"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 12 de agosto de 2019
FRANÇOIS COPPÉE
La piedad de las cosas
El
dolor agudiza los sentidos;
- ¡Ay! mi cariño se ha ido! -
Y en la naturaleza, siento
una simpatía secreta.
Siento que los nidos pendencieros
por mí están forzados,
que hiero las flores
y que las estrellas se quejan de mí.
El curruca parece de
su canción alegre estar avergonzado,
el lirio sabe el daño que me causa,
y la estrella también se da cuenta.
En ellos oigo, respiro y veo a
la querida ausente, y lamento
sus ojos, su aliento y su voz,
que son estrellas, lirios y curruca.
- ¡Ay! mi cariño se ha ido! -
Y en la naturaleza, siento
una simpatía secreta.
Siento que los nidos pendencieros
por mí están forzados,
que hiero las flores
y que las estrellas se quejan de mí.
El curruca parece de
su canción alegre estar avergonzado,
el lirio sabe el daño que me causa,
y la estrella también se da cuenta.
En ellos oigo, respiro y veo a
la querida ausente, y lamento
sus ojos, su aliento y su voz,
que son estrellas, lirios y curruca.
ÁNGEL COLLADO RUÍZ
VI
Cuánto
de amor, amor, hay en la tierra
y
en la sangre que adsorbe la tierra
cuánto
de amor desperdiciado
Por
amor se destrozan alas incipientes
descienden
del vuelo primoroso
que
ilumina los más hondos sentidos
cosas
que ven los que sueñan
en
lejanas estrellas
para
que adornen madrugadas
sábanas
frías recién dispuestas
preámbulo
de nupcias que nunca llega
pies
cubiertos de barro
trazo
profundo entre suspiros
sirven
de guía sinuosas brechas
desinhibidas
hacen ocurrentes
horas
que robadas al sueño
dibujan
hacedores de fantasías
Desde
el último árbol amarillo
llueven
plumas de sus alas
refugio
de miríadas descomponen,
amor,
el triste destino del que parte
GIOVANNY GÓMEZ
Esa música que no escucha nadie
Te
busco
en
esa ventana cerrada en la que ya no me veo
y
por la única que vi follajes finos
donde
tanta cosa
sigue
ahí preguntando
y
mira atrás
los
cielos que se cierran
el
corazón que pierdes
ÁLVARO CUNQUEIRO
3. Parque- Final- Elegía
Era era.
Sus manos nacían al lado de cada cosa
y de cada flor.
Temíase siempre su rotura
y a ella parecían converger los números y las estrellas.
El amanecer encontraba sus cabellos perdidos
y sus ojos depositados en sus propias orillas.
La noche la sorprendía siempre entregada a
sus oficios más antiguos
acompasándose de un corazón nuevo y silencioso.
Era solícita y tempestuosa
y no se parecía en nada a la luna.
Era era.
Sus manos nacían al lado de cada cosa
y de cada flor.
Temíase siempre su rotura
y a ella parecían converger los números y las estrellas.
El amanecer encontraba sus cabellos perdidos
y sus ojos depositados en sus propias orillas.
La noche la sorprendía siempre entregada a
sus oficios más antiguos
acompasándose de un corazón nuevo y silencioso.
Era solícita y tempestuosa
y no se parecía en nada a la luna.
De: "Mar ao Norde"
IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO
Al Xuchitengo
¡Oh, Dios! ¿quién me diera volver a esos días
De goces tranquilos y sueños de amor,
Y allí en tus riberas azules y umbrías,
Dormir escuchando tu dulce rumor?
¡Qué pronto pasaron mis horas risueñas,
Mis blancas visiones, mis noches de paz!
¡Qué pronto pasaron, hiriendo halagüeñas
Mi pecho, a su paso, con dicha fugaz!
Tristísima invoca venturas pasadas
El alma doliente que gime sin fe;
Tristísimas buscan mis yertas miradas
Allí entre tus bosques al ángel que amé
Tú fuiste de amores felices, testigo;
Mi Carmen, tus playas ardientes pisó:
Su voz escuchaste, tú fuiste su amigo,
Tu linfa su imagen divina espejó,
Porque ella buscaba tu lecho de flores
Que anima el aliento de un Mayo eternal,
Y el búcaro tibio de blandos olores
Que suave acaricia tu limpio cristal.
¡Qué tardes hermosas allí en tus riberas;
Qué dulce es el rayo del sol junto a ti!
¡Qué sombras ofrecen tus verdes mangueras,
Qué alfombras de césped se extienden allí!
La flor del naranjo la brisa embalsama,
Los nardos perfuman el bosque también;
El mirto silvestre su aroma derrama,
Y el plátano esbelto refresca la sien.
¡Oh río! mi historia de dicha tú vistes,
Allí en tus riberas borrada estará...
Vinieron mis tiempos nublados y tristes,
Aquella divina mujer... ¡murió ya!
Tan sólo me queda la dulce memoria
De aquel desdichado, tiernísimo amor,
Cual vago reflejo de pálida gloria,
Cual de astro que pasa fugaz esplendor.
¿Te acuerdas? yo iba las flores cogiendo
Más frescas y puras, en pos de mi bien,
Y ella guirnaldas hermosas tejiendo,
Que luego adornaban su cándida sien.
¡Oh! sí, ¡cuántas veces con rojas verbenas
Los negros cabellos joyantes trenzó,
Y al ver en tus linfas azules, serenas,
Su imagen tan bella, contenta sonrió!
Aún nacen las rosas aquí en tus riberas,
Aún cantan las aves sus himnos quizás,
Aún todo contento respira... y ¿mi amada?
No puedes volvérmela, no, murió ya!
Sin ella, ¿qué vales, qué ofreces?, ¡oh río!
¿Qué vale ni el mundo, ya muerto el amor?
No busco ya solo, tu encanto sombrío,
¡Oh! déjame, lejos, llevar mi dolor.
¡Oh Dios! ¿quién me diera volver a esos días
De goces tranquilos y sueños de amor,
Y allí en tus riberas azules y umbrías,
Dormir escuchando tu dulce rumor?
De goces tranquilos y sueños de amor,
Y allí en tus riberas azules y umbrías,
Dormir escuchando tu dulce rumor?
¡Qué pronto pasaron mis horas risueñas,
Mis blancas visiones, mis noches de paz!
¡Qué pronto pasaron, hiriendo halagüeñas
Mi pecho, a su paso, con dicha fugaz!
Tristísima invoca venturas pasadas
El alma doliente que gime sin fe;
Tristísimas buscan mis yertas miradas
Allí entre tus bosques al ángel que amé
Tú fuiste de amores felices, testigo;
Mi Carmen, tus playas ardientes pisó:
Su voz escuchaste, tú fuiste su amigo,
Tu linfa su imagen divina espejó,
Porque ella buscaba tu lecho de flores
Que anima el aliento de un Mayo eternal,
Y el búcaro tibio de blandos olores
Que suave acaricia tu limpio cristal.
¡Qué tardes hermosas allí en tus riberas;
Qué dulce es el rayo del sol junto a ti!
¡Qué sombras ofrecen tus verdes mangueras,
Qué alfombras de césped se extienden allí!
La flor del naranjo la brisa embalsama,
Los nardos perfuman el bosque también;
El mirto silvestre su aroma derrama,
Y el plátano esbelto refresca la sien.
¡Oh río! mi historia de dicha tú vistes,
Allí en tus riberas borrada estará...
Vinieron mis tiempos nublados y tristes,
Aquella divina mujer... ¡murió ya!
Tan sólo me queda la dulce memoria
De aquel desdichado, tiernísimo amor,
Cual vago reflejo de pálida gloria,
Cual de astro que pasa fugaz esplendor.
¿Te acuerdas? yo iba las flores cogiendo
Más frescas y puras, en pos de mi bien,
Y ella guirnaldas hermosas tejiendo,
Que luego adornaban su cándida sien.
¡Oh! sí, ¡cuántas veces con rojas verbenas
Los negros cabellos joyantes trenzó,
Y al ver en tus linfas azules, serenas,
Su imagen tan bella, contenta sonrió!
Aún nacen las rosas aquí en tus riberas,
Aún cantan las aves sus himnos quizás,
Aún todo contento respira... y ¿mi amada?
No puedes volvérmela, no, murió ya!
Sin ella, ¿qué vales, qué ofreces?, ¡oh río!
¿Qué vale ni el mundo, ya muerto el amor?
No busco ya solo, tu encanto sombrío,
¡Oh! déjame, lejos, llevar mi dolor.
¡Oh Dios! ¿quién me diera volver a esos días
De goces tranquilos y sueños de amor,
Y allí en tus riberas azules y umbrías,
Dormir escuchando tu dulce rumor?
FRANCISCO VILLAESPESA
Sacar en hombros por mi puerta
miré ayer un ataúd,
donde entre flores iba muerta
mi Juventud.
Perdida toda fuerza física
la vi en mis brazos expirar.
como una pobre novia tísica
¡de tanto amar!
Sobre su cuerpo, las postreras
rosas de otoño deshojé.
y entre recuerdos y quimeras
la amortajé.
Para no ver su rostro amado
tendí un pañuelo por su faz.
y exclamé en lágrimas bañado:
-¡descansa en paz!
Lenta la lluvia descendía...
La golondrina iba a partir...
Y hasta la brisa parecía
entre los árboles gemir.
Cármenes viejos de Granada,
en un crepúsculo otoñal,
vieron perderse en la enramada
su funeral.
Almas sedientas de ideales
que tanto amó mi juventud...
¡Deshojar rosas otoñales
en su ataúd!
Y tú, incansable peregrino.
que el mundo cruzas sin cesar,
¡si ves su entierro en tu camino,
ponte a rezar!
miré ayer un ataúd,
donde entre flores iba muerta
mi Juventud.
Perdida toda fuerza física
la vi en mis brazos expirar.
como una pobre novia tísica
¡de tanto amar!
Sobre su cuerpo, las postreras
rosas de otoño deshojé.
y entre recuerdos y quimeras
la amortajé.
Para no ver su rostro amado
tendí un pañuelo por su faz.
y exclamé en lágrimas bañado:
-¡descansa en paz!
Lenta la lluvia descendía...
La golondrina iba a partir...
Y hasta la brisa parecía
entre los árboles gemir.
Cármenes viejos de Granada,
en un crepúsculo otoñal,
vieron perderse en la enramada
su funeral.
Almas sedientas de ideales
que tanto amó mi juventud...
¡Deshojar rosas otoñales
en su ataúd!
Y tú, incansable peregrino.
que el mundo cruzas sin cesar,
¡si ves su entierro en tu camino,
ponte a rezar!
Sacar en hombros por mi puerta
miré ayer tarde un ataúd,
donde entre flores iba muerta
mi Juventud.
miré ayer tarde un ataúd,
donde entre flores iba muerta
mi Juventud.
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