El otro
El
Borges de Cambridge
encuentra
al
Borges de Ginebra.
Ambos
son cometas
que
comparten la mirada
frente
a un río.
Uno
es viejo y cuenta la historia
como
si fuera real;
el
otro es joven y responde
como
si fuera un sueño.
El
Borges de Cambridge
argumenta
cosas
que
el muchacho cuestiona;
al
final le confiesa
que
un día quedará ciego
gradualmente
como
un lento atardecer de verano.
El
joven se despide
sin
tocar el rostro
que
él tendrá
en
cincuenta años.
Solo
él sabe
que
volverá a Cambridge
cada
mañana de su vida,
para
exigir al río
que
devuelva sus ojos
en la
tinta que corre,
eterna,
sobre
el agua.
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