"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 5 de febrero de 2025
ANNE SEXTON
Flores
y gusanos
Dejen
dar a las flores un paseo
En lunes, para que pueda ver
Diez margaritas en un florero azul
Con, quizás una hormiga roja
Trepando hacia el centro de oro.
Un pedazo de campo en mi mesa,
Cerca de los gusanos que se agitan deslumbrados,
Moviéndose en el fondo de su viscosidad,
Moviéndose en lo profundo del abdomen de dios,
Moviéndose como aceite en el agua
Deslizándose al través de la buena tierra.
Las
margaritas crecen salvajes
Como palomitas de maíz.
Ellas son la promesa de dios en el campo.
Soy tan feliz de amarlas, margaritas.
Así como ustedes de ser amadas,
Y encontrarlas mágicas, como un secreto
Del indolente campo.
Si todo el mundo recogiera margaritas
Las guerras terminarían, cesaría el frió común,
El desempleo terminaría, el mercado monetario se mantendría estable y no habría
flotación de ninguna moneda.
Escucha
mundo.
Si te tomaras el tiempo de recoger
Las flores blancas de corazón cobrizo,
Todo estaría mejor.
Ellas son humildes,
Son tan buenas como la sal.
Si alguien las hubiera llevado diariamente
Al cuarto de van gogh, su oreja se hubiera quedado en su sitio.
Me
gusta pensar que nadie moriría nunca mas
Si todos creyéramos en las margaritas,
Pero los gusanos lo saben mejor, ¿no es cierto?
Ellos se deslizan en el oído del cadáver
Escuchando sus grandes suspiros.
Versión
de: Patricia Rivas
VIOLETA PARRA
Maldigo
del alto cielo
Maldigo
del alto cielo
la
estrella con su reflejo,
maldigo
los azulejos
destellos
del arroyuelo,
maldigo
del bajo suelo
la piedra
con su contorno,
maldigo
el fuego del horno
porque
mi alma está de luto,
maldigo
los estatutos
del
tiempo con sus bochornos,
cuánto
será mi dolor.
Maldigo
la cordillera
de
los Andes y la Costa,
maldigo,
señor, la angosta
y
larga faja de tierra,
también
la paz y la guerra,
lo
franco y lo veleidoso,
maldigo
lo perfumoso
porque
mi anhelo está muerto
maldigo
todo lo cierto
y lo
falso con lo dudoso,
cuánto
será mi dolor.
Maldigo
la primavera
con
sus jardines en flor
y
del otoño el color
yo
lo maldigo de veras;
a la
nube pasajera
la
maldigo tanto y tanto
porque
me asiste un quebranto.
Maldigo
el invierno entero
con
el verano embustero,
maldigo
profano y santo,
cuánto
será mi dolor.
Maldigo
a la solitaria
figura
de la bandera,
maldigo
cualquier emblema
la
Venus y la Araucaria
el
trino de la canaria,
el
cosmos y sus planetas,
la
tierra y todas sus grietas
porque
me aqueja un pesar,
maldigo
del ancho mar
sus
puertos y sus caletas,
cuánto
será mi dolor.
Maldigo
luna y paisaje,
los
valles y los desiertos,
maldigo
muerto por muerto
y el
vivo de rey a paje,
el
ave consu plumaje
yo
la maldigo a porfía,
las
aulas, las sacristías
porque
me aflige un dolor,
maldigo
el vocablo amor
con
toda su porquería,
cuánto
será mi dolor.
Maldigo
por fin lo blanco,
lo
negro con lo amarillo,
obispos
y monaguillos,
ministros
y predicandos
yo
los maldigo llorando;
lo
libre y lo prisionero,
lo
dulce y lo pendenciero
le
pongo mi maldición
en
griego y en español
por
culpa de un traicionero,
cuánto
será mi dolor.
JUANA DE IBARBOUROU
Bajo
la lluvia
¡Cómo
resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda,
y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve,
y voy, senda adelante,
con el alma ligera y la cara radiante,
sin sentir, sin soñar,
llena de la voluptuosidad de no pensar.
Un
pájaro se baña
en una charca turbia. Mi presencia le extraña,
se detiene… me mira… nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!
Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada al hombro
y la lluvia me cubre de todas las fragancias
de los setos de octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado
como un maravilloso y estupendo tocado
de gotas cristalinas, de flores deshojadas
que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
del cerebro sin sueño, la voluptuosidad
del placer infinito, dulce y desconocido,
de un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.
BELLA AJMADÚLINA
La
Noche
A Andréi Smirnov
El
alba oscurece por tres puntos
y
temerosa la mano no se atreve
a
irrumpir en la blancura del papel
cortando
el aire denso que lo guarda.
Como
sin remedio mi razón es honesta
se
avergüenza de su imperfección
y no
deja a la mano alcanzar la dicha
de
tramar yambos con el descuido de ayer.
Mientras
está plena de signos la penumbra
una
idea imprecisa que hace arder mi frente,
el
poder del café o la pasión nocturna
se
pueden confundir con chispas
de
la inteligencia.
Pero,
en realidad, como grande es mi juicio
está
a salvo de las locuras de estas vigilias,
pues
esta ardiente excitación, como un genio,
méritos
suyos no las considera.
¡Acaso
es pecado desconocer mi infortunio!
Es
tan inocente la pequeñez, tan dulce
la
tentación de violar el anonimato
de
esta noche,
nombrando
todo lo que me rodea
por
su nombre.
En
tanto ordeno a mi mano no moverse
cada
objeto me observa provocativo,
resplandece
y vigila cada gesto mío
que
insinúe le rinde pleitesía.
Seguro
de que los amo
los
objetos gruñen y mendigan,
anhelando
con toda el alma
sea
mi voz la que los cante.
¡Qué
agradecida estoy a la vela,
quisiera
hablar de su amada luz
y
concederle la incansable caricia
de
los epítetos! Pero, callo otra vez.
¡Qué
dolor y tormento el de estar muda,
sin
confesar ni con una palabra
toda
la belleza que el amor
con
mi pupila severa contempla!
¿De
qué me avergüenzo?
¿Por
qué no soy libre en la casa desierta,
bajo
la nieve creciendo para escribir mal,
pero
con justeza,
sobre
la casa, la noche y el cielo azul
tras
la ventana?
¡No
quiera Dios que pierda la vergüenza
ante
la hoja de papel tan indefensa
ante
la vela sencilla y luminosa
ante
mi rostro esfumándose en el sueño!
Versión
de: Irina Astrau
JULIA PRILUTZKY
En
el agua empozada te apareces
En
el agua empozada te apareces.
Tu imagen se empecina
y el viento la sacude sin borrarla
y el rumor de las hojas
vuelve a clamar tu nombre,
mientras tu rostro surge como máscara
sobre todos los rostros de la tierra
y tu caricia brota en toda mano.
Perfiles desgarrados
en el agua tiritan:
¿cómo llamarte ahora, con qué nombre
-muerto de toda muerte,
sonrisa desterrada,
inviolado temblor que se desliza-,
si ya no queda nada más que arena?
Y nada más que cielo
sobre el dormido estanque
donde voy rastreando
qué queda de tu vida. Y de la mía.
¿Cómo clamar tu réplica perdida,
tu lapidado corazón en llamas,
tu aventada ceniza,
tu amor que no fue entero ni entregado,
la no ardida pasión, no devorada,
la piel que ya no existe,
el detenido impulso de la sangre
y la petrificada melodía
de tu voz sin matices?
MARINA TSVETÁIEVA
A
ti, dentro de un siglo
A
ti, que nacerás dentro de un siglo,
cuando de respirar yo haya dejado,
de las entrañas mismas de un condenado a muerte,
con mi mano te escribo.
¡Amigo,
no me busques! ¡Los tiempos han cambiado
y ya no me recuerdan ni los viejos!
¡No alcanzo con la boca las aguas del Leteo!
Extiendo las dos manos.
Tus
ojos: dos hogueras,
ardiendo en mi sepulcro -el infierno-
y mirando a la de las manos inmóviles,
la que murió hace un siglo.
En
mis manos -un puñado de polvo-
mis versos. Adivino que en el viento
buscarás mi casa natal.
O mi casa mortuoria.
Orgullo:
cómo miras a las mujeres,
las vivas, las felices; yo capto las palabras:
«¡Impostoras! ¡Ya todas están muertas!
Sólo ella está viva.
Igual
que un voluntario le ha servido.
Conozco sus anillos y todos sus secretos.
¡Ladronas de los muertos!
¡De ella son los anillos!»
¡Mis
anillos! Me pesa,
hoy me arrepiento
de haberlos regalado sin medida.
¡Y no supe esperarte!
También
me da tristeza que esta tarde
tras el sol haya ido tanto tiempo
y he ido a tu encuentro,
dentro de un siglo.
Apuesto
-dice él- que vas a maldecir
a todos mis amigos en sus oscuras tumbas.
¡Todos la celebraban! Pero un vestido rosa
nadie le ofreció.
¿Quién
era el generoso? Yo no: soy egoísta.
No oculto mi interés si no me matas.
A todos les pedía cartas,
para por las noches besarlas.
¿Decirlo?
¡Lo diré! El no-ser es un tópico.
Y ahora, para mí, eres ardiente huésped.
Les negarás la gracia a todas las amantes
para amar a la que hoy es sólo huesos.
Versión
de: Carlos Álvarez