miércoles, 22 de octubre de 2014

PEDRO SALINAS



Cuando tú me elegiste...

  

Cuando tú me elegiste
-el amor eligió-
salí del gran anónimo
de todos, de la nada.
Hasta entonces
nunca era yo más alto
que las sierras del mundo.
Nunca bajé más hondo
de las profundidades
máximas señaladas
en las cartas marinas.
Y mi alegría estaba
triste, como lo están
esos relojes chicos,
sin brazo en que ceñirse
y sin cuerda, parados.
Pero al decirme: “tú”
a mí, sí, a mí, entre todos-,
más alto ya que estrellas
o corales estuve.
Y mi gozo
se echó a rodar, prendido
a tu ser, en tu pulso.
Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Viví, vivo. ¿Hasta cuándo?
Sé que te volverás
atrás. Cuando te vayas
retornaré a ese sordo
mundo, sin diferencias,
del gramo, de la gota,
en el agua, en el peso.
Uno más seré yo
al tenerte de menos.
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.
Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.

 

 

RUBÉN DARÍO


 
A Reynaldo de Rafael.

 
 
Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
Virgen como la nieve y honda como la mar;
Su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
Y alzo al son de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
En ella hay la sagrada frecuencia del altar;
Su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa,
Sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
Apoyada en mi brazo como convaleciente,
Me mirará asombrada con íntimo pavor;

A enamorada esfinge quedará estupefacta,
Apagaré la llama de la vestal intacta,
¡Y la faunesa antigua me rugirá de amor!

 

 

LEOPOLDO LUGONES



El color exótico

 

Con tu pantalla oval de anea rara,
tus largos alfileres y tus flores,
parecías, cargada de primores
una ambigua musmé del Yoshivara.

Hería en los musgosos surtidores
su cristalina tecla el agua clara,
y el tilo que a mis ojos te ocultara
gemía con eglógicos rumores.

Tal como una bandera derrotada
se ajó la tarde, hundiéndose en la nada.
A la sombra del tálamo enemigo

se apagó en tu collar la última gema.
Y sobre el broche de tu liga crema
crucifiqué mi corazón mendigo.

 

 

JORGE GUILLÉN

 

Anillo

 

Ya es secreto el calor, ya es un retiro
de gozosa penumbra compartida.
Ondea la penumbra. No hay suspiro
flotante. Lo mejor soñado es vida.

El vaivén  de un silencio luminoso
frunce entre las persianas una fibra
palpitante. querencia del reposo:
una ilusión en el polvillo vibra.

Desde la sombra inmóvil, la almohada
brinda a los dos, felices, el verano
de una blancura tan afortunada
que se convierte en sumo acorde humano.

Los dos felices, en las soledades
del propio clima, salvo del invierno,
buscan en claroscuros sin edades
la refulgencia de un estío eterno.

Hay tanta plenitud en esta hora,
tranquila entre las palmas de algún hado,
que el curso del instante se demora
lentísimo, cortés, enamorado.

¡Gozo de gozos: el alma en la piel,
ante los dos el jardín inmortal,
el paraíso que es ella con él,
óptimo el árbol sin sombra de mal!


Luz nada más. He ahí los amantes.
Una armonía de montes y ríos,
amaneciendo en lejanos levantes,
vuelve inocentes los dos albedríos.

¿Dónde estará la apariencia sabida?
¿Quién es quien surge? Salud, inmediato
siempre, palpable misterio: presida
forma tan clara a un candor de arrebato.

¿Es la hermosura quien tanto arrebata,
o en la terrible alegría se anega
todo el impulso estival? (¡Oh beata
furia del mar, esa ola no es ciega!)

Aun retozando se afanan las bocas,
inexorables a fuerza de ruego.
(Risas de Junio, por entre unas rocas,
turban el límpido azul con su juego.)

¿Yace en los brazos un ansia agresiva ?
Calladamente resiste el acorde.
(¡Cuánto silencio de mar allá arriba!
Nunca hay fragor que el cantil no me asorde.)

Y se encarnizan los dos violentos
en la ternura que los encadena.
(El regocijo de los elementos
torna y retorna a la última arena.)

Ya las rodillas, humildes aposta,
saben de un sol que al espíritu asalta.
(El horizonte en alturas de costa
llega a la sal de una brisa más alta.)

¡Felicidad! El alud de un favor
corre hasta el pie, que retuerce su celo.
(Cruje el azul. Sinuoso calor
va alabeando la curva del cielo.)

Gozo de ser: el amante se pasma.
¡Oh derrochado presente inaudito,
Oh realidad en raudal sin fantasma!
Todo es potencia de atónito grito.

Alrededor se consuma el verano.
Es un anillo la tarde amarilla.
Sin una nube desciende el cercano
cielo a este ardor. ¡Sobrehumana, la arcilla!

 

 

MIGUEL ARTECHE SALINAS




 

Pero ayer no fue tu tiempo. Tu tiempo comenzaba
Detrás de la oscuridad, en las doradas
Tumbas de algún otoño. Porque tu tiempo
No es el de ayer, ni siquiera será el que me arranques
El día de la mirada. Pasé yo junto a ti,
Y te miraba. Y era el tiempo sobre los sellos del amor.

Las calles en que no estás se han tornado vacías:
La alegría furiosa estalla en el pavimento:
Brotan las extrañas flores de los rostros
Recibiendo la luz gloriosa: y en la tarde
La juventud es inmortal bajo la cólera de la vieja primavera.
Y tiemblo al recordarte: escucho siempre tus palabras:
Temblaba cuando abandonaste tu mano sobre mi vientre,
Porque me sentía herida: y eran tus palabras
Las que me penetraban. Y era el óleo primero del amor.

Ay: el tiempo y las tinieblas del amor están perdidos,
Y no tengo raíz que me haga renacer,
Y no puedo despedirme entre estas cuatro paredes muertas.
Ay: el tiempo del amor derrotado, el minuto del viento que pregunta
Fluyen en mí, manan de mi cuerpo como los ríos claustrales de la ausencia,
Y estoy despierta en la noche mientras el cielo arde desde que amanece
Y la gloria de abril se escucha afuera.

Todo era hermoso entonces. Estabas
Siempre partiendo de ti mismo. Y yo partía
De ti para encontrarme. Si te inclinabas
El agua del amor me borraba los ojos. Si te inclinabas
Era como si tu vientre se uniera con el mío dentro del vientre de tu madre,
Y yo no hacía sino quemarme interminablemente,
Y mirando todo el mundo pasar ante mis ojos, tú entrabas
En mi muerte, mudo, y la penetrabas,
Cuando descendías sobre mi cuerpo, y cuando mi cuerpo era
Tu agricultura sedienta.

¿Es él el que regresa preguntando cuánto ha durado el tiempo y cuántos siglos espero?
Yace en otro país y otro tiempo late para él, otro tiempo distinto del mío:
Duerme mientras yo camino y converso con otras personas:
Y yo no puedo estar en ninguna de esas cosas,
Y no es él el que vuelve sino la lluvia que amenaza a la capital desde el norte
Y los millones de miradas estremecidas por el repentino otoño que ha llegado.
¿Quién llama, amor mío, desde las torres de los edificios altivos?
¿Eres tú el que pregunta en el silencio de la noche?
Los pasos se alejan por la calle y los muros envejecidos:
Y no eres tú el que regresa,
Porque sólo se tienden sobre mi rostro todas las insignias del amor derrotado
Y nada queda en mi corazón sino los ecos que repiten largamente
Las campanas de la oscuridad.

 

 

CHARLES BAUDELAIRE


  

De Spleen e Ideal:

 

3. Elevación



Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,

Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!
 

Las flores del mal
(Versiones de Antonio Martínez Sarrión)