viernes, 30 de diciembre de 2016

DENNIS ÁVILA

  


El otro



El Borges de Cambridge
encuentra
al Borges de Ginebra.

Ambos son cometas
que comparten la mirada
frente a un río.

Uno es viejo y cuenta la historia
como si fuera real;
el otro es joven y responde
como si fuera un sueño.

El Borges de Cambridge
argumenta cosas
que el muchacho cuestiona;
al final le confiesa
que un día quedará ciego
gradualmente
como un lento atardecer de verano.

El joven se despide
sin tocar el rostro
que él tendrá
en cincuenta años.

Solo él sabe
que volverá a Cambridge
cada mañana de su vida,
para exigir al río
que devuelva sus ojos
en la tinta que corre,
eterna,
sobre el agua.



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