lunes, 21 de marzo de 2016


VICENTE GERBASI




Mi padre el inmigrante



IV
  

Lo que siento en mi sangre como un reloj de arena,
cerca de algún retrato, del hilo y del salero;
lo que escucho en mi sangre como un rumor del día,
cuando una mariposa de la noche
viene a besar la sombra de nuestro corazón;
lo que escucho en mi sangre como acordes de luto,
cuando todo se apaga y todo es un ayer,
con rostros, con cenizas y manos en la sombra;
lo que escucho en mi sangre como grano que cae
en la penumbra de los aposentos,
donde el espejo de hundida confidencia
destruye vanamente las máscaras del hombre:
lo que escucho en mi sangre como flautas del sol,
cuando mis hijos danzan en torno a mi existencia
como en una lejana colina de vendimias;
cuando el pensamiento transforma mis secretos
en abismos de yedras,
y reclino mi frente sobre el vino nocturno;
cuando siento mis pasos en la tierra,
y cuando digo: tierra,
y sé que estoy aquí iluminándome,
amándola y oyendo su mandato, que es el existir,
es lo que desciende en secreto hacia mi muerte:
rumor que me sostiene y me dibuja
en mi retrato antiguo,
con un halcón sobre el hombro,
en la penumbra de tus olivares:
marco de la conciencia,
enigma de viejos muros,
caída de la luz en la tristeza,
heno en la tarde, nubes de soledad,
higueras de la noche en forma de esqueletos,
mirada hacia la sombra del jaguar.
No somos habitantes de la luz.
Hay lenguas de tiniebla y signos ardorosos
danzando en torno nuestro.
Se nos cae la mirada en anillos de luto,
en juncales de miedo, en estrellas de plata.
La frente va perdida, como ráfaga fría
por la humedad nocturna de los espantapájaros.
¿Cuándo sale de ti mi oscuro andar?
Atrás quedan abismos en que mis ojos caen.
El hombre es de la noche que lo sigue,
sueño que el sol defiende,
paréntesis de incierta maravilla,
imagen que derriba la tiniebla.
Aún mi madre contempla tu retrato
y en su cabello blanco se hace un lejano resplandor.
Aquí en la tierra estoy, aquí en la tierra,
y en tu muerte, disperso en mis sentidos.
Y persisten los ojos, las brasas del peligro
y el hábito de andar por los sonidos,
por la humedad, la risa, las tinieblas,
donde las lumbres danzan
como reminiscencias de muertos familiares.
Y todo avanza en mí y todo cae, y todo es un rumor,
un acercarse y amar, y un sufrir por lo amado,
y un llevarlo todo al sueño
y hacer de la tierra un sueño.
Y es lo que viene ardiendo, sonando como un trueno
sobre un niño,
desde tu vida dura, desde tu muerte sola,
tu muerte semejante a una llanura,
donde curva la noche su lentitud de estrellas,
con un rumor de cascos, de piedras, de esqueletos,
con guitarras caídas junto al corazón,
con una copla del diablo,
con el azufre del Tirano Aguirre
danzando en las colinas,
y lejanos relámpagos antiguos
en un denso horizonte con sombras de diluvio,
y el viento que resuena sobre el sordo tambor
de la tierra caliente,
del agua del caimán y el venenoso diente.
Padre mío, padre de mi huracán. Y de mi poesía.

ÁLVARO RODRÍGUEZ TORRES




Para alguien que aún no regresa en el tiempo II



Llueve,
y mientras el agua me arrulla,
recuerdo y escucho.
¿Escucho lo recuerdo?
En ese caso te estaría oyendo:
tu voz suena como un coro,
no una sino muchas veces.



FRANCISCO HILARIO SAAVEDRA BARRIOS



  
Poema doloroso



(A mi hermano que lucha por la vida contra viento y marea)
Cúbranme los ojos, que no quiero verlo
Duerman mis sentidos con cinco amapolas
Apaguen los cielos de estrella fugaces
y dígale a todos que mi alma ha muerto.
Es que la osadía de estar tan despierto
congoja mi pecho que sigue entreabierto
y galopan latidos con ritmo de ciegos
en las latitudes donde el sol adormece.
Cambien llanuras por suelos resecos.
Que callen las aves su canto de cielo.
Que nada sea hermoso, que mueran las flores.
No quiere canciones prefiero silencios
Es que las rosas ya no perfuman
y la historia triste se hace en el pecho.
Cúbranme la boca con todos los vientos
dolor que florece y se hace estiércol.
Hoy guardo en mi cielo nubarrones negros
y no quiero luces, solo sombras y miedo.
Les pido que callen los sabios consejos
que la nada pura abarque mis sueños.
Hoy no quiero alas, quiero pies de hierro
es que este dolor hizo en mi su lecho.
Cúbranme los ojos que no quiero verlo
Que las flores muertas cubran mi pecho
hoy siento que pierdo razones de miedo,
y quiero que sepulten conmigo mis sueños
y por cierto hoy todo es negro muy negro,
hasta las amapolas perdieron su secreto.
Y todo esto por qué?
Porque la vida, la historia, y todo me dicen
con palabras sordas que podrías marcharte
y contigo se marcharían no solo tu vida
sino también la vida mía... y yo muero
por eso cúbranme los ojos... que no quiero verlo.





LARISSA ORELLANA




IV



Llovemos ojos tristes
pero la herida es esa brújula
que nos regresará al bosque
de nuestros sueños.


De: Primavera blanca.



ÁLVARO RUIZ FERNÁNDEZ



  
Monterrey



Este es el Monterrey de los soles inmensos
agujas de fuego caen desde el cielo
traspasan al hombre de las veredas
en un mar de ondas calóricas
líneas tenues que reverberan desde el pavimento
y suben al cerebro distorsionando el paisaje
que son cerros metálicos o espejos desérticos
donde uno puede observar los hornos de una fundición
en una niebla de vapores que nada envidia a los infiernos
de ser traslación detenida
sobre el eje de la demencia que otorgan los grados.
El sol está en lo alto como un águila sobrevolando en círculos
gira sobre la ciudad y sobre las cabezas alucinadas
por fiebres ardientes de sol en las sienes
sienes que envían señales de fuego
al cerebro astro de dos hemisferios
en uno hierven recuerdos y en el otro se evapora el presente
y ambos síntomas los toma el sol para sí
ya cual dios insatisfecho
que propugna un calor que quema la tristeza
así sana al hombre y lo enloquece
con quimeras, espejismos y horizontes que no existen.
Entonces la realidad se revierte
se transforma en imaginaria
y la línea entre ambos conceptos desaparece
dame una sol para ceñirme una corona
dame ambas cervezas para aliviar la sed
de éste sol que es real
como el vuelo de aquellos barcos por el cielo
los caminantes bajo el sol hablan sucintamente
dicen a primeras verdad o mentira
¡qué importa!
las palabras tienen connotaciones inmediatas
no hay tiempo bajo el sol
las sombras nos esperan
no malgastemos los minutos
cuando las agujas de fuego caen desde el cielo
sin piedad sobre la piel quemada por los días
bajo el sol implacable de éste calendario detenido
horas después del mediodía.
en las noches sin luna aúllan los coyotes
porque el sol se ha marchado hasta de su espejo
no está en ninguna parte
entonces los coyotes lloran y lamentan
la ausencia del sol
y la hora de Greenwich calla
cuando sólo se oye el viperino silbido
de las cascabeles arrastrando la infamia
de una noche sin luna.
Bajo las brasas del sol
transpiran los cuerpos de hombres y mujeres imantados
donde el salino y fosforescente sudor
despierta en ellos la lascivia salvaje de la copulación
se unen las lenguas y las salivas
como una planta que se abre bajo el sol
llena de secreciones y transparentes microcosmos
donde pequeños planetas danzan alrededor de otro sol.
Es así el sol de Monterrey
las agujas de fuego
atravesando las sienes de sus habitantes
afiebradas realidades a orillas del río Santa Catarina
que más que agua muchas veces trajo sueños
en el paisaje del cactus y de la piedra
al norte, siempre al norte de la realidad.


ANA ISTARÚ




Mi único pájaro



Hoy llevo puesto
mi vestido tierno.
Y la casa está dorada
como un jarro de miel.
Hoy,
cuando el cielo ascendía de nuevo
sobre mi árbol
he arrancado de un soplo
el único pájaro que tenía.
Cuando se alejaba,
parecía que el alma se me llenaba de plumas.
Y un solo pájaro atravesó la mañana.
Debe de estar desangrándose
en el tejado oscuro de tu casa.
Esta mañana el único pájaro
que me quedaba
se ha roto hasta apagarse,
aurora que se desgarra.
Esta mañana,
cuando el sol
sembraba de margaritas
todos los rincones.

Tu puerta estaba cerrada