sábado, 16 de abril de 2022


 

JOSÉ FORNARIS

 


 

La madrugada en Cuba

 

 

I

¡Qué hermosos brillan los campos
de mi Cuba idolatrada,
coronados de rocío
y mecidos por las auras,
cuando la luna ilumina
allá por la madrugada!
Alegres los estancieros
dejan sus pobres hamacas:
el uno el terreno siembra
de plátanos y de caña,
el otro a sus mansos bueyes
unce coyunda pesada,
y el sitiero enamorado,
lleno de amorosas ansias,
con melancólico acento
así a su sitiera llama:
“La luna está como el día
y yo velando a tu puerta:
despierta, mi amor, despierta,
ven, acude a mi agonía.
Salta del lecho, María,
que la luz brillante baña
desde la erguida montaña
a la callada laguna:
espléndida va la luna,
y el astro que la acompaña”

 

 

II

Y en tanto que al son del tiple
de pie junto a su ventana,
el venturoso sitiero
despierta así a su adorada,
otra va por el camino
sobre un potro de crin blanca,
ojo vivo, casco duro,
y dobles y llenas ancas.
Él también su canto entona,
que el sitiero que no canta,
que no siente, ni se inspira,
no es hijo de estas comarcas.
Mira la luna, y doliente
un hondo suspiro exhala,
al recordar que es su gloria
un corazón que lo engaña.
Y tras el hondo suspiro
quejumbrosa voz levanta;
y así revela su agravio
en canción apasionada:
“Pálida luna que un día
en amoroso desmayo,
alumbraste con tu rayo
la frente que yo quería.
Aquella sitiera mía
me inmola con dura saña…
¡Pérfida, mi nombre empaña!
¡Ella, toda mi fortuna!
¡Qué triste brilla la luna,
y el astro que la acompaña!”

 

 

III

¡Oh, qué magnífica escena!
¡Qué seductor panorama!
¡Cómo reluce en las hojas
la luna de madrugada!
Sobre los verdes guayabos
tiende el perico las alas,
que parecen con la luna
abanicos de esmeralda;
de revoltosos totíes
las negras plumas resaltan,
como ramas de azabache
sobre los mangos y jaguas.
En el cafetal vecino
por todas las guardarrayas
del africano guardiero
suena la rústica flauta;
tenor campestre el sinsonte
sus trinos de amor ensaya;
seduce con blando arrullo
la tórtola enamorada;
atados a sus cadenas
rabiosos los canes ladran;
el grillo chilla, el cordero
con tímido acento bala;
en el árbol duerme el ave,
en el bosque el toro brama,
y en el batey canta el gallo
precursor que anuncia el alba.
Mas yo dejando la tierra
busco del cielo las galas,
y entre sus blancos celajes
la luna de madrugada.
No hay duda que es este cielo
aún más bello que el de Italia,
pero si fuese tan triste
como es el de la Bretaña,
lo quisiera por ser mío,
por ser el de mis hermanas,
por ser el mismo que un tiempo
con mi madre contemplaba.
Aquí ardió en mi fantasía
del primer amor la llama,
y con lirios olorosos
ceñí la sien de mi amada.
Bajo este cielo se mecen
estas ceibas, esas palmas
que me dieron sombra amiga
allá en mi risueña infancia.
Bajo este cielo he crecido
en mis selvas y cañadas,
y va en mi sangre, en mis venas,
y clavando en mis entrañas.
En fin sabed que lo adoro
con todo el fuego del alma,
porque no hay cielo en el mundo
como el cielo de la patria.

 

 

LUIS ALBERTO AMBROGGIO

 

  

Los habitantes del poeta

 

 

La Afrodita sin brazo izquierdo
del Museo Británico
irradia sueños empolvados
y lo acompaña.

Espíritus, musas, hechos con dirección desconocida,
ídolos húmedos,
sombras con tatuaje de calendario,
sombras que miran con agujas de olvido
jamás se van de la fiesta.
Protagonizan soledad y derrota
un mundo de héroes conquistados.

El poeta no está solo.
Reza el Diario de Ana Frank
y resucita muertos.
Un lugar, al otro lado del mundo,
le quita el sueño.
El silencio lo deja exhausto y grita muertes premeditadas
en un amor dos caen sepultados
durante noches sin limites.

Con la sociedad que el poeta crea,
escucha las dulces flautas de Tesalia.
La belleza lo tortura en el banco del juicio.
Asume la topografía sabia del cuervo
y enciende con símbolos una danza transparente.
Cosecha amantes en la blancura de las olas,
en el tiempo redondo de la luna,
muere antes de morir
en el cementerio inconcluso de los recuerdos.

En su fuga imposible
Nunca está solo el poeta,
lo poseen voces
inasibles y punzantes,
lo consume el aroma fatal de su amada,
la palabra,
esa divinidad salvaje
que copula con espejos indisolubles.

 

 

SANTIAGO SYLVESTER

 

  

Palabras


Vista desde aquí, la infancia cabe en la palabra
chirimoya.
La palabra Arminda también sirve: además de un nombre
es el resumen de una celebración.
La palabra juventud es demasiado eufórica,
pero sigue por ahí, arrebatada y pomposa, a salvo de
cualquier caducidad.

También mi tío Santiago estaba a salvo de la caducidad:
juiciosamente la ignoraba
cuando a sus setenta años hacía proyectos que le
hubieran llevado otros setenta
y agregaba, como quien enseña,
soy eterno, eso es todo.

No se trata entonces de juntar palabras sino significados:
la persistencia de alguien que acaso sea yo.
Porque, ¿quién hará el trabajo, sino yo,
sabiendo que consiste, hasta el hartazgo,
en buscar otra vez lo ya buscado?

Otra vez
no es repetición:
lo que cuenta es el goteo,
el precio del aprendizaje;
entonces aparece la palabra inconclusa: reclama su mitad,
se encrespa y no entra sola.

De ahí todo este ruido:
este exceso de palabras
para explicar palabras.

 

 

 

JEAN-YVES MASSON

 

  

 

4

 

 

y ahora para no ceder nada hay que enunciar hasta el hastío
decir los golpes la humillación lo arbitrario y la brutalidad
la cabeza corrupta que quiere todo el país a su servicio
que la igualdad sea sólo una quimera y la intimidad mutilada
la poesía se mira los pies para hallar la bajeza justa
la abyección no viene de abajo debido al orden nace el lodo
se desnaturaliza la naturaleza y se atoran los organismos
el servilismo está siempre dispuesto a más servidumbre
qué hacer contra humanidad para levantar la especie
cuando la especulación no tiene más función que bendecir la estafa
el aire está lleno de esputos de suerte que hay que lavar la vista para ver
pero quién quiere ver las huellas del desprecio babear aún sobre su rostro
el odio es el único modo de enjuagar los ojos y el cerebro
es necesario que la apertura de la boca vaya allá lejos hasta la sombra
y que un desgarramiento entre sania y excrementos haga la limpieza
estrépito por todas partes cólera extrema y nada de auxilios un grito por fin
cague de pronto hacia lo alto el muermo de las imágenes y los discursos

 

RAIMUNDO ECHEVARRÍA Y LARRAZÁBAL

 

  

La hora muerta

 

 

Señor, que me has dejado con los nervios muertos,
con los ojos hondos de tanto sentir,
con los labios llenos de ruidos inciertos;
Señor, me has dejado muerto por vivir.

Ya no tengo aquellos temblores de loca
Que me derretían los labios en flor;
Ya no tengo aquellas fiebres en la boca…
Me has dejado muertos, los nervios, Señor.

Las manos se quedan sin las convulsiones
De sangre, que aquietan las viejas visiones
Y los labios sueñan blancas emociones…

Señor ¿qué será este cansancio de vida?
¿Será la juntura de la florecida
carne con la sombra de las cosas idas?

 

JULIO ARBOLEDA

 

  

Te quiero

 

 

Te quiero, sí, porque eres inocente,
Porque eres pura, cual la flor temprana
Que abre su cáliz fresco á la mañana
Y exhala en torno delicioso olor.
Flor virginal que el sol no ha marchitado,
Cuyo tallo gentil se eleva erguido,
Por matutino céfiro mecido
Que besa puro la aromada flor.
Te quiero, si; pero en mi pecho yerto
Ya con amor el corazón no late,
Ay! ni mi frente pálida se abate
Al contemplar tu cuello de marfil;
Pero te quiero como á aquella tierna
Hija de mi alma que inocente ahora;
En el regazo de su madre llora
Tal vez la pena que soñó infantil.
No dejaré que veleidoso vague
De flor en flor mi loco pensamiento;
Mas también la amistad tiene un acento;
Tu amigo soy : amigo cantaré.
¡Feliz tú! ¡ feliz yo! mis largos años
Cuentan dos veces lo que tú has vivido:
Tú el aguijón de amor aun no has sentido;
Yo ya de amor el aguijón gasté.
El fuego brilla en tus abiertos ojos,
Pero no hará reverberar los míos:
Tu blando acento en mis oídos fríos
Rápido vibra y piérdese al caer:
Y si entrecubre el párpado bruñido
Tu dilatada lúcida pupila,
Mi mirada pacífica, tranquila,
Admira el ángel, nunca la mujer.
Tal vez anima tu semblante puro
Con gracia celestial vaga sonrisa,
Como se anima al soplo de la brisa
El terso lago en tímido vaivén;
Y tu inefable sonreír de ángel
Al corazón arrancará un suspiro;
Mas yo impasible tu sonrisa miro, —
Y mirára impasible tu desden.
¿Á quién sirve en el árido desierto
De ruiseñor armónico el gorjeo?
¿ Á quién dará su música recreo,
Si todo en torno es yermo y orfandad?
¿Y qué valen tu gracia y tu hermosura,
Y tu lágrima amiga y tu plegaria, —
Cuando mi alma cansada, solitaria,
Está absorta en su propia soledad?
¡Estéril soledad do todo muere,
Que llevo yo do quier conmigo mismo,
Que, cual potente mar, torna en abismo,
Y á sí asimila cuanto en ella cae! ,
Ya para mí la brisa no levanta
El mar de las pasiones: está en calma:
Al estéril desierto de mi alma
Solo la arena sus mudanzas trae.
Volcán extinto soy, ceniza fría,
Que humedeció el dolor. Lee lo que escribo :
Tu mirada de fuego yo no esquivo,
Que la chispa, al caer se apagará.
¡Lee lo que escribo! Algún futuro día
Dirás : Él fue amigo: á mas no alcanza
Ya mi ambición: mi tímida esperanza
No de amistad el linde salvará.
Pero tu suerte, ¡hermosa flor! tu suerte,
Sí, quisiera labrar y tu ventura;
Eres hermosa: el crimen de hermosura
Persigue el hombre sin piedad aquí. —
Flor descuidada que a la brisa ondeas,
El gusano te asecha en torno andando,
El diente aguza, y en el tallo blando…
¡Oh. Dios! buen Dios! apártale de allí!
Tú la hiciste, ¡Señor, no la abandones!
Tú de gracia, de amor tú la vestiste,
Cuídala ahora: el enemigo existe,
Desnudo de virtud y de piedad;
No le permitas deshojar tu lirio!
¡Ay! ni en el cáliz exhalar su aliento:
¡Ay! ni permitas que enemigo viento
Aje tu linda flor, ¡Dios de bondad!

A la mudanza de la fortuna

Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse y que en un punto desparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros d e Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.

Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día.

Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?