Candilejas
Es un
hombre. Está
sentado
en el muelle y mira la mar
como si
la mar le prometiera una respuesta
o un
consuelo.
Inmóvil,
ve desfilar pasajes de su vida
sobre
la línea del horizonte.
Se ve a
sí mismo en la ilusión de óptica,
es una
de las figuras trémulas de esa linterna mágica
o gira
como una sombra chinesca.
Parado
junto a una roca de la playa, un segundo hombre mide
el tamaño
de la ensenada que los separa.
Para
este, el primer hombre también es una sombra
chinesca
sobre la línea del muelle:
no
distingue sus rasgos y no imagina
qué
historia se desliza en las escenas
-escurridizas
como peces-
que el
del muelle ve en el horizonte.
Un
hombre mira a otro que mira el brillo del horizonte.
Distraídos
ambos por las luces de la hora
tampoco
sospechan que un día serán las siluetas
de un
poema fantasioso entrevisto por un poeta venido de Uruguay
una
tarde límpida al fin del otoño
junto a
las rocas de la playa en Santos
mirando
hacia el muelle de los pescadores.
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