viernes, 30 de diciembre de 2016


ALEJANDRO DUQUE AMUSCO


  


El puente

                                                                   (Arroyo del Rey, 1952)



Ella vino hasta aquí, a este puente tendido
entre las márgenes de un río sin caudal, sobre un lecho de rocas,
buscando los brazos fieles, ellos sí, de la tierra.
En el borde dejó sus zapatos cansados
y unos renglones torpes en un triste papel:
palabras puras, evidencia sombría
de que el amor es flecha
feliz y luminosa, mientras dura en el aire,
suspensa por el soplo ligero del deseo.
Pero roedor tormento cuando, muerto su impulso,
acaba por clavarse en el centro más vivo.

Cual memoria de piedra
el puente sigue erguido,
pero algo más que las rocosas márgenes
de un río sin caudal separa y une.
Una orilla de vida, otra de muerte
se entrelazan en él; al fondo rocas,
duro lecho de rocas, olvido a un desengaño,
contra el que una mujer cae, invisible,
desde lo alto
del amor.


De: "Donde rompe la noche"

VICENTE ALEIXANDRE




Unidad en ella



Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala, es todavía unas manos,
un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar
                                                                de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.


  

CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE




Vamos, no llores...



Vamos, no llores...
La infancia se ha perdido.
La juventud se ha perdido.
Pero la vida aún no se ha perdido.
El primer amor ya pasó.
El segundo también pasó.
El tercer amor pasó.
Pero aún continúa vivo el corazón.

Perdiste a tu mejor amigo.
No realizaste ningún viaje.
No posees tierra, ni casa, ni barco,
pero tienes un perro.

Algunas duras palabras
en voz  tenue, te golpearon.
Esas, nunca, nunca cicatrizan.
Sin embargo,  ¿existe el humor?





ÁLVARO GARCÍA




Regreso



Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro,
como quien busca en su naturaleza indiferente
la reconciliación entre hombre y mundo.
Aprendemos a ser lo que ya somos,
y este trozo de piedra es un regreso.

La piedra, en su secreto, es armonía,
memoria silenciosa del planeta,
regalo de una luz que se ha hecho sólida.
Cuánta vida en lo inerte de este cuarzo
que es cristalización de los milenios.

El tacto es humildad.
Los dedos no conocen: reconocen;
comprueban un origen, se aseguran
de ser tan realidad como la roca.
Cuando los dedos rozan los sillares
en una catedral de umbría y siglos,
rozas casi al descuido los orígenes,
comulgas más que otros que comulgan.

Aquel niño buscaba con su cara
el frío intemporal del mármol frío.
Pegada su mejilla a la columna,
parecía escuchar en la pared
no el rumor que hay tras ella, sino a ella.

Sobre la mesa, el cuarzo, luz oscura,
su noticia que llega con retraso.
¿Cuántos siglos tendrá, tan silencioso,
tan delante de mí, tan en sí mismo?
Aprendo a ser lo que de hecho soy,
fugaz parte del mundo,
viendo el cuarzo.
Esta piedra secreta, antigua y súbita,
este trozo de mundo en la mañana.


De: "Para lo que no existe" 



FRANCISCO CERVANTES




Espejos embistientes

Ni en la muerte espero dormir 
Álvaro de Campos



Es el agua, amiga,
El agua del insomnio
Que larga, cansadamente se derrama.
Óyela cómo se levanta
Sobre tu alma.
Tú, que aún sollozas entre lienzos,
Que repasas viejos rencores
Con un cuchillo roído por gangrena,
Como el niño que las rejas
De la ventana hace cantar
Con una regla de la escuela.
Pero si tratas de sestear,
Oyes el agua,
El agua, amiga mía,
El agua en que has de ahogar
Tus amores, los desalentados,
Los vestidos y los amantes que tienen otras que tú envidias,
La joya que robaste
Y descubrieron en tu bolsa,
Destinada a ti como regalo ya desde antes,
Pero cuyo presente así evitaste.
Mira los cuadros sombríos que vigilan tus sueños para
    siempre,
En galerías de espejos embistientes
Que nacen de un agua pesada y ronca,
De un agua persistente que se mueve a grandes torbellinos,
Que cuando ya va a ahogarte se retira
Sólo para que le des espacio que invadir
En la esperanza,
¡El agua del insomnio, amiga mía!



DENNIS ÁVILA

  


El otro



El Borges de Cambridge
encuentra
al Borges de Ginebra.

Ambos son cometas
que comparten la mirada
frente a un río.

Uno es viejo y cuenta la historia
como si fuera real;
el otro es joven y responde
como si fuera un sueño.

El Borges de Cambridge
argumenta cosas
que el muchacho cuestiona;
al final le confiesa
que un día quedará ciego
gradualmente
como un lento atardecer de verano.

El joven se despide
sin tocar el rostro
que él tendrá
en cincuenta años.

Solo él sabe
que volverá a Cambridge
cada mañana de su vida,
para exigir al río
que devuelva sus ojos
en la tinta que corre,
eterna,
sobre el agua.