lunes, 20 de mayo de 2013

FABRIZIO CARAMAGNA





Aforismos


7.
Guerras melodiosas: la rana, el grillo, el búho defendiendo su territorio con el canto.


Traducción de Hiram Barrios

LUIS GARCÍA MONTERO




  

Invitación al regreso



Quien conozca los vientos, quien de la lejanía
haga una voz donde guardar memoria,
quien conozca la piel de su desnudo
como conoce el rastro de su nombre,
y no le tenga miedo, y le acompañe
más allá del invierno encerrado en sus sílabas,
quien todo lo decida sin la noche,
de golpe, como un beso,
que suba entre la niebla por el puente,
que le roce los dedos a su propio vacío,
que salga al mar, que pierda
el temor de alejarse.

En la debilitada
sombra violeta de las olas,
mientras se van hundiendo con el puerto
los antiguos letreros y las luces,
flotarán esperando
nuestras conversaciones en el agua.
Serán el obligado desengaño
que con la brisa caiga desde la arboladura,
devolviendo al recuerdo
la tempestad de hablar
o palabras partidas como mástiles.
Porque los sueños dejan
igual que los naufragios algún resto,
con maderas y cuerpos hundidos en las sábanas,
llenos de dominada libertad.

No es la ciudad inmunda
quien empuja las velas. Tampoco el corazón,
primitiva cabaña del deseo,
se aventura por islas encendidas
en donde el mar oculta sus ruinas,
algas de Baudelaire, espumas y silencios.
Es la necesidad, la solitaria
necesidad de un hombre,
quien nos lleva a cubierta,
quien nos hace temblar, vivir en cuerpos
que resisten la voz de las sirenas,
amarrados en proa,
con el timón gimiendo entre las manos.

Aléjate de allí, vayamos lejos,
sin la ilusión que llama desesperadamente,
sin el dolor que asume su decencia.
La piel, mi piel, los vientos
han preguntado tanto en las orillas,
tanto se han estrellado por ciudades y pechos,
que no conocen patrias ni las cantan,
no recuerdan naciones,
sólo pueblos.

Yo sé que su regreso
es el nuestro sin duda. Porque con voz humana,
como marinos viejos,
sobre el desdibujado dolor de sus espaldas,
vendrán para decirnos:
                                     es el tiempo,
dejémonos volver con la marea.

El coraje y la fuerza del crepúsculo
os llevarán al fondo de lo ya conocido,
y veremos fragatas sobre los charcos negros,
pero la silueta desdoblada de un niño
no será frágil ni tendrá cansancio.

Así, después del viaje,
sorprendidos y mudos delante del fantasma,
mientras surgen despacio con el puerto
los antiguos letreros y las luces,
oiremos la canción de los que llegan,
de los que pisan tierra cuando han sido
durante muchos días esperados.

Y el mar, el dulce mar tan trágico,
a su propia distancia sometido,
sabrá dejar escrito
que el viaje nunca fue nuestro tesoro,
ni tampoco el dolor famoso en los poemas,
sino los sueños puestos en la calle,
los lechos y su bruma,
al despertar de tantas noches largas
donde sólo pudimos presentir,
hablar de los deseos en la sombra.

Al lado de tu pelo, capital de los vientos,
la historia en dos, el ruido de las lágrimas,
tienen que ser pasado necesario,
alejada miseria,
cosas para contar después de algunos años,
si es que alguien pregunta por nosotros.

Aunque también, y necesariamente,
entre la baja noche y esta casa
donde suelo escribir,
yo esperaré los labios
que con llamada extraña de nuevo me pregunten:

¿Prisionero de amor, para quién llevas
un hombro de cristal y otro de olvido?

GUILLERMO SEPÚLVEDA





Erótica
A Lucelly


En tu breve cintura me reclino
y soy de tu cintura el sembrador,
de tus muslos ardientes, peregrino,
de tu pubis de seda, cardador.

De tus uvas maduras soy el vino,
de tu trigo dorado, trigador,
de tu huella viajera soy camino,
de tu entrega amorosa soy temblor.

Cuando duermes tendida junto al fuego
es tu espalda desnuda tibio ruego:
territorio de lúbrico esplendor.

Con mis besos tu savia se prodiga
y me entrego anhelante a la fatiga
lujuriosa y violenta de tu amor.





ALEJANDRA PIZARNIK








Caminos del espejo

I

Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.


OMAR GARCÍA RAMÍREZ





Cuando se desnudaba



Ella cuando se desnudaba
dejaba sus blujins desteñidos
y claros como una tarde de verano,
sobre el sillón, sobre la mesa de noche
de un hotel perdido…
Y sus pantaloncitos de seda azules,
muy azules
que guardaban el tesoro,
sus pantaloncitos diminutos
que yo reducía con mis manos
y eran luego una ultrajada rosa celeste.
Ella
cuando se desnudaba
lo hacía sin prisas
demorando la verdad
martirizando el ávido ojo
de águila y de sátiro.
Acariciaba su cabellera,
el río de hilos brunos que caía sobre su espalda
morena,
su delicada cascada de puntitos y
nervios.
El abrigo en el suelo, un animal muerto.
La blusa una cortina erótica,
unos brasieres
pequeños, tejidos por la luz
que furtivamente entraba y rompía los cristales
de la ventana
para sorprender la génesis de la leche
la blanca cordillera lacto–matemática
que se brindaba plena
a mi primitiva boca,
mi boca sedienta de sus senos
holandeses
jóvenes senos de la gris sábana.
Ella cuando se desnudaba
rezaba una oración
con el idioma de sus manos sobre mi cuerpo
derrotado
y me hacía súbdito
esclavo bueno, marinero sabio
para enfrentar con mi quilla sus
embestidas
para su carne y sus vertientes
para su oleaje y sus secretos
y resistía como acantilado su oleaje
de mujer marina.
Ella después
era el beso eterno
mordisco de pantera mansa
zarpazo felino
la horca y el puñal del lecho
y con mi consentimiento
arrastraba la sangre,
mis fuerzas y mis odios
y me hundía lentamente
en su vientre, claro vientre
de la amnesia


CARMELINA SOTO





Canción



Iba mi corazón
—caracol sin lamento—
impulsando, sangriento,
su pequeña canción.
Iba mi corazón…

Y luego la ilusión…
engaño…
ensueño…
La muerte grande…
lo demás, pequeño.
Ah qué inútil empeño.
¡Corazón! ¡Corazón!