jueves, 3 de abril de 2014

ENQUILLO SÁNCHEZ



Artesanía


 
Este hombre hacía
nísperos, manzanas de almíbar,
claveles del color de la tarde,
santos de palo cuyo único
milagro era la belleza;
palomas de espuma,
muñecas de azúcar o guarapo,
goletas de canela o cabuya
para mares de música,
llenos de barquillas,
buzos, girasoles.
Podía hacer
que el sueño de los niños
cupiera en un pétalo,
o que la tristeza concluyera
como concluye un güiro:
en danzas de flor y de acordeón.
Este hombre apareció,
cuando más leve fue la madruga,
en esta cuneta
que él pobló de enredaderas.
Con su muerte
concluyen los prodigios.


FABIO FIALLO


 


Plenilunio
 

         Por la verde alameda, silenciosos,
                  íbamos ella y yo
la luna tras los montes ascendía,
en la fronda cantaba el ruiseñor.
 

         Y le dije... No sé lo que le dijo
                  mi temblorosa voz...
En el éter detúvose la luna,
interrumpió su canto el ruiseñor,
y la amada gentil, turbada y muda,
                  al cielo interrogó.
 

         ¿Sabéis de esas preguntas misteriosas
                  que una respuesta son?
Guarda, ¡oh, luna, el secreto de mi alma;
                  cállalo, ruiseñor!

 

 

SOLEDAD ÁLVAREZ


 

Poema

  

He tocado la muerte y era perfecta
             Distante como todo lo distante
             Cercana como todo lo que llega
dulcísima entregándose la espléndida
me dice muy despacio
                        –su voz es como lumbre
                        alumbrándole el filo a las palabras–
para qué la furia el odio
tanta ávida luz para tanta claridad
si bastaría con mirarse las cenizas
rodar tiempo arriba o tiempo abajo
por la lisura circular de las cosas
hasta perder lo que tuve
y no
breve lacerada ebriedad de los sentidos
la vida y su abismo desordenado
arrastrándome por asilos y cárceles exactamente iguales
por ceremonias que envejecen y se pudren y espantan
Mejor me arranco el corazón y lo tiro como moneda
Mejor me tiendo como todo lo infinito
igual a la tierra
con lo único que amé
la palabra cobijándome y la noche y el árbol
perfecta
hasta resplandecer de pura nada


 

MANUEL DEL CABRAL


 


Habla compadre mon

 

Lo que ayer dije yo
a gritarlo vuelvo ya:
¿tierra en el mar?
No señor,
aquí la isla soy yo.

 
Algo yo tengo en el cinto
que estoy como está la isla,
rodeada de peligro.
 

Sí, señor, mi cinturón:
ola de pólvora y plomo.
Aquí la isla soy yo.

 
Cabe, lo que dije ya,
siempre aquí, como le cabe
el día en el pico de ave.
¡Qué bien me llevan la voz
las balas que sueño yo!

 
Y no está lejos del hombre
de tierra adentro y dormido
la verde fiera que siempre
nos pone un rabioso anillo...
Estoy hablando del mar
porque en él hay algo mío...

 
¿Pero estoy hablando yo
de una Antilla, tierra en agua?
No señor,
con la cintura entre balas,
al mapa le digo no.
Aquí la isla soy yo.


 

 

FEDERICO BERMÚDEZ Y ORTEGA



 

Se murió el avaro

  

Se murió el avaro, y en la estancia oscura
donde yace el cuerpo sobre el tosco alambre
de una cama pobre, alguien asegura
que el avaro triste ¡se murió de hambre...!
 

Una pobre vieja misericordiosa,
presa de congojas y crueles martirios,
a todos advierte, triste y pesarosa,
que hace falta incienso y hacen falta cirios.
 

Todos los curiosos se van alejando
de la pobre vieja, mientras va quedando
el avaro a oscuras y sin oración.
 

Cuando al otro día fueron a enterrarlo
cuatro pordioseros, todos al mirarlo
pasar, ¡sonreían de satisfacción...! 


 

FRANKLIN MIESES BURGOS


  

Canción de la voz florecida

 

Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.
 

Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
 

Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:
 

maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.