta en que se podía fumar
en los aviones y hasta en la televisión
y yo imagino a todos esos gloriosos judíos
llevándose sus cigarrillos a los labios
y expulsando el humo por las narices
en lo que aguardan
por sus visiones o porque Dios les hable,
e imagino a David tocando el harpa
en un templo lleno de humo,
a Abraham fumando cigarro tras cigarro
antes de decidirse a matar a Isaac,
a María fumando antes de darle a José
la noticia de que está embarazada,
e incluso imagino a Jesús sacando un cigarro
de detrás de la oreja y fumando
para relajarse antes de dirigirse a las multitudes
reunidas en torno suyo.
Yo no soy un fumador.
Pero a veces me vienen ganas y fumo
como en este instante en que miro la lluvia
caer tras la ventana
y me siento como Noé cuando esperaba
que pasara el diluvio y se la pasaba
de arriba a abajo por toda el arca
buscando donde había puesto
esa maldita cajetilla. 

 

ALDA MERINI

 

 

 

Un amigo

 

 

¿Qué es un amigo?
Una masa de carne
adentro con un hilo de alma
que te mira con miles de ojos
y te sientes perseguido.
No es amor solamente,
es uno que ha comprendido
que el verdadero enemigo del hombre es la vida
y la quiere estrangular,
y te mata también a ti,
por confusión de amor.

 

 

 

OLALLA CASTRO

 

 

 

IV

 

 

Llevamos con nosotros el sello
de nuestra civilización tan avanzada:
20 jarras de cristal y 2 vajillas;
300 pañuelos (de seda, cómo no)
y 5 relojes de bolsillo;
24 toneladas de carne,
2 de tabaco, 35 de harina;
20000 litros de sopa,
8000 de licor y 1200 libros.
Leo a Dickens
mientras los hombres beben
y sueltan sus bravatas.
Dos borrachos pelean en cubierta.
Oigo los puños golpeando la carne
y los vítores entusiastas de quienes miran.
Sé que alguien los separará
justo antes de que puedan matarse
y cada cual volverá a su camarote.
Quedará la sangre sobre el suelo,
la maraña de hilos rojos
que rodaron del labio a la madera.
Esta mancha es lo que somos:
la delicada porcelana
que vinimos a mostrar a los salvajes.

 

 

LI BAI

 

 

 

Conversación en la montaña

 

 

¿Me preguntas por qué habito
en estas colinas verdes jade?
Yo sonrío. No hay palabras para expresar
el sosiego de mi corazón.
¡Que fascinante la flor del melocotón
arrastrada por la corriente del agua!
Aquí vivo en otro reino
más allá del mundo de los hombres.

 

FRANCISCA AGUIRRE

 

 

 

Hace tiempo

A Nati y Jorge Riechmann



Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.

Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.

Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren