jueves, 24 de septiembre de 2020

FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ

 



El destello

 


 

Aunque el cielo no tenga ni una estrella

y en la tierra no quede casi nada,

si un destello fugaz queda de aquella

que fue maravillosa llamarada,

me bastará el fervor con que destella,

a pesar de su luz medio apagada,

para encontrar la suspirada huella

que conduce a la vida suspirada.

Guiado por la luz que inmortaliza,

desandaré mi noche y mi ceniza

por el camino que una vez perdí,

hasta volver a ser, en este mundo

devuelto al corazón en un segundo,

el fuego que soñé, la luz que fui.

 

JORGE CARRERA ANDRADE

  

 

 

Biografía para uso de los pájaros


 

 

Nací en el siglo de la defunción de la rosa

cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.

Quito veía andar la última diligencia

y a su paso corrían en buen orden los árboles,

las cercas y las casas de las nuevas parroquias,

en el umbral del campo

donde las lentas vacas rumiaban el silencio

y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,

guardó su juventud en una honda guitarra

y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos

envuelta entre la música, la luz y las palabras.

Yo amaba la hidrografía de la lluvia,

las amarillas pulgas del manzano

y los sapos que hacían sonar dos o tres veces

su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.

Era la cordillera un litoral del cielo.

La tempestad venía, y al batir del tambor

cargaban sus mojados regimientos;

mas, luego el sol con sus patrullas de oro

restauraba la paz agraria y transparente.

Yo veía a los hombres abrazar la cebada,

sumergirse en el cielo unos jinetes

y bajar a la costa olorosa de mangos

los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas

donde prendía el alba su reguero de gallos

y al oeste la tierra donde ondeaba la caña

de azúcar su pacífico banderín, y el cacao

guardaba en un estuche su fortuna secreta,

y ceñían, la piña su coraza de olor,

la banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,

como las vanas cifras de la espuma.

Los años van sin prisa enredando sus líquenes

y el recuerdo es apenas un nenúfar

que asoma entre dos aguas

su rostro de ahogado.

La guitarra es tan sólo ataúd de canciones

y se lamenta herid en la cabeza el gallo.

Han emigrado todos los ángeles terrestres,

hasta el ángel moreno del cacao.

 

MARIANO BRULL

  


 

Víspera

 

 


Al caos me asomo…
El caos y yo
por no ser uno
no somos dos.
Vida de nadie,
de nada… —No:
entre dos vidas
viviendo en dos,
víspera única
de doble hoy.
Muere en la máscara
quien la miró,
yo —por dos vidas—
me muero en dos…

 

 

 

DELIA QUIÑÓNEZ

  


 

Del inédito milagro

 

 


Yo pondré la esperanza, hermano.
Caerá en tu frente,
en tus axilas,
entre el músculo fuerte
y la coraza que te cubre las arterias.
Te nacerá entonces una rosa sobre el pecho
y volcará el horizonte su distancia
para juntar su infinitud silvestre con el cielo.

 

Y viviremos en tu rosa,
de su espina congelada y dura
que nos hará firmes como robles;
de su perfume,
alba pequeña,
predestinada esencia y transparente fuego;
de su rocío, cuando el agua falte
a nuestras heridas taciturnas,
cuando la sequedad de nuestras manos
clame por el vino de los racimos dadivosos.

 

Tu rosa
mi rosa,
escribirá llameantes taumaturgias,
cuando el cielo llueva luceros de miel
y titilen luciérnagas de harina.

 

Tu rosa estallará desde la aurora
y unirá su fuego con mi fuego
con mi pupila que lloró
para sembrar la rosa de tu pecho renovado.

 

 

 

DINA POSADA

  


 

Los lazos

 

 

Hay en la calle
olor a vidrios rotos
y en el aire
embriaguez de quemadura

Te hundes
en el vientre de la casa
palpas sus llagadas paredes
-entrañas que sin pudor
te muestra la sala moribunda-

La enferma voz 
de las bisagras
te habla
de los nudos ciegos
de las ausencias

y alucinado escarbas
por unas cenizas
enlazadas a tu nombre



La Habana, 1998

 

ELI URBINA


  

 

La sal de las hienas

 


 

Así es la muerte
nosotros no creíamos en ella
y ahora habitamos
los dormitorios de los huesos
regamos la hierba
el cabello de las mujeres
que amamos y de ese padre
que no tuvimos
Porque tuvimos la noche
la sal de las hienas
el amor silencioso de los árboles
esa miel que los dioses despreciaron
y que los niños esculpieron
olvidando sus propios nombres
Montañas de arena y cabellos
cúmulo de escombros y de olvido
moles de piedra y caña
el licor de las estrellas sin nombre
el lenguaje de la sordidez y del amor