martes, 20 de agosto de 2013

SALVADOR NOVO




Si pudieras quedarte, dueño mío…



Si pudieras quedarte, dueño mío;
si yo pudiera compartir tu lecho;
sentir tu corazón junto a mi pecho
vibrar en jubiloso desvarío;

pasar toda una noche, dueño mío;
entre tu abrazo férvido y estrecho;
entregarte la vida, y satisfecho,
la vida reanudar con nuevo brío.

Pero es fuerza partir. Un lecho frío
me depara el silencio de su abrigo,
tan correcto —tan amplio— y tan vacío.

¡Mañana nos veremos! Y me digo
que a dormir a tu lado, dueño mío,
siempre será mejor soñar contigo.



ENRIQUETA OCHOA




Bajo el oro pequeño de los trigos
para Samuel Gordon



Si me voy este otoño
entiérrame bajo el oro pequeño de los trigos,
en el campo,
para seguir cantando a la intemperie.
No amortajes mi cuerpo.
No me escondas en tumbas de granito.

Mi alma ha sido un golpe de tempestad,
un grito abierto en canal,
un magnífico semental
que embarazó a la palabra con los ecos de Dios,
y no quiero rondar, tiritando,
mi futuro hogar,
mientras la nieve acumula
con ademán piadoso
sus copos a mis pies.

Yo quiero que la boca del agua
me exorcise el espíritu
que me bautice el viento,
que me envuelva en su sábana cálida la tierra
si me voy este otoño.

De “Bajo el oro pequeño de los trigos”



ELSA CROSS



  
Shakti



Salgo de ti como tu sombra.
Doy vueltas en torno a ti,
                                      danzo en silencio.
Te acecho
al borde de tus pensamientos,
te sigo en tus actos
                                  invisible,
doy forma a tus deseos.

Soy la forma de todos tus deseos.

Soy el agua del río transparente
donde te sueñas
                              llevado por la muerte,
soy las piedras azules en el fondo
visitadas por. los rayos de sol
            –como peces dorados bajo el agua–

Soy la piedra sin tiempo
                                      en el jardín,
la piedra gris del muro
donde reptan hiedras a lo alto.
Hiedra, piedra
                           serpiente,
ruido de agua que cae,
                                     pez silencioso,
bruma
coronando a lo lejos las montañas.

Soy el sol en tus cabellos,
el tintineo en una copa,
el agua que bebes al despertar.
Soy el néctar cayendo hacia tu lengua,
soy tu deleite,
                           soy tu embriaguez.

Vuelvo a ti cuando me llamas,
                                                desaparezco.
En ti quedo disuelta,
                                 conciencia irreflexiva,
placer vivo.
Y de nuevo la expansión sin límites
desde ti
              fuera de ti me lleva.
Traspaso las formas.
Libre estoy en el espacio
                                      sin espacio.
En el espacio mismo me conviertes
Voy
           hacia todos los puntos
cuyos centros son uno
                                   cuyo centro
yo misma soy.

Marco los confines,
pongo reglas al juego,
                                  me divierto
me divido
                  me disuelvo.

Soy sólo emanación.
Soy vibración pura,
                         sonido que se condensa
                                                    y crea formas.
Soy la flecha del impulso,
                                el movimiento,
                                                        el soplo.
Soy la forma oval perfecta,
las sustancias que se nutren mutuamente
                                                      y crecen,
la pequeña espiral,
                               la más pequeña partícula
dictando la lectura de su propia forma,
escribiéndose ya,
                             por sí misma,
bajo el auspicio silencioso de este juego.

Tu espejo mismo soy
                           –tan sólo tu deseo.
Y tú
eres todas las cosas
sin dejar el recinto ensimismado,
secreto,
donde no nos separa todavía
                                            tu pensamiento,
donde el impulso en sí mismo se cumple,
es solamente,
antes del tiempo,
antes del sonido,
de la palabra misma con que ahora
nos invocan, nos dicen, nos preguntan.



LUIS ROSALES




Las alas ciegas



Quien no sufre se quema,
y yo recuerdo que la primera vez que hablamos
me mirabas con tal intensidad
que te quedabas añadida a mis ojos.
Así ha pasado el tiempo desde entonces
y las cosas que he vivido contigo se convirtieron en
    necesidades
y la vida que no vivimos juntos es una casa sin ventanas.
Las alas llevan a la niñez,
pero tú me mirabas de tal modo,
me mirabas doliendo de tal modo,
que a partir de aquel día no he logrado saber
si hay que vivir o hay que morir lo que se ama
pues cuanto no se muere más de una vez en nuestra vida
no llega a madurar: es gratuito.

Morir es un aprendizaje
¿no recuerdas que los amigos que más queremos
se nos fueron haciendo indispensables,
poco a poco,
y hoy los vemos andar como sonámbulos en el sueño de
    Dios,
y su rostro al mirarlo se desdibuja,
nos parece movido
como
cayendo a bien morir?

El temblor es un muro que separa la sangre en dos orillas,
y ahora quiero decirte,
amiga mía,
que aquel diálogo primerizo no ha terminado aún,
no puede terminar
ya que “la muerte no interrumpe nada”
y esto no son palabras son latidos
y distienden la sangre como se alargan las palabras cuando
    haces el amor.

Quien no sufre se quema,
y yo quiero decirte,
quiero añadir aún
que hay ocasiones en que la certidumbre de vivir se hace tan
    dirimente
que ya no puede sostenerte ni sostenerla.
No lo olvides,
amiga mía,
hay personas que no saben que sufren y hay personas que
    no saben sufrir
como hay lugares en el mundo donde nunca ha volado una
    paloma,
y tú sabes muy bien que cuando estoy a tu lado nunca te
    dejo de mirar porque temo perderte,
no sé cómo, no sé cómo
                                            no sé,
pero temo perderte cuando juntas el cielo con la tierra,
cuando lo juntas todo: la víspera, el insomnio, los adioses,
la nieve cuando cae,
¿no recuerdas su lástima cayendo?
¿no recuerdas también
que el amor tiembla al derramarse para juntar dos cuerpos,
y es lo mismo que un gas que al concentrarse se licua

Morir es como amar,
morir es un aprendizaje progresivo
y asiduo,
y yo recuerdo otros momentos tuyos
más difíciles
en los que me mirabas con los ojos empalizados
y la sonrisa veraneándote en la boca,
pues cuando estás a la defensiva
la indecisión te agrieta un poco,
te va agrietando lentamente
como la carne se cae del cuerpo con la lepra.

Las alas llevan a la niñez,
esto está claro, pero ahora,
para que nunca vuelvas a sufrir,
voy a inventarte una alegría,
voy a extraer,
de donde esté,
algún recuerdo tuyo que pueda sostenerte,
y te recuerdo niña,
te veo despertar cada mañana en un pueblo distinto,
y te estoy viendo sola, callejeando y velocísima
con las trenzas siguiéndote y corriendo
cada vez más amparadoras
para no separarse de tu cuello y de ti,
y he sentido crecer tus ojos, tus zapatos,
tu cabello que busca el mar para embarcarse,
y he visto que tu cuerpo te llevaba en volandas,
y no podías gritar
porque ya entonces ibas con tu secreto al hombro,
mientras que toda la población del cielo te miraba
    escandalizada
repitiendo con los labios jaculatorios y contumaces:

—¡Caramba con la niña!—

Y después, al llegar a tu casa, como un copo de nieve se
    deshace,
te quedabas dormida con el cuerpo despierto,
con el cuerpo corriendo todavía,
y la noche era un puente roto
sin más,
sin otra cosa,
hasta que muy de mañanita te lavabas de chapuzón,
y subías al dormitorio de tus padres para besarlos sin chistar,
y como entonces no tenías en el mundo más amiga que el
    ama,
te marchabas al colegio con ella
y en el momento en que llegabais juntas a la calle,
todo se hacía domingo porque os necesitabais mutuamente
y ella reunía su desamparo con el tuyo,
y te miraba para vivir,
y te hablaba despacio y tiritando las palabras
con la voz agachada mientras marchabais apretujándoos
ya que a ti te gustaba pisar seguido, muy seguido y sin
    salirte del bordillo;
y no sé cómo podíais llevar el mismo paso
porque tú andabas como saltando y ella andaba como
    rezando;
y yo he visto esa calle muchos años después
y la he mirado con los ojos que tú entonces tenías,
y la calle era un árbol con monjas en las ramas,
no me digas que no,
no me interrumpas,
ya sé que en torno del colegio la calle era distinta
como si comenzase a hablar contigo en una lengua vuestra,
pero al llegar hasta el zaguán en donde os despedíais,
te sentías desahuciada,
y comenzabas a tener un temblor muy despacito pero muy
    junto,
pues al quedarte sola vivías tu vida entera
como se vive una premonición.

Y esto es lo que recuerdo,
lo que he podido recordar
cuando vuelvo a mirarme en tus ojos de niña para tratar de
    devolverte algo,
una migaja de alegría,
siguiendo el vuelo de las alas ciegas. 

11 y 12 de agosto de 1977

De “Diario de una resurrección”


ANTONIO COLINAS




Regreso a Petavonium


Dejadme dormir en esta ladera
sobre las piedras del tiempo,
las piedras de la sangre helada
de mis antepasados:
la piedra-musgo, la piedra-nieve, la piedra-lobo.
Que mis ojos se cierren en el ocaso salvaje
de los palomares en ruinas y de los encinares de hierro.
Sólo quiero poner el oído en la piedra
para escuchar el sonido de la montaña
preñada de sueños seguros,
el latido de la pasión de los antiguos,
el murmullo de las colmenas sepultadas.
Qué feliz ascensión por el sendero
de las vasijas pisoteadas por los caballos
un siglo y otro siglo.
Y, en la cima, bravo como un espino,
el viento haciendo sonar el arpa de las rocas.
Es como el aliento de un dios
propagando armonía entre mis pestañas y las nubes.
Un águila planea lentamente en los límites,
se incendian las sierras de las peñas negras,
mas no veo las llamas,
las llamas que crepitan aquí abajo, enterradas
bajo el monte de sueños aromados,
bajo la viga de oro de los celtas,
junto al curso del agua del olvido
que jamás -en vida- podremos contemplar,
pero que habrá de arrastrarnos tras el último suspiro.
¡Cómo pesan los párpados con la música del tiempo!
¡Cómo se embriagan de adolescencia perdida las venas!
Dejadme dormir en la ladera
de los infinitos sacrificios,
en donde arados y rebaños se han petrificado,
en donde el frío ha hecho florecer cenizales y huesos,
en donde las espadas han segado los labios del amor.
Dejadme dormir sobre la música de la piedra del monte,
pues ya sólo soy un nogal junto a una fuente ferrosa,
la vela que ilumina una bodega de mostos morados,
un trigal maduro rodeado de fuego,
una zarza que cruje de estrellas imposibles. 




RAFAEL CADENAS



Fragmentos


22

Crezco
de su desaparición.

No quería partir.
Sobre la memoria sólo vive el musgo. 

Me extravío.
El tiempo me empuja a su mesa salobre. 

Regreso.
Una mujer nace sin cesar.
“Son dos chelines
para llevarlo a donde quiere.”
Oigan,
sólo dos chelines
cuesta la dicha.

Ella sale de la espuma,
pero no recuerdo más, nada, la noche en mí.