"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 12 de junio de 2019
ANASTASIO LOVO
Sonata IV del Poder
Para Leonel Rugama
El
trigal extiende el eco del estío
Miel
helicoidal signa un camino plenilunar
En
el remanso de la mesa estalla el ocre vesperal del pan
Los
endriagos del poder levantan cadalso & sombra
Relámpago
de cimitarra con tambores corta el ébano
La
fluidez cegadora de la guillotina fugaz
Vértigo
cerval del ahorcado in horror vacui
El
desplome gravitacional del cuerpo
El
plúmbeo peso del cuerpo en su caída
&
su medida sorda de metáfora suicida
Los
endriagos utileros del poder siguen martillando el tinglado
La
inocencia siempre es causa de culpa para el poder
Padece
árida retórica la letra del poder
Toda
belleza violenta del verbo es negada por el poder
Expide
expedientes expiatorios & exculpatorios
Culpa
confesión tormento calabozo & cadalso
Es
el sintagma simple del poder contra el cuerpo
Antaño
la palabra fue mujer & eros
Doncella
en el lagar rezumando vino mar & amor
Después
las hiedras húmedas de las hidras
Coronan
la cabeza del poder
Y
no lo mancha ni l’ altitud decisiva
del
albatros en su vuelo.
ANDRÉS PANIAGUA
Reventar
una botella contra la pared. Dedos tensos.
Encontrar
los resquicios de la opacidad
después de todo
el mundo es un lenguaje que nunca elegimos.
después de todo
el mundo es un lenguaje que nunca elegimos.
ANTONIO ALFECA
TERROR,
malla que cae con mítico
espesor sobre el leve cervato de la inconsciencia,
certeza de muerte en el cazador que anuncia
la sangre que arranca con su sombra;
desván de vieja nocturnidad profanada
por un niño laberíntico
que desespera por ser su propio reloj
antes que su propia ventana.
Te necesito como a una cierva de mármol preñada:
inúndame por este humilde recuadro de muros sin tiempo
con tu divina leche redonda,
o acéchame real y dispárame
y que, con sólo verte, tus saetas marquen
el final de mi hora.
espesor sobre el leve cervato de la inconsciencia,
certeza de muerte en el cazador que anuncia
la sangre que arranca con su sombra;
desván de vieja nocturnidad profanada
por un niño laberíntico
que desespera por ser su propio reloj
antes que su propia ventana.
Te necesito como a una cierva de mármol preñada:
inúndame por este humilde recuadro de muros sin tiempo
con tu divina leche redonda,
o acéchame real y dispárame
y que, con sólo verte, tus saetas marquen
el final de mi hora.
ANTONIO CABRERA
La intimidad
Vine hasta aquí para escuchar la voz,
la voz que según dicen nos habla desde dentro
y endulza la verdad si la verdad
merece una degustación serena,
o la hace más amarga si es amarga,
con sólo pronunciar la negra hiel
que ha reposado intacta entre sus sílabas.
Vine hasta aquí para escuchar la voz
que no sabe, ni quiere, ni podría engañarnos.
Elegí este lugar de belleza imprevista.
(Llegué hasta él casualmente un día de abril
por el que navegaban nubes grandes,
manchas oscuras sobre el suelo, pruebas
acaso necesarias de que la luz habita
entre nosotros: esa transparencia
que olvidamos y que es, al mismo tiempo,
difícil y evidente.)
Diré por qué es tan bello este lugar:
forma un valle cerrado entre montes boscosos,
un circo escueto que circundan peñas
rojizas, donde el viento es un cuervo
delicado aunque fúnebre;
los hombres han arado su parte más profunda,
y allí crece el olivo y unos pocos almendros
y un ciprés y una acacia; las sombras del pinar
asedian desde entonces las lindes de estos campos,
su yerba luminosa, y el pedregal resiste
como un altar al sol; todo tiene una pátina
de realidad, un ansia, un prestigio remoto.
Porque creí que este silencio era
igual al de una estancia solitaria,
vine a escuchar la voz que desde dentro
nos habla de nosotros mismos. Pero
pasa el tiempo y escucho solamente
la prisa del lagarto que escapa de mi lado
y el vuelo siseante de la abeja,
no mi voz interior.
Todo es externo.
Y las palabras vienen
a mí y en mí se dicen ellas solas:
la ladera encendida bajo la nube exacta,
el bronce del lentisco,
una roca que el liquen acaricia...
Lo íntimo es el mundo. Con su callado oxígeno
sofoca sin remedio la voz que quiere hablar,
la disuelve, la absorbe.
He venido hasta aquí para escucharme
y todo lo que alienta o es presente
me ha hecho enmudecer para decirse.
Vine hasta aquí para escuchar la voz,
la voz que según dicen nos habla desde dentro
y endulza la verdad si la verdad
merece una degustación serena,
o la hace más amarga si es amarga,
con sólo pronunciar la negra hiel
que ha reposado intacta entre sus sílabas.
Vine hasta aquí para escuchar la voz
que no sabe, ni quiere, ni podría engañarnos.
Elegí este lugar de belleza imprevista.
(Llegué hasta él casualmente un día de abril
por el que navegaban nubes grandes,
manchas oscuras sobre el suelo, pruebas
acaso necesarias de que la luz habita
entre nosotros: esa transparencia
que olvidamos y que es, al mismo tiempo,
difícil y evidente.)
Diré por qué es tan bello este lugar:
forma un valle cerrado entre montes boscosos,
un circo escueto que circundan peñas
rojizas, donde el viento es un cuervo
delicado aunque fúnebre;
los hombres han arado su parte más profunda,
y allí crece el olivo y unos pocos almendros
y un ciprés y una acacia; las sombras del pinar
asedian desde entonces las lindes de estos campos,
su yerba luminosa, y el pedregal resiste
como un altar al sol; todo tiene una pátina
de realidad, un ansia, un prestigio remoto.
Porque creí que este silencio era
igual al de una estancia solitaria,
vine a escuchar la voz que desde dentro
nos habla de nosotros mismos. Pero
pasa el tiempo y escucho solamente
la prisa del lagarto que escapa de mi lado
y el vuelo siseante de la abeja,
no mi voz interior.
Todo es externo.
Y las palabras vienen
a mí y en mí se dicen ellas solas:
la ladera encendida bajo la nube exacta,
el bronce del lentisco,
una roca que el liquen acaricia...
Lo íntimo es el mundo. Con su callado oxígeno
sofoca sin remedio la voz que quiere hablar,
la disuelve, la absorbe.
He venido hasta aquí para escucharme
y todo lo que alienta o es presente
me ha hecho enmudecer para decirse.
De: "En la estación
perpetua"
ANTONIO MANILLA
Marea baja
En
aquello que hagas
en el lapso inconcreto de esa vida
que consideras tuya y es del viento,
pon lo mejor que tengas:
ardor, bondad, belleza.
Todo lo que te haya sido dado,
también cuanto hayas adquirido, todo,
sin reservarte nada, a cada instante.
en el lapso inconcreto de esa vida
que consideras tuya y es del viento,
pon lo mejor que tengas:
ardor, bondad, belleza.
Todo lo que te haya sido dado,
también cuanto hayas adquirido, todo,
sin reservarte nada, a cada instante.
¿Porque
sabes acaso si mañana
habrá camino para volver sobre lo andado,
una oportunidad para la enmienda?
habrá camino para volver sobre lo andado,
una oportunidad para la enmienda?
Solo
el presente es nuestro. Y nada dura.
Cada
logro o propósito,
cuanto creemos firme, duradero:
rastros de nuestro paso en una playa
que borra sin pasión el mar al retirarse.
cuanto creemos firme, duradero:
rastros de nuestro paso en una playa
que borra sin pasión el mar al retirarse.
Somos
huellas de arena en la marea baja.
ERIKA MARTÍNEZ
Mujer mirando a un hombre que limpia
coche
Mujer en restaurante que no
puede permitirse mira a hombre que limpia coche. Mujer de ojo izquierdo más
grande, ojo que divaga y espía a través del cristal con ganas de lejos. Tres
colegas a la mesa y uno de ellos le pide comprobar el punto de la carne. Anda,
ve tú que entiendes. Nadie llega al globo de helio que se burla en el techo del
restaurante.
Hombre que limpia coche
limpia coche. Es tan caro que no le pertenece. Y se agacha junto al
guardabarros con su trapo, y se estira de puntillas sobre el capó, y desaparece
hasta la cintura mientras sacude los asientos. Muestra posturas sucesivas y
también superpuestas, como esas fotos ágiles de Muybridge con atletas desnudos
y caballos.
Mi abuelo fue cochero y
después dueño de restaurante, ¿yo qué soy? Hombre que limpia coche mira a mujer
en restaurante que no puede permitirse y le devuelve el escaparate. Una energía
insolente resucita crustáceos y moluscos sobre el plato.
No se rompe cristal poco a
poco. En su afuera no existe hueco, ranura, agujerito donde hincar herramienta
última. Hay que romper cristal de pronto. O romperlo de la nada, como ese vaso
que alguien golpeó pensando–pensando contra el fregadero y, minutos más tarde,
pedacea sobre la mesa.
De: “Chocar con algo”
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