sábado, 11 de mayo de 2019


RICARDO CASTILLO





Yo soy la que mira,
yo soy la que oye,
la que se lo dice en secreto,
la que acierta por instinto,
la que olvida que acertó y puede acertar otra vez,
soy la que no se distrae con las palabras,
soy la que conoce el tacto y el olor del amor,
soy quien sabe rodear cuando la prisa lo pide,
la que sabe llegar pronto cuando el tiempo es generoso.
Yo soy la mujer que mira sin mirar,
la que sueña el futuro y lo recuerda en la mañana,
la que hiere con dulzura,
soy el vientre que encubre,
soy el pulso de la sorpresa,
yo soy la unidad,
la que sabe cómo hablar, la que sabe cuándo quedarse
            callada.


IBN HAZM






Si los Persas hubieran visto el fuego de tus mejillas,
se habrían pasado sin emperadores ni magos.


De: "Sobre la sumisión"


CORAL BRACHO





Tus lindes: grietas que me develan

We must have died alone,
a long time ago.
                              D.B.



Has pulsado,
has templado mi carne
en tu diafanidad, mis sentidos (hombre de contornos
levísimos, de ojos suaves y limpios);
en la vasta desnudez que derrama,
que desgaja y ofrece;
(Como una esbelta ventana al mar; como el roce delicado,
insistente, de tu voz).
Las aguas: sendas que te reflejan (celaje inmerso), tu
afluencia, tus lindes: grietas que me develan.
-Porque un barniz, una palabra espesa, vivos y muertos,
una actitud fungosa, de cordajes,
de limo, de carroña frutal, una baba lechosa nos recorre,
nos pliega, ¿alguien;
alguien hablaba aquí?
Reconozco, como albino, a ese sol:
distancia dodlorosa a lo neutro que me mira, que miro.
Ven, acércate; ven a mirar sus manos, gotas recientes en
este fango; ven a rodarme.
(Sabor nocturno, fulgor de tierras erguidas, de pasajes
sedosos, arborescentes, semiocultos; el mar:
sobre esta playa, entre rumores dispersos y vítreos). Has
deslumbrado, reblandecido
¿En quién revienta esta luz?
-Has forjado, delineado mi cuerpo en tus emanaciones,
a sus trazos escuetos. Has colmado
de raíces, de espacios;
has ahondado, desollado, vuelto vulnerable (porque tus
yemas tensan y desprenden,
porque tu luz arranca -gubia suavísima- con su lengua,
su roce, mis membranas- en tus aguas; ceiba luminosa de
espesuras abiertas, de parajes fluctuantes, excedidos; tu relente) mis miembros.
Oye; siente en ese fallo luctuoso, en ese intento segado,
delicuescente.
¿A quién unge, a quién refracta, a quién desdobla? en su
miasma
Miro con ojos sin pigmento ese ruido ceroso
que me es ajeno.
(En mi cuerpo tu piel yerge una selva dúctil que fecunda
sus bordes; una pregunta, viña que se interna, que envuelve
los pasillos rastreados.
-De sus tramas, de sus cimas: la afluencia incontenible.
Un cristal que penetra, recinoso, candente, en las vastas
pupilas ocres del deseo, la transparenta; un lenguaje
minucioso.)
Me has preñado, has urdido entre mi piel;
¿y quién desliza por sus dedos?
Bajo esa noche: ¿Quién musita entre tumbas, las zanjas?
Su flama, siempre multiplicada, siempre henchida y secreta,
tus lindes;
Has ahondado, has vertido, me has abierto hasta exhumar;
¿Y quién,
quién lo amortaja aquí?; ¿quién lo besa?
¿Quién lo habita?





VICENTE GAOS





No, corazón, no te hundas...



No, corazón, no te hundas.
Y vosotros, ojos, no queráis cerraros en llanto.
La vida es mucho más larga, mucho más grande de lo que ahora
     supones, mucho más magnánima.
¿Te atreverás a decirle que te debe algo?
Eres tú quien se lo debes todo.
Y aún tendrás que deberle muchas cosas hasta que mueras,
y la muerte misma es un deber que tienes hacia la vida.
Agradece al tiempo que, mucho más sabio que tú, no apresure tus
     horas de dolor ni se demore en tus momentos de dicha,
sino que te los mida con la misma igualdad, con la misma ecuanimidad
     generosa.
Agradece al sol que siga saliendo puntualmente, ajeno por completo a
     ponerse
al compás febril de tu pulso.
Te quejas. Dices que sufres.
Dices que no puedes más.
Aún volverás a sufrir, y a amar, y a sufrir de nuevo,
y a gozar otra vez y otra y otra.
Sólo morirás una vez, eso es lo único que no podrá repetirse,
pero la vida es una continua repetición.
Te ha de dar todavía muchas ocasiones de equivocarte,
y tú has de llegar aún a acertar con el buen momento,
que el mundo te ha de volver a brindar como te lo ha brindado
     ya tantas veces.
¿Dices que estás solo?
No es mirándote al espejo como encontrarás compañía.
Coge el primer objeto que esté a tu alcance,
un vaso, una flor o simplemente el periódico.
Acarícialos, acarícialos.
Levanta la vista, tiéndela alrededor tuyo.
Sí, es verdad que no puedes ver los ojos que tú amas tanto.
Por hermosos que sean no podrán compararse nunca con las estrellas
(a pesar de los poetas románticos).
Habla, habla, pero no contigo.
Déjate de soliloquios y silogismos y sentimentales monólogos.
Habla con el cartero, con el conductor del tranvía
     (aunque esté prohibido);
habla con el niño que está jugando en la acera,
vete a beber unas copas con el primer borracho de la esquina.
¿Creías que el mundo termina donde tú acabas?
Tú eres ya no fin, pero ni siquiera comienzo de ninguna cosa.
No eres comienzo ni de ti mismo.
¿Recuerdas a tu madre?
No la compadezcas: ya murió, ya vivió, ya sufrió y gozó todo aquello
     que le tocó en suerte.
Tú tienes todavía la de vivir, la de seguir vivo.
No tengas ninguna prisa en morirte.
No te esfuerces en buscar lo único que posees seguro.


ISABEL RODRÍGUEZ BAQUERO





Nocturno



Estás en mí, esta noche, sin posible retorno,
sin un solo recurso que me libre de ti.

Te siento en mi cintura como un estrecho abrazo,
te siento en mi garganta, donde tiembla tu voz.

Me siguen en la noche tus ojos insondables,
ese infinito océano, oscuro y abismal.

Me envuelve tu silencio, tu indefensa ternura,
tus largos aislamientos, tu tristeza tenaz.

Me salpica la boca el chorro de tu risa,
subes en oleadas constantes por mi piel.

No puedo defenderme del calor de tus manos,
ni de tu boca triste, ni de tu claridad.

Te siento como un hierro candente en el costado,
llevo grabada a fuego la marca del amor.

Estás entre mis libros, mis antiguos papeles,
la música que amo, en mi viejo reloj.

Te enredas en mis versos, te bebes mis palabras
y todo lo que escribo te transparenta a ti.

Esta noche te siento subir por mi silencio
y siento que ya nada me queda por hablar.

No quiero que me ocupes, no quiero que me afluyas
como un río incesante de piedras y de sal.

No quiero que me envuelvas, pero tal vez lo quiero.
Tal vez ya no supiera cómo vivir sin ti.

Estás en mí, esta noche, y ya no me defiendo:
arrásame la vida y déjame morir.


OLVIDO GARCIA VALDÉS





Conozco una pareja de cuervos...



Conozco una pareja de cuervos, sé que tienen
un tiempo semejante al de los hombres
para vivir; podría visitarlos,
pasear juntos
hasta los sauces de la orilla.
Hoy he hablado con alguien por quien sentí afecto,
le encontré satisfecho y próspero;
su enemigo murió. La muerte
siempre es de frío.


De: "Ella, los pájaros"