miércoles, 9 de noviembre de 2016


RAFAEL MONTESINOS




Fábula del limonero



Debajo del limonero,
la niña a mí me decía:
-Te quiero.

Y yo me puse a pensar
que era mejor la corteza.
Tiré las migas de pan.

Debajo del limonero
la niña me dio su beso
primero.
Y juntos vimos caer
los limones por el suelo,
cerca del amanecer.

Debajo del limonero,
la niña me dijo un día:
-Me muero.

Y ya no sé adónde ir ,
que el limonar me recuerda
la gracia de su perfil.


LUIS ZALAMEA BORDA



  
Como en los días de julio

                                      "Siempre es el mar donde mejor se quiere".
                                                                          Andrés Eloy Blanco



No quiero oír tu voz,
ni adivinar tu angustia
desde el destierro,
ni revivir en momentos de celo o de locura
aquella nuestra entrecortada despedida.
(Las voces de la noche eran nuevas, sutiles;
tus amplios pechos se encogieron, tremendos en su lucha,
buscando encarcelarse en la tiniebla tibia. )

Ella, la despedida, no era marina como en lejano día,
sino terrestre, final, definitiva;
molde de soledad, herida, grieta, tajo de nuestras vidas.
Y así quiero que sea.

(Tu imagen está ya condenada al limbo de las horas perdidas
en la inmensidad de un mar que se despierta, atónito,
de un sueño de ondinas, madréporas en flor y barcos asesinos.)
No quiero reflejar mi triste mirada en tu recuerdo.
Quiero olvidarte toda, poro a poro,
exánime, jadeante, casi muerta sobre la tierra plena
que conjuga el amor ígneo de la euforia volcánica.

(En la lejanía mueren en coro, de tedio,
con dignidad crustácea, los pálidos cangrejos,
y la tarde se disfraza de buzo.)

En mi memoria serás desde hoy,
como en los días de julio,
un sudor hecho hembra
al final del camino.



SALVADOR ESPRIU




Despedida



¿Quién conoce la grave partida
de hoy o de mañana,
o quién diría todavía
una palabra?
Sólo sonrío y pienso
en destruir el nombre
con el silencio.

B., 1934 - 1951


Versión de José Batlló


DIEGO JESÚS JIMÉNEZ




Coro de ánimas



Ved ahí el púlpito
de nuestra gloria, ahí el callado altar, los ciegos
comulgatorios del vicio; la estropeada
sonrisa de los hombres.
                                        Ahí nace
con el humo
y la paz, nuestra humana discordia. Velas
bajo la sombra de un último
cadáver. Un desterrado y solitario coro
de ánimas, baja del techo
o de la cúpula. Se oye su voz aquí, en el sonoro
sepelio de la carne.
                                        Solos,
solos ante el sonido de la muerte; solos
en la alegría, avergonzados
ante la soledad.
                                        ¡Padre!, ¡madre!, tú, vosotros,
todos, los inútiles
muertos, los distraídos, que con palabras que nunca
pude entender, me habláis; ¿dónde poneros?; vosotros, los que nunca
me traicionáis, los más amigos, ¿como os conoceré?.

Mi avergonzada soledad
os ama. Así, así, estériles, pálidos, señores
del hastío, sombras lejanas
donde vive el amor, ¡vosotros!, el único deseo
de mi vida, ¿dónde
os puse, qué hice
con tan alto disfraz?, ¿dónde
pude esconderos?
                                        Este
es el oscuro canto
de la elegancia. Os deseo, os deseo, ¡os amo!, seres
de la desgracia y el fracaso;
                                                         yo,
que os veo con el duro
silencio de mi vida,
con la fértil caricia
de la esterilidad, ¿cómo
puedo olvidaros?

                                    Oigo las voces, entro
en la clara abadía, piso el refugio
de vuestro convento. Aquí,
sobre las piedras frías de este templo, os hablo. Aquí,
sobre la nieve os beso
con dolor.

                     ¿De qué alta
cartuja, de qué débil
sacristía estáis hechos? Solo,
                                                           lo que es cornisa pura
para la sangre, la herencia inútil
de vuestro sosiego, la calma
de vuestra voz, la vacía memoria y el pulso
desgastado. ¿Dónde, dónde
podéis estar?
                           Si os hice
ver, si os hice
respirar, si estáis tallados
con lo mejor que tuve
y tengo, con lo que nunca
poseí. Si con todo mi amor oscuro
me amáis, decidme: ¡cómo!, ¡cómo
he podido perderos!


De: "Coro de ánimas"



DOLAN MOR




El obrero



He traído un pico y una pala para cavar
un poema en la hoja. Ya he pasado la primera
capa de hielo que construye el silencio
sobre el blanco papel. (Esa lámina fina,
inmaculada.) Ahora rompo las piedras,
los gusanos que aparecen debajo de mis dedos.
Golpeo duro, golpeo en cada sustantivo,
gerundio o participio. Las palabras parecen
las hijas sublimes del metal más propicio.
Ya introduzco mis pies dentro del hoyo.
Los zapatos se ensucian, pero sigo
golpeando con las vísceras, la sangre
en cada movimiento que ejecuto. Golpeo
fuerte, golpeo el sustantivo, adverbio,
el adjetivo. Los minerales sangran debajo
de mis suelas. Ya introduzco mis piernas,
pantalones, hasta doy la cintura para abajo.
Me quito la camisa, me desnudo. Se trabaja
mejor en ese estado. Meto mi vientre,
el pecho, los dos brazos para golpear
con fuerza el agujero, perforar hasta
el fondo del idioma, hasta el verbo del fango.
Apenas veo hierbas, ya no hay árboles,
ni casas ni consuelos en un círculo. Sólo
están mi yo y mi doble ego dentro
de mi cabeza. Pero no me amilano,
mi espíritu no tiembla, duro golpeo
hasta dejarme el músculo y quedarme
en los huesos bajo tierra. Así, ahora, sin cielo,
la tierra como un techo me ha cubierto,
se acuesta como un monstruo sobre mí.
Pero yo no me canso, sigo, muerdo la muerte
con mi pico y con mi pala, las paredes, las rocas.
Y así, sólo, en el agujero sellado bajo tierra,
esperaré a que venga otro poeta a golpear
como yo la dura hoja, a enterrarse de nuevo
en el poema. Tal vez encuentre mi cadáver
vivo que no para nunca (con el pico y la pala rotos)
de golpear y golpear versos en vano.


DIONISIO RIDRUEJO




Áurea caminante



Como ofrenda del trigo aventurada
para dar su pasión a la marina
avanzabas, esbelta y matutina,
de oro gentil vestida y coronada.

Mediodía del sol, tierra postrada
con niebla de estupor, siesta salina;
y agosto en ti, con la sazón divina
de una torre solar, libre y pausada.

Espada fresca, el aire de tu paso,
calmaba la aridez mientras ardía
sosteniendo los cielos, milagrosa.

Sólo mi corazón era el ocaso;
mi alma detrás, la noche sólo mía,
para sólo tu lumbre victoriosa.