miércoles, 22 de febrero de 2017


CARLOS BARRAL


  

Luna de agosto



Insistió en no acercarse demasiado,
temerosa de la intimidad caliente del esfuerzo,
pero los que pasaban
cerca con los varales y las pértigas
nos sonreían,
y sentía con orgullo su presencia
y que fuese mi prima (aún recuerdo
sus ojos en la linde
del círculo de luz, brillando
como unos ojos de animal nocturno).
Yo quería que viese
aquel vivo episodio de argonautas
que era mi propiedad, de mi experiencia:

Primero las antorchas,
la llama desigual de gasolina,
luego, súbitamente,
la luz del petromax, violenta,
haciendo restallar los colores, el brillo
de la escama pegada a las amuras,
y los hombres,
veinte tal vez, que intentan,
azuzándose a gritos,
mover el casco hacia la mar
que latía detrás como un espejo.

-Mira, ya arranca-.
Una espina de palos
que caen en el momento
preciso, y gime la madera y cantan
los garfios en cubierta.
                                      Verde
esmeralda el agua
como menta al trasluz, y ellos
tensos como en un friso
segado por sus hojas, o trepando
desnudos mientras boga
suave olas adentro...

Luego, mientras la lancha se alejaba
se vieron cruzar cuerpos bajo el fanal,
músculos dilatados, armonía
física, y sentimos
que la brisa, como un objeto amable,
se apoderaba del lugar en que dejaron
una estela de huellas y carriles.
Miré a la altura de su voz. -¿Nos vamos?-
dijo, y la sombra azulada del cabello
la recortaba en una mueca triste.
Dulce.
              Me conmovió que fuera
cosa de la naturaleza, como parte
de su incierto castillo de hermosura.
Pero ahora que la hermosura me parece
cosa de la naturaleza sin misterio,
pienso si no sería por contraste,
si estaría pensando en las medidas
de su gloria cercana, en los silencioa
de un atento aspirante al notariado
con zapatos lustrosos y un destino
decente...
                   Caminaba
despacio hacia la calle alborotada.
Las luces del festejo
brincaban en su blusa
como una gruesa sarta de abalorios.



ALDOUS HUXLEY




Topiario



No siendo posible a veces comprender
por qué hay gente cuya carne ha de parecer
cual carroña tumefacta en fétida vaharada,
henchida de larvas ante el ojo que la mira,
henchida de larvas para el tacto de una mano;
por qué hay hombres sin piernas,
como balas en carritos chirriando
cual monos de interminables brazos:
no pudiendo ver por qué Dios el Topiario
ha de formar, esculpir y retorcer
los cuerpos humanos en tan fantasmagóricas figuras:
sí, ignorando la finalidad de todo esto, a veces deseo
ser algo fabuloso en la mente de un tonto,
o, en el fondo del océano, en un mundo sordo y ciego,
feliz y remoto, un gigantesco pez de desorbitados ojos.


Versión de Jesús Isaías Gómez López,




ANIBAL NÚÑEZ




Aquella música que nunca...



Aquella música que nunca
acepta su armonía es armonía:
arpegios que se miran en la luna,
trinos que se regalan el oído
son sucia miel, no música

Tienes ejemplos en las olas
que saben que su próxima batida
en el acantilado no es la última
ni la mejor de todas
                                   y en la lluvia
que da su aroma a tierra agradecida
y no puede sentirlo

                                   De la lucha
contra tus propios ídolos
nace toda, la única
armonía celeste: lluvia, olas
son insatisfacción, son melodía,
inagotable música.


De: Definición de savia


ARMANDO ROA VIAL




Sótano.



De tanto jugar con el lenguaje
olvidé cerrar la puerta de la palabra sótano
y la noche se desbarrancó escaleras abajo
entre paredes que se ajaban en silencio
y estertores de relojes
y baúles polvorientos
y un vago tumulto de pensamientos muertos.
Todo se volvió subterráneo
hasta perder sus raíces en medio de la oscuridad.
Y entonces sentí que algo se despeñaba
en la profundidad devoradora de mi boca
hasta convertirse en forma sombría,
en opresión de tierra
y en proximidad de huesos.



CARLOTA CAULFIELD



  
Scusami, I walk alone

                      "La bandada de aves cruza el viento por encima del río"
                                                                           Inscripción egipcia





Entre la palabra y la música
llevo mi rubor ceñido
hasta los tobillos.

Ojos, párpados, labios, uñas...
vigilan la suerte
de la quietud imposible.
Busco purificaciones
y a modo de tela
me dejo ungir con gracia.
 

CINDY JIMÉNEZ VERA




La mujer de Tommaso Landolfi



—Traduciré a Gógol, —le dijo a su mujer, Tegucigalpa.
Suena un portazo.
Landolfi lleva tres días encerrado en su estudio en Roma. Los vecinos alarmados al no ver salir de su casa al huraño escritor y, ante la ausencia del olor del pan que su mujer hornea en las tardes, advierten a la policía del suceso.
Dos carabinieri confirman, frente a las incrédulas luces de las cámaras de los
paparazzi, que Landolfi yace desinflado en el suelo justo detrás de su escritorio. Una tachuela incrustada en su glúteo izquierdo es prueba infalible del asesinato.
Tegucigalpa ha huido con todos sus materiales inflables.
Nunca superará el suicidio de su mejor obra.

De: Tegucigalpa