viernes, 4 de septiembre de 2015

JORGE CUESTA PORTE-PETIT




Fue la dicha de nadie esta que huye



Fue la dicha de nadie esta que huye,
Este fuego, este hielo, este suspiro,
Pero, ¿qué más de su evasión retiro
Que otro aroma que no se restituye?

Una pérdida a otra substituye
Si sucede al que fui nuevo respiro,
Y si encuentro al que fui cuando me miro
Una dicha presente se destruye.

Cada instante son dos cuando acapara
Lo que se adhiere y lo que se separa
Al azar de su frágil sentimiento,

Que es vana al fin la voluntad que dura
Y no transmite a su presión futura
La corrupción de su temperamento.



SALVADOR NOVO




Mi vida es como un lago taciturno



Mi vida es como un lago taciturno.
Si una nube lejana me saluda,
Si hay un ave que canta, si una muda
Y recóndita brisa
Inmola el desaliento de las rosas,
Si hay un rubor de sangre en la imprecisa
Hora crepuscular,
Yo me conturbo y tiendo mi sonrisa.
¡Mi vida es como un lago taciturno!
Yo he sabido formar, gota por gota,
Mi fondo azul de ver el universo.
Cada nuevo rumor me dio su nota,
Cada matiz diverso
Me dio su ritmo y me enseñó su verso.
Mi vida es como un lago taciturno.


MANUEL JOSÉ OTHON




Noctifer




Todo es cantos, suspiros y rumores.
Agítanse los vientos tropicales
zumbando entre los verdes carrizales,
gárrulos y traviesos en las flores.

Bala el ganado, silban los pastores,
las vacas van mugiendo a los corrales,
canta la codorniz en los maizales
y grita el guacamayo en los alcores.

El día va a morir; la tarde avanza.
Súbito llama a la oración la esquila
de la ruinosa ermita, en lontananza.

Y Venus, melancólica y tranquila,
desde el perfil del horizonte lanza
la luz primera de su azul pupila.





JAIME GARCÍA TERRES

  


Arquitecturas íntimas




Hay poemas edificados
en una sola tarde
                                     sin mayor problema
porque rotundos brotan a la luz vespertina
como microcosmos totales,
                                                            hechos
y derechos,
                          don ágil de la musa.

Otros en cambio piden años
enteros de labor dispersa:
borradores innúmeros
                                                 tras investigaciones
minuciosas en muy diversos climas.

Pero nada sabemos,
                                           cualesquiera que sean
los casos,
                      del temblor oculto;
                                                                 nada nuevo
logramos aprender de los caminos,
                     más breves o más largos;
que conducen el sueño a su cabal destino
abriéndonos los ojos ante su pericia.



HOMERO ARIDJIS


  

Déjame entrar a tu íntimo alfabeto...



Déjame entrar a tu íntimo alfabeto
para saber lo tuyo por su nombre
y a través de tus letras
hablar de lo que permanece
y también de auroras y de nieblas
Déjame entrar para aprenderte
y girar en tu órbita de voces
hablándote de lo que me acontece
describiéndote a ti
Quiero dar testimonio a los hombres
de tus enes y tus zetas
desnudarte ante ellos como una niña
para que todos se expresen con acento puro.


  

EFRAÍN HUERTA




Declaración de amor



Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

Soy el llanto invisible
de millares de hombres.

Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón desamparado y negro.

Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.

Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.

Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.

Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.

Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,

Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!