sábado, 5 de octubre de 2019


EDUARDO SERDIO





Olvido



                   Del lirio del mar
                                                        Serán tus labios
                   Delirio de espuma
                                                        Aquel ensueño
                   Borra nuestras insignias
                                                        De la tierra
                   Que no quede memoria
                                                                                
                                                         Del cielo



CARLOS MONTEMAYOR





Parral



Subo al monte de mi pueblo.
Subo a la parte más alta del monte,
encima de mis recuerdos, encima de mi vida.
El mundo y la tarde me rodean
y parecen la casa de mi infancia cuando había fiesta.
Es luz, huertas, hierba,
mineros saliendo de las minas,
madereras quietas,
ganado que entra otra vez al pueblo,
nogales erguidos entre álamos y sauces a la orilla del río.
Todo parece posible desde aquí.
Parece posible desear los veranos
en que todos los niños regresábamos del río,
en que nos mojaba los sueños con su corriente
porque pasaba no sólo con su agua
sino con todas las cosas del mundo;
todos los seres, toda la corpulencia del universo
nos cubría entre el olor de agua y de hojas y de verano
(aún muchas noches después, bajo la almohada,
pasaba el mundo en el murmullo de esa corriente). Parece posible sentir desde aquí
los membrillos donde jugábamos,
las huertas donde se agazapaba la frescura
de los veranos,
como si las tardes nos revelaran un secreto del mundo
y un recuerdo atravesara mi cuerpo desde una vida que
no era mía.
En un largo sueño, en un inmenso cuerpo
subíamos por los árboles en las tardes
hasta las más altas ramas calientes:
como besar ancianas manos, como aspirar
el olor querido de una casa que ya no existe,
como escuchar una voz muy a lo lejos, en el campo,
el leve viento y el calor inundaban mi pueblo,
inundaban el universo.
Y desde esa alta rama veíamos
todos los pueblos como el nuestro
(y no había pueblos que no fueran como el nuestro).
Los cuervos volaban sobre el río y sobre las huertas como si supieran toda nuestra vida;
éramos tan niños que no podíamos gritar que todo
permaneciera
junto a nosotros.
La tarde es amplia, segura,
aquí, en lo alto del monte.
Estoy solo.
Amo este monte como si estuviera en lo alto de la música que
amo.
Enrojecen lentamente las nubes, la tierra, las colinas.
Cae la tarde llamando a sus últimas horas.
El atardecer es como un gran árbol rojo cubriéndonos
con su sombra.
El viento recorre mis ojos, la hierba,
desprende un rumor como si fuese el nombre de algo
que amamos,
como los ecos lejanos de una fiesta en las huertas
o alguien que muy lejos grita de una colina a otra.
La tarde enrojecida, luminosa,
como si fuera la única fuente de todas las cosas,
la única explicación.
Pareciera que desde hace millares de años es la misma.
Y cuando el viento pasa sobre las cosas
(y también sobre las que no están),
abre un rumor de invisibles ramas
brotando de su árbol, de su origen.

Para Nikíforos Brettakos


FERNANDO SALAZAR TORRES





¡Qué saña! ¡Qué muerde!



¿De qué modo nos alivia la Muerte?
La sombra de sus costillas es agria,
algo muerde, con saña,
insistentemente, sin final,
mi corazón.
Ya casi olvido tu cara
pero tu esqueleto se yergue en las noches.

¡Qué saña, qué muerde!
Hay noches tan solas! Tan silenciosas
que las noches se vuelven lluvia

¡Qué saña! ¡Qué muerde mi corazón!


JOAQUIN PASOS





India caída en el mercado



Pobre india doblada por el ataque
todo su cuerpo flaco ha quedado quieto
todo su cuerpo sufrido está pequeño pequeño
todo su cuerpo tronchado es un pajarito muerto.
Su corazón —¡ah corazón despierto!— pájaro libre,
pájaro suelto,
Carlos, ha dormido un momento.
Ella se desmayó, la desmayaron.
Al lavarle el estómago los médicos
lo encontraron vacío, lleno de hambre,
de hambre y de misterio.
Muy doloroso cuadro, Carlos.
Muy doloroso y sumamente amado.
Han volteado su cara —¡ah oscura palidez!—. Con el
derrame
las yugulares están secas y la sangre
huyó secretamente, ¡ah,
la viera su madre!
Cerca, Carlos, cerca del occipucio
una moña chiquita se desgaja
y deja ver en la nuca una cruz blanca.
Tan cerca de la muerte y tan lejana,
su vida vale mucho, vale nada.
Los lustradores esperaban
obscenidades al levantar la falda
pero ella tiene una desnudez muy médica,
un lunar en la espalda,
y da la impresión de un ave herida
cuando cae su brazo como un ala.

Abran, abran
todas las gentes malas sus entrañas
y no encontrarán nada.
Ella tiene un ataque
que no lo sabe nadie.
Un ataque malo,
Carlos.




LUCILLE CLIFTON





Advertencia



muchachos
no les prometo nada
pero esto en lo
que ustedes se empeñan
yo redimiré
lo que robas
ocultaré
mi silencio privado para
tu culpa publica
es todo lo que tengo

chicas
primera vez que un hombre blanco
abre su bragueta
como algo bueno
nosotras nos reiremos
reiremos muy fuerte mis
mujeres negras

niños
cuando les pregunten
¿Por qué tu mamá es tan divertida?
digan
ella es poeta
ella no tiene sentido


MARIO CALDERÓN





Vocación



Brigitte Bardot de joven
alimentó en pantallas
apetitos carnales de los hombres
y en su ancianidad
protege animales.
Su vocación es firme.
La primera etapa fue planeada,
la otra, inconsciente
pues dice el psicoanálisis
“Las bestias en los sueños son instintos”.