"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 29 de septiembre de 2025
JUAN PABLO ROA
Buscamos
el
olvido
aunque
quisiéramos decir un día
yo
estuve allí también en su sonrisa
y en
el costillar de la bestia que no ve
ni
el ahora ni el hoy de cada día.
«Vive
hoy»,
lo
dice el sol sobre las aguas,
sobre
las rocas del acantilado,
a
contrapelo del costillar y del auditorio
que
no puede dejar de ser un alguien;
vive
hoy, con un ojo en el ahora
y el
otro en la baraja de la coincidencia,
esa
mano negra que antes llamábamos destino
y
que ahora relegamos a caballo de carrusel
o a
la esfera del accidente.
No
se puede dejar de ser un alguien,
pero
se pueden abrir los dos ojos
y
hacer del baldío interior
un
jardín en donde se aprende
que
incluso las arpías aprenden su oficio,
o
que hasta el árbol más contorsionado
sigue
siendo árbol y habitante del bosque.
(non si può smettere di essere qualcuno)
De: “Este día, este momento”
ROGELIO SAUNDERS
Desexilio
Me
escapé
del
interminable
cañaveral,
y
ahora estoy
mirando
la
oigopa
de
antiguos parapetos,
los
pastos
verdes sin fin
bajo
los cuales
sin
duda
fluyen
también
el
silencio
el
olvido
y la
sangre.
Nada
cesa
aquí
donde
todo
de
algún modo
ha
muerto.
Hay
un pueblo invisible
bajo
los rieles.
Canciones
nocturnas
que
ascienden
como
fuegos fatuos.
El
rastro
de
fuego
de
la poesía
es
un gran peso muerto. El
insonoro
cadáver
que
arrastra un pálido
asesino,
indigno
del antiguo
y
fiero
oficio
del
guardabosques.
No
hay ninguna hacha
enterrada
bajo
los abedules.
Sobre
el relumbre indiscreto
del
paisaje
fluye,
como una marquesina,
la
vieja
consigna:
Tempus fugit.
Rostros
antiguos
y
vacíos. Excavados
por
una angustia
demasiado
sostenida,
por
un sueño
demasiado
vasto
y
confuso
y
sórdido. El
sueño
del corazón
hinchado
por
el ansia romántica.
El
tullido
yo
errante de las alcantarillas,
la
indetenible
sombra
de nerval con su
desarbolado
albatros-langosta,
pasando
junto a un
chansonnier
que silba,
último
hombre en pie,
soberbio,
con
la giganta-niña
a
sus pies,
ahíta
de semen,
oh
noche impar de la hecatombe,
del
gran toro ciego que baila
dormido
en medio del aguacero,
perplejo
entre los barriles que ocultaban
a la
gorda dietrich de su amante
tuberculoso
y epiceno,
hoy
más que nunca tú eres eso,
tú,
la charca, la claridad
glauca
de la epidemia,
el
sol amarillo flotando en la
sorda
pupila del judío
de
nariz hinchada,
roja
contra el cristal sin brillo del bistrot,
grandioso
incomprendido vástago del
siempre
póstumo
papa
goriot
solo
en la estepa veloz
con
su caspa de hielo y su boca
indescriptible
abierta
y
muda.
Ya
sé que nadie
podría
decirnos
quiénes
somos.
Mudos
y anónimos
entrechocamos
los codos
insomnes
en
la barra inexistente
al
sordo desleírse de pasos
de
caballos
que
tampoco existen.
Hay
huecos de obuses
por
todas partes,
y el
brillo dudoso
de
las alcantarillas.
Ese
hedor temible
hoy
sin valor alguno,
al
cabo de todas las tragedias.
Como
si hubiera
inadvertidamente,
advenido
una
tragedia última
de
colosales
dimensiones
y de
incalculables
consecuencias.
Tragedia
invisible.
Muerte
invisible
del hombre,
cambiado
en símil,
en
puro de
signio
nimio. En
tintineante
círculo
de latón
que
rota
y ríe
callejuela
abajo
perseguido
por
una muchedumbre
de
números.
La
gran cara del payaso o
simple
clown
de invisibles
rayas.
Rayado
por
el retardado
sol,
caminando
hacia
atrás
o
desesperadamente
hu
yendo
con
todos
los
invisibles
otros
de
ansiosas
bocas
sedientas, de bocas
de
guillaume, de caras
rajadas
a cuchillo,
distendidas
a
fuerza de olvido,
de
inimaginable
lentitud
y
sequía,
y
sueño
de
entretelas,
de
fulminantes
fardos
caídos
a destiempo
y de
fragorosas
aceras
que
avanzan
hacia
el vacío,
llevando
enseres
opacos,
y listas
agujereadas,
como
artificiosos
restos
del día.
Las
aves
y
las rosas
electrocutadas
en los alambres
ladran
un discurso
sin
sílabas
a la
luna de cartón-piedra.
Diógenes
ha vuelto
con
una linterna
de
luz negra.
Lo
siguen cinco estúpidos
alabarderos
mecánicos
devotos
de sturlusson
y su
inútil
balbuceo
en la estepa,
en
el ondulado
zinc
de grandes batallas.
El
arte de los bardos
ha
muerto en la celosía
de
los almenares.
No
legaremos nada
a
nuestros descendientes.
Elevaremos
a
magi y sacrum
la
imitación
de
las bacterias,
pequeños
y victoriosos
como
siempre
en
medio del charcutante
doppeluniversum.
El
hilo rojo nos guía
por
entre la selva oscura.
Pero
también
de
él prescindiremos
en
el instante
salvaje
de la libertad.
Los
que deben morir
morirán.
Y des-a
parecerán.
Es
así. Será así.
Ya
tenemos
la
mirada rapidísima
de
la rata
y el
olor eterno
de
los suicidas-niños.
Miro
el alba
con
mi falsa cabeza
de
bronce
y
mis ojos
completamente
redondos,
rectilíneos-esféricos.
Todos
los héroes
han
muerto.
Las
mariposas de hojalata
vuelan
con rabia tornasol
sobre
la derruida
tumba
del ídolo-cometa.
Su
risa roja, enorme
mueve
con trazo negro la
pésima
ola que encalla
una
y otra vez sobre la misma
solitaria
péndulaymaderamen.
Con
increíble
dificultad
la insomne
cabeza
inicia un canturreo
que
acaba en seguida en
gulp
cadavérico.
El
sueño del clinamen
tiene
los ojos en blanco.
Los
adolescentes psicopompos
humedecen
sus dedos blancos
en
la blancura estremecedora
que
empolva los jubilosos
esqueletos.
Sonámbulos,
recomienza la danza.
El
triángulo vertiginoso.
El
agua verde y la luz tendinosa
se
cruzan bajo el cerrado improviso.
Los
campos negros reaparecen
en
lontananza
cantando
la guerra y sus torvas
figuras
de cartón
apedreadas
por el viento.
Pasan
los peregrinos silentes
borrachos
en la luz negra del alba.
Con
fijos ojos de greda
Diógenes
mira la hastiada
silueta
de la tumba, y el brazo
fantástico
que divide
el
mar infinito de olas de hielo.
Cruza
los pies engualdrapados
en
mezclilla, y bebe de la botella
de
los condenados,
con
el glog-glog con que se escurren
por
el caño de plomo y cinabrio
todos
los sueños perdidos,
y el
lejano
sonido
de flauta del cristalero,
tijera
en mano,
intraspasable
como la hilaza
de
ceniza y fría cabeza de muñeco
del
laberinto.
MAYA ISLAS
La reunión
Observando
la reunión desde afuera
me
recuerda el hundimiento del Titanic;
quiero
decir,
lo
rápido que desaparece la realidad.
Además,
porque Rose dijo en la película que:
‘el
corazón de una mujer contiene profundos secretos.’
Yo
no sé si este juego de palabras como ‘profundo’
significa
un espacio en el agua,
o la
distancia que se encuentra detrás del corazón,
aunque
es divertido esconder el placer de la carne
dentro
de una fotografía de amor,
sin
decir nada.
Es
esta historia,
saltar
al mar entre dos cuerpos
es
moverse por una línea divina,
que
aunque se define,
se
hunde.
MARIANELA DOS SANTOS
Ocurrió
una madrugada de 1969, cuando la oscuridad aún nos arropaba. El fuego se había
presentado sin invitación en nuestra calle y, en cuestión de minutos, logró
reducir a cenizas lo que con tanto sacrificio habías construido.
La
panadería de tus sueños se convirtió en su sombra. No entendía de dónde sacabas
la fuerza para mantenerte impasible, envolviendo a nuestros hijos en tus brazos
y recordándome con dulzura que lo más importante estaba a salvo.
Solo
durante la noche, cuando nuestros ojos no te alcanzaban, la habitación olía a
mar abierto; y en el silencio de las luces apagadas, en la contención de un
sueño frágil en tu pecho, te diste permiso para llorar como el niño que alguna
vez fuiste.
De: “En todos mis universos”
LEO LOBOS
Una secreta forma
“las palabras como el
río en la arena
se entierran en la
arena”
Roberto Matta
El
automóvil esta poseído por la fuerza
de
los animales que le habitan
como
un carruaje tirado por caballos
sobre
piedras húmedas de un pasado verano
Río
de Janeiro aparece de repente como
la
secreta forma que el Atlántico
deja
entrever desde sus colinas de azúcar:
ballenas
a la distancia algo
comunican
a nuestra humanidad sorda
y
cegadas por el sol preparan su próximo vuelo
caen
ellas entonces una vez más como
lo
han hecho desde hace siglos
caen
ellas en las profundidades entonces
caen
ellas y crecen en su líquido amniótico.
DAVID GONZÁLEZ LOBO
Canarias, 53
Tú
vas aún más al sur y yo quisiera oírte
y
contarte que he despuntado la salvia de pequeñas flores rojas.
Y no
tengo voz, gesto, ni señal y la hierba crece y crece y no
…levanto
…[la
cabeza de la tierra.
Voy
del cuarto a la cocina como si ver la llama fuera un espejo.
Como
si pudiera comprender que la Ipomea purpurea
no
está en el jardín botánico ni en la llama.
Como
si su brillo en un cercado al lado del ambulatorio
borrara
el cansancio que me deja el sol
y el
agua que cae sobre la tierra.
Y no
queda ni un centímetro donde no te arranque y no vuelvas
…a
salir.
