miércoles, 6 de marzo de 2019


IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO





Recuerdos



Se oprime el corazón al recordarte,
Madre, mi único bien, mi dulce encanto;
Se oprime el corazón y se me parte,
Y me abrasa los párpados el llanto.

Lejos de ti y en la orfandad, proscrito,
Verte nomás en mi delirio anhelo;
Como anhela el presito
Ver los fulgores del perdido cielo.

¡Cuánto tiempo, mi madre, ha transcurrido
Desde ese día en que la negra suerte
Nos separó cruel!... ¡Tanto he sufrido
Desde entonces, oh Dios, tanto he perdido,
Que siento helar mi corazón de muerte!

¿No lloras tú también ¡oh madre mía!
Al recordarme, al recordar el día
En que te dije adiós, cuando en tus brazos
Sollozaba infeliz al separarme,
Y con el seno herido hecho pedazos,
Aun balbucí tu nombre al alejarme?

Debiste llorar mucho. Yo era niño
Y comencé a sufrir, porque al perderte
Perdí la dicha del primer cariño.
Después, cuando en la noche solitaria
Te busqué para orar, sólo vi el cielo,
Al murmurar mi tímida plegaria,
Mi profundo y callado desconsuelo.

Era una noche obscura y silenciosa,
Sólo cantaba el búho en la montaña;
Sólo gemía el viento en la espadaña
De la llanura triste y cenagosa.
Debajo de una encina corpulenta
Inmóvil entonces me postré de hinojos,
Y mi frente incliné calenturienta.

¡Oh! ¡cuánto pensé en ti llenos los ojos
de lágrimas amargas! ... la existencia.
Fue ya un martirio, y erial de abrojos
El sendero del mundo con tu ausencia.

Mi niñez pasó pronto, y se llevaba
Mis dulces ilusiones una a una;
No pudieron vivir, no me inspiraba
El dulce amor que protegió mi cuna.
Vino después la juventud insana,
Pero me halló doliente caminando
Lánguido en pos de la vejez temprana,
Y las marchitas flores deshojando
Nacidas al albor de mi mañana.

Nada gocé; mi fe ya está perdida;
El mundo es para mí triste desierto;
Se extingue ya la lumbre de mi vida,
Y el corazón, antes feliz, ha muerto.

Me agito en la orfandad, busco un abrigo
Donde encontrar la dicha, la ternura
De los primeros días; ni un amigo
Quiere partir mi negra desventura.
Todo miro al través del desconsuelo;
Y ni me alivia en mi dolor profundo
El loco goce que me ofrece el mundo,
Ni la esperanza que sonríe en el cielo.

Abordo ya la tumba, madre mía,
Me mata ya el dolor... voy a perderte,
Y el pobre ser que acariciaste un día
¡Presa será temprano de la muerte!

Cuando te dije adiós, era yo niño:
Diez años hace ya; mi triste alma
Aún siente revivir su antigua calma
Al recordar tu celestial cariño.

Era yo bueno entonces, y mi frente
Muy tersa aún tu ósculo encontraba...
Hace años, de dolor la reja ardiente
Allí dos surcos sin piedad trazaba.

Envejecí en la juventud, señora;
Que la vejez enferma se adelanta,
Cuando temprano en el dolor se llora,
Cuando temprano el mundo desencanta,
Y el iris de la fe se descolora.

Cuando contemplo en el confín del cielo,
En la mano apoyando la mejilla,
Mis montañas azules, esa sierra
Que apenas a vislumbrar mi vista alcanza,
Dios me manda el consuelo,
Y renace mi férvida esperanza,
Y me inclino doblando la rodilla,
Y adoro desde aquí la hermosa tierra
De las altas palmeras y manglares,
De las aves hermosas, de las flores,
De los bravos torrentes bramadores,
Y de los anchos ríos como mares,
Y de la brisa tibia y perfumada
Do tu cabaña está mujer amada.

Ya te veré muy pronto madre mía;
Ya te veré muy pronto, ¡Dios lo quiera!
Y oraremos humildes ese día
Junto a la cruz de la montaña umbría,
Como en los años de mi edad primera.
Olvidaré el furor de mis pasiones.
Me volverán rientes una a una
De la niñez las dulces ilusiones,
El pobre techo que abrigó mi cuna.
Reclinaré en tu hombro mi cabeza
Escucharás mis quejas de quebranto,
Velarás en mis horas de tristeza
Y enjugarás las gotas de mi llanto.

Huirán mi duda, mi doliente anhelo.
Recuerdos de mi vida desdichada;
Que allí estarás, ¡oh ángel de consuelo!
Pobre madre infeliz... ¡madre adorada!.



MAURIZIO MEDO





Inmigrantes
                                  a Raúl Zurita


  
Ande que ande,
porteño,
aún desde su más cósmica altura
jamás atisbaremos
una sola molécula de aquel marparadiso,
atravesado
por los Canessa, los Migliaro
o los Ferrero.
¿Alucinaste
alguna vez la espuma fiera
cual níveo látigo

acontraproa del carguero. El miraje a distancia
de nuestros ancestros boceteando
con el iris el croma de otras costas
mientras rumiaban autistas
la eufonía spagnola?.

Il mare sotto mile di pensieri
que intersectaban temor con amor/ ilusión con magonne
y la incertidumbre que embarga
la raíz algebraica del primer inmigrante.      Sin duda

en infancia
audición omnisensorial del quimérico enrumbar
vespuciando delfines en súbito coletazo al aire,
morar en mirar de un puerto ajeno.
Este inservible catalejo in terra nostra versa a la sombra
del sentir del puberpadre, de la niñamadre
lontano di la sua bella italia.      Nosotros ni utopía en vientre.

Si fa la américa ignorando que les brotarán faunos y lemures,
años/ siglos después en la progenie.

He imaginado aquel mar hermético como esta página,
su incerteza
cual el pasmo al enrumbar por las acuosas estepas
nascotas in the poetry. Nuestro asombro

semejante aquel otro de antaño cuando emergen como
orcas
palabras
que no sólo son palabras

mientras se prosigue el viaje
a sabiendas que
en la otra margen
- vitanova -

la muerte ya no
espera.



ÁNGEL PÉREZ ESCORZA


  


Retirada



A mis hermanos caídos
en esta tierra de infortunio embozado.

Vámonos deformando en ceniza, en cal viviente de
recuerdos
que no renacen en vuelo de fénix.

Vámonos de la esperanza inútil
que no sofocó ni un solo rezo,
de las noches en que la espera congeló al astuto tiempo.

Vámonos de la perversidad que dejó caer al inocente,
de las prórrogas políticas con sabor agrio, falaz e
impertinente.

Vámonos,
huyamos, zarpemos,
busquemos la dignidad arrebatada de más de veintidós mil
cuarenta y tres muertos, y emitiremos del estoicismo
oprimido
al que nos han acostumbrado.

Vámonos,
porque maldito fue el momento
en qué Dios corrió asustado
y se ocultó a llorar por un mundo roto bajo la cama.





ANA IVIS JUAN





Donde mi madre define la distancia



Ya no está el olor a carne sobria de mi madre,
no más el embiste de sus ojos
merodeando las costuras,
quizás una alucinación donde verter el duelo,
el azafrán de su pecho salpicando los muebles,
    el ventanal,
    la tibia desnudez de la lámpara
como  la flor y el vaso que se eleva al nicho
para  lanzar un culto.
Madre sin acallarnos la penumbra
deja quieto el postre que se sirve;
su tenedor merece el polvo en el armario
donde se compacta  la madeja del tiempo, 
golpe obligado en esta monarquía.
Es otra la casa que a los hijos queda
y seremos otros los hijos que quedaron en la casa
cuando pase el otoño repetido por el framboyán,
y llegue la madre con júbilo y lacónicas mentiras
mientras ahora nos sentamos a la mesa por coacción del cuerpo
para izar, desde los platos, su vientre,
pieza que  multiplica el linaje y nos engarza.
Madre no sabe que en la isla
el dolor de un príncipe enferma al más cercano,
aún se le puede ver con el gesto  a medias,
la visión fluyendo en un espumarajo de nostalgia;
no sabe qué fragmentos somos
al rasgar este discurso en la realidad finita
que tironea, devuelve la sombra de sus dedos
y tal vez en honor al crepúsculo
devoramos el pergamino traído por el apóstol.
Es lo que sabemos hacer,
es lo único que sabemos hacer,
o husmear entre hilachas de espera
la costura de una despedida que se desvanece
como tu olor, madre,
definiendo la distancia.



ALFREDO FRESSIA




 
Candilejas



Es un hombre. Está
sentado en el muelle y mira la mar
como si la mar le prometiera una respuesta
o un consuelo.
Inmóvil, ve desfilar pasajes de su vida
sobre la línea del horizonte.
Se ve a sí mismo en la ilusión de óptica,
es una de las figuras trémulas de esa linterna mágica
o gira como una sombra chinesca.

Parado junto a una roca de la playa, un segundo hombre mide
el tamaño de la ensenada que los separa.
Para este, el primer hombre también es una sombra
chinesca sobre la línea del muelle:
no distingue sus rasgos y no imagina
qué historia se desliza en las escenas
-escurridizas como peces-
que el del muelle ve en el horizonte.

Un hombre mira a otro que mira el brillo del horizonte.
Distraídos ambos por las luces de la hora
tampoco sospechan que un día serán las siluetas
de un poema fantasioso entrevisto por un poeta venido de Uruguay
una tarde límpida al fin del otoño
junto a las rocas de la playa en Santos
mirando hacia el muelle de los pescadores.


JUAN MARCELINO RUÍZ





Los tigres se cuelan a mi jaula




Yo,  
nacido un martes al norte del estado
el que no conoce más allá de Zacatecas,
me idiotizo ante un televisor
“Made in Japan”
con un control remoto
fabricado en Singapur.
Me traslado por el mundo
sobre mis cansados tenis
que presumen una etiqueta de Korea.
Escribo mis poemas
gracias a la alta tecnología
de un lápiz amarillo
traído obviamente desde China,
mientras me molestan mis hijos
con un ruidoso juguete de Tailandia.
Descubro al fin mis raíces orientales