"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 1 de noviembre de 2025
AMBROSIO GALLEGO
Se
confundían uno sobre el otro
Los
encontraron muertos a los dos.
Se confundían uno sobre el otro.
¿De quién era ese brazo,
de quién la pierna echada sobre el tronco?
El pelo blanco y largo en ambos,
Las arrugas seguían
yendo de un rostro a otro, intercambiables.
(Pero ese gato rubio que maullaba
de hambre en el pasillo…)
Fue la vecina quien abrió la puerta,
quien les tomó las manos
y se inclinó hasta el pecho de uno y otro.
Ambos, lejos del aire, en algún mundo.
Ella los conocía bien, hasta quererlos.
Estaban juntos siempre,
y odiaban nunca, nadie, nada.
Habían acabado siendo uno,
lo que juraron días antes.
De: “Amor
maduro busca”
JORGE ÁVALOS
Un
ángel en Gaza
Con
el fragor de la guerra
llegaste a Gaza.
Después de la explosión,
descendiste entre la densa
humareda
en busca de tus enemigos.
Avanzabas con tus hombres
hacia el hospital en llamas,
cuando tus ojos
se encontraron con los míos.
Yo era ingenuo como un niño,
era algo así como el ave
qué busca una fuente para beber.
No esperabas verme allí,
entre los escombros,
pero ahí estaba yo, un ángel.
Esa tarde no quisiste ni ver
ni escuchar
cuando dos de tus soldados
me asaltaron
y me rompieron las alas.
Cómo tú, yo conozco el horror
de los siglos, pero yo soy
como el niño o como el ave
que ha sido enviada
en busca de una fuente:
en el amor soy la inocencia;
en el temor, la esperanza.
Y, sin embargo, te comprendo.
Tal vez yo también
habría apartado los ojos,
esa tarde.
La sangre en el suelo
y la voz aullante,
¿quién lo puede soportar?
Hay algo de todos
en este dolor compartido.
Hay una verdad visceral
en cada ser vivo
que nos conecta, en un instante,
al corazón palpitante
de una historia en común.
Yo resguardaba la fuente
mientras buscaba tus ojos
sedientos, y cuando los hallé
los apartaste.
A este dolor que nos une,
a esta dolorosa verdad
que nos hace iguales
le diste la espalda cuando
decidiste
que no me habías visto caer
con mis alas rotas, junto a la fuente.
Así muere lo celestial, cada día,
en un instante:
entre las botas del odio
y los ojos que se apartan.
Yo, un ángel en Gaza,
caí por ti, esa tarde.
No olvides el encuentro fugaz
de nuestras miradas.
No olvides que ahí estaba yo,
entre los escombros, buscándote.
Y no me niegues más,
pues yo soy un ángel y no pude salvarte.
XIN QIJI
Escrito
en una pared en el camino a Boshan
En
mi juventud no sabía nada del sabor de la tristeza.
Me gustaba subir a torres altas…
Me gustaba subir a torres altas
y evocar un poco de tristeza para componer nuevos versos.
Ahora conozco demasiado bien el sabor de la tristeza.
Empiezo a hablar, pero me detengo…
Empiezo a hablar, pero me detengo,
y digo en cambio: «Vaya, qué otoño tan fresco y tan dulce».
Versión
de Jorge Ávalos
YEVGUENI YEVTUSHENKO
La
peruanita
A la
hora en que mueren los periódicos
y se convierten en basura nocturna,
un perro con un trozo de galleta entre los dientes
se detiene y me acecha.
A la hora en que resucitan todos los bajos instintos
que se esconden hipócritamente durante el día,
a la hora en que los choferes me gritan: “¡Eh, gringo!,
¿quieres una peruanita? ¡Vamos, yo te llevo!”
A la hora en que la oficina de correos está cerrada,
y solamente el telégrafo no duerme,
un muchacho, envuelto en su poncho,
dormita apretado a la estatua de algún héroe.
A la hora en que las prostitutas y las musas
se pintarrajean la cara,
a la hora en que se imprimen las basuras de mañana
con grandes titulares en primera plana,
a la hora en que todo es visible o invisible,
sin ir o venir a fiesta alguna,
deambulo por la avenida Lima,
como por un cementerio de noticias.
Llena de escupitajos y cáscaras de naranja,
la calle apesta como una letrina,
pero, miren allá: una figura humana
se mueve entre un montón de periódicos.
Esta anciana, acurrucada en medio del silencio,
y que no culpa a nadie de nada,
se ha hecho un poncho
con las noticias de ayer.
Cubierta hasta las orejas
por todos los lados para escapar del frío,
que los diarios sean de derecha o izquierda
da lo mismo si le ofrecen un poco de calor.
Envuelta hasta los tobillos en escándalos,
intrigas y partidos de fútbol,
bajo las piernas de la modelo Twiggy
asoman sus propios pies desnudos.
Limosinas, submarinos y cohetes,
ya botados a la calle, se pegan al asfalto;
sobre los hombros de la campesina pesan
las carreras de caballos, los yates, los stripteases y los banquetes.
Y una llama blanca ante un escaparate
observa con tristeza detrás de los cristales
la sangre todavía caliente
en una foto que la anciana tiene sobre los hombros.
Bajo la basura del mercado mundial
sin saber ni entender nada de aquello,
como una llama acosada, esta india escudriña.
Madre dolorosa de la humanidad.
La injusticia la ha doblado,
la prensa toda la ha aplastado
y, como una escultura viva, ella es
la verdad del mundo bajo un montón de mentiras.
¡Oh, llama blanca del escaparate!,
acurrúcate en su pecho ahuecado,
libérala de toda la basura,
llévatela a la Sierra Blanca.
Como representante del Gran Poder destruido
ante su rostro atormentado,
un rostro marcado de profundas arrugas,
me inclino igual que un hijo silencioso.
El mayor poder del mundo
—el alma humana—,
respirando apenas, ha buscado locamente
su refugio bajo los harapos.
“Una chica peruana”, me gritan
los taxistas, pero yo no respondo.
No quiero decirles
que ya encontré a mi peruanita.
(Escrito
originalmente en español por el autor)
MARIO ZETINO
Viaje
al jardín infinito
(fragmentos)
I
Guardián
de tu corazón: ¡Despierta!
Ya la noche está apagando sus estrellas,
pero tú sigues dormido
con una rosa marchita como almohada.
Guardián de tu corazón: ¡Mira el gran día!
Viene llamándote con luces y con pájaros,
frente a ti está abriendo las puertas del horizonte,
canta tu nombre en cada azul del aire.
La luz del amanecer está llamando
a las puertas de tu corazón.
¿No la escuchas?
Dice tu nombre con su voz de estrella,
con su luz,
que está de pie ante todas tus puertas.
Que llama a todas,
que las abre todas,
que entra miles de veces
por cada una,
hasta que al fin encuentra, Guardián, tu frente dormida
y deja en ella un beso.
II
Y el
Ángel dijo:
«Habitantes del tiempo: el tiempo ha terminado.
El tiempo incierto y ciego de afanes y combates
ha llegado a su fin
y está siendo cubierto
por el mar de la eternidad,
el mar que está naciendo
de sus propios corazones.
Habitantes del tiempo: toquen ahora el silencio.
Detengan a esta hora, por un solo momento,
todo trabajo, todo recuerdo, todo proyecto,
y quédense en presencia de la presencia de ustedes,
en la presencia de sus corazones que son rosas en llamas que no se consumen,
en la presencia de sus corazones que son estrellas y cielos.
Quédense en este sitio sin final de la vida
y escuchen la canción del corazón de Dios:
una rosa que canta como un ave de luz
por la voz del corazón de todo lo que vive.
Y todo lo que ahora está aquí, sean testigos de esto, habita la vida.
Sean silencio, habitantes del tiempo,
y dejen de esperar una revelación de palabras,
porque toda palabra está siendo arrastrada con la arena del tiempo,
incluso estas palabras que ahora con mi boca yo pongo en sus oídos.
Suelten las palabras para que así conozcan,
en un amanecer súbito y definitivo,
la voz del Amor.
Habitantes de la Eternidad:
Dios nos está besando la frente,
los ojos,
el corazón
a cada instante».
III
Y la
puerta se abrió de par en par
y por la puerta entró el Sol,
y de pie ante toda la Tierra,
dijo:
«Este
es el primer momento.
Este es el momento sin fin, abierto a todos.
Como el abrazo con que nosotros mismos viniéramos a recibirnos
tras haber renacido en la luz de una estrella.
Este es el día primero.
Este es siempre
el primer día del Universo.
Y yo me levanto de mi trono y despierto a la Tierra
y le canto a todos sus habitantes:
Vivan
—y vibran todas las células—.
Vivan, hermanos míos,
herederos todos del Jardín.
Yo me levanto y recorro el cielo y difundo mi luz que no se agota
para que todos sepan y ninguno olvide que este momento
es una puerta siempre abierta al amor.
Este momento ha sido creado para que seamos resplandor;
para que nuestros corazones, magníficos como la luz,
florezcan al universo
hasta el ocaso del tiempo mismo.
Por esto
vivan.
No hay mandato necesario
ni deseo verdadero
sino este:
vivan».
ROSAMEL DEL VALLE
Escala
de los sueños
Dividida
en las olas de tinieblas anticipadas al alba
Entra en los espacios que para sí misma descubre.
Resbalan los aceites opresos, fieles al despertar
Y la chispa que ha perdido su ojo entre la noche.
Fábulas ensimismadas desde siempre, en caminos de escalas desde siempre
Se encienden en la flor negra del aire inesperado.
Tendidas desde un lento dormir
Vienen como de la inalcanzable existencia de las lenguas apagadas.
No lejos de su cabeza, en un borde de nieve
La escritura del día extiende su piel de algas rumorosas
Y sangra al pie de esta página muerta al despertar.
