sábado, 11 de octubre de 2025

KATI HORNA


 

YHONAÍS LEMUS

 

  

a Katy Horna¹

 


se quita la ropa poco a poco
sabe interactuar con la cámara la seduce
aunque la mujer no entrega el rostro
entrega una máscara blanca
mientras sostiene un paraguas
esto es una
“Oda a la necrofilia”²

la cama es un sarcófago amable
dormimos para atravesar la muerte
todos los días

¿quién se mira en el espejo?
dime:
¿quién tiene una vela, una llama, un libro,
una soledad que le carcome?
¿quién da la espina dorsal como si fuera el asa de una taza
para sentir el sorbo?

 

 

1.- Kati Horna (1912-2000) fue una fotógrafa anarquista nacida en Hungría y mexicana de adopción. Horna conoció a Leonora Carrington, a Remedios Varo y Benjamin Péret, con quienes formó lazos de amistad importantes. Leonora, Remedios y Kati —todas formaron parte del movimiento surrealista— se hacían llamar brujas y lanzaban hechizos artísticos que se convirtieron en colaboraciones de las dos pintoras y la fotógrafa.

2.- Me inspiro en la serie Oda a la necrofilia, 1962.


AURELIANO CARVAJAL

 

 

Estudio del ángelus marino


 

Permíteme esperarte, que llevo horas,

que llevo soportando la mañana

y tu anillo me pesa demasiado,

permíteme quejarme ―y ya no puedo―

permite que te busque hasta en las aves:

 

Por hoy no puedo ser correcto,

quisiera dibujarte con gaviotas

tus cejas, ojos, labios, con gaviotas;

y ese vaporoso pecho

ese sutil almidonado pecho

(apenas musitado por las nubes)

quisiera devorarlo a pinceladas.

 

Y ahora que lo pienso ya no vengas

que busco colorearte como anhelo

—y voy muy bien en tu retrato—:

 

Aspiro el horizonte de tu vientre,

el modo en que destila

el agua entre tus muslos,

adoro el encaje de tus piernas

—y la forma en que cambia con las olas—,

adoro imaginar que luego, al final

se podrían trazar tus huellas en la arena,

podrían no sé, calcarse con las mías.

 


AHN DO-HYUN

 

 

Las culebras que van a Seúl

 


Las culebras salieron del bosque al pavimento con ganas,
juzgando que les convenía más correr que arrastrarse.
Torcidas estaban rodando hacia Seúl de prisa.
Pero más tarde se dieron cuenta de que
estaban arrastrándose haciendo curvas,
así que estiraron el cuerpo y se tendieron como línea recta
para llegar más pronto, jurando que jamás se arrastrarían.
Al fin sus cuerpos redondos y largos se hicieron planos.
(Pero no digas que se murieron.)
Desde aquel tiempo empezaron a abrazar el pavimento con toda su fuerza.
Empezaron a convertirse en asfalto negro pegándose a la carretera.
Van de todas partes de la república hacia Seúl.
También voy a veces a Seúl montado en sus espaldas.

 

Versión de Kwang Yeul Koo

 

 

LEONARDO ALEZONES LAU

 

 

Film



clavel
piano a media tarde

un ejército marcha
para pisotearte

esa es la verdadera belleza



MAURIZIO MEDO

 

  

Reality

 

 

La novela como una categoría social, y una
acción intuitiva de la condición humana.

Como eso que hondura kitsch en el alma.
(En el reality, va el último galán por su
pensión de viudez en la cola de inmortales.

Aquella fue su fiel, bellos tranvías.
Otrora ese el rival)

La novela como un plano simultáneo,
oscura bizarrería y aliento kafkiano.

Como un arranque del prime time estelar.

—Oh sino trágico—gimió el productor y atestiguamos
una sarta de tandas comerciales.

Como eso que sobra, fuera de escena,
Latinoamérica es una novela,
sin un happy end en el capítulo “visados”.

Errata al escribir hambre
(con la e de esperanza),
espartana como si en vez
de una ménade…

Pero, telúrica, rapsoda
entre serenata y carnaval.

Oh Señor de los temblores ten piedad.


 

LUIS RIUS AZCOITIA

  

 

León Felipe en sus 75 años

 

 

Vedlo otra vez aquí.
De su vieja piel brotan
absurdamente flores
en salvaje melena enmarañadas:
recientes, frescas, olorosas flores
(así Elvira Gascón lo ha dibujado).
Y de la cueva honda de su boca
a veces una voz terrible sale
clamando; voz oscura
que, inesperadamente traicionada,
al aire se transforma
en un tierno, armonioso,
inexplicable canto.

El león viejo, siempre
caminando sin tregua, solo, acecha
en torno a sí, de día;
de noche, cara al cielo.
Errante majestad, centro moviente,
inestable, de un mundo
cambiante como él, sin equilibrio.

Quisiera descansar un poco; tienen
sus fauces la nostalgia
de un enorme bostezo. Pero siente
que una larga mirada lo vigila.
Por eso se revuelve,
se irrita, increpa, llora,
suplica.
Ruge amenazador a las estrellas
clavadas en la rueda de la noche,
buscando al ojo inmóvil entre ellas
—única estrella fija—
sin esperanza de encontrarlo nunca
en ese sinfín de astros sin sentido.

Él sabe que está ahí. Aguda siente
su mirada punzándole la piel,
mojándole de helada claridad
la florida melena embravecida.
Y escudriña la noche
y cuenta estrellas (antes,
piedras había contado)
e impotente blasfema
por fin para incitar
a Dios a revelarse.

Él no sabe si le lanzaría entonces
un zarpazo rabioso
para dejarlo ciego,
o si bajo la lluvia
de su luz se echaría
adorándola humilde
a cobijar su sueño ya logrado.

Ya ha caminado mucho el león viejo.
Le ha dado varias vueltas
al mundo, por eriales,
por selvas, por la guerra, por la paz,
por las noches y por días,
sin descubrirlo; orando, sin hacerse
oír de Él, sin conmoverlo nunca.

Y ahora vedlo otra vez
pasar junto a nosotros;
nosotros, que sentimos
cómo su voz que clama
en la noche, terrible,
en nuestro pecho queda absurdamente

resonando tan dulce
como la voz de un pájaro o de un niño.