viernes, 8 de enero de 2021


 

MAROSA DI GIORGIO

 



Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos-rosas...



Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos -rosas
nieves de la tierra, de los huertos-, de marmolina, de la
porcelana más leve, los repollos con los niños dentro.
Y las altas acelgas azules.
Y el tomate, riñón de rubíes.
Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel de fumar,
como bombas de azúcar, de sal, de alcohol.
Los espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos.
Me acuerdo de las papas, a las que siempre plantábamos en
el medio un tulipán.
Y las víboras de largas alas anaranjadas.
Y el humo del tabaco de las luciérnagas, que fuman sin reposo.
Me acuerdo de la eternidad.


De "Historial de las violetas" 1965

NÂZIM HIKMET

 

 

 

Nostalgia

 

 


Cien años han pasado sin ver tu cara
enlazar tu cintura
detenerme en tus ojos
preguntar a tu clarividencia
acercarme al calor de tu vientre.

Hace cien años que en una ciudad
                    una mujer me espera.

Estábamos en la misma rama, en la misma rama.
Caímos de la misma rama, nos separamos.
Cien años nos separan
                        cien años de camino.

Hace cien años que en la penumbra
                        corro detrás de ella.

6 de julio de 1959



De: "Últimos poemas 1959-1960-1961"
Versión de Fernando García Burillo  

SHARON OLDS

 

 


 

En el hospital, cerca del fin

 



De pronto mi padre alzó su camisón, yo
giré mi vista pero él rompió en llanto
¡Share!, así solía llamarme, así que giré y lo vi. Él estaba
sentado en la rígida cama del hospital con su
bata alrededor del cuello
así pude ver el peso que había perdido. Miré donde
había estado su rojizo y terso estómago y
vi su flácida piel caer
en un negro y enredado flojel que baja
a la base de su vientre, el sombrío torso de un gran hombre
que pronto habrá de morir. Desde un principio
vi que tan semejantes eran nuestros cuerpos, en el
doblar blando de las caderas, entonces
vi qué tan parecido era su cuerpo
al pequeño cuerpo de mi hija, la pelvis
blanca como una caracola
demacrada sobre la arena. Vi la
escultural belleza de los pliegues de su piel como
algo derramado, una rica y densa masa,
vi la triste y arrepentida sonrisa en su rostro
sus ojos castos, su inocencia mientras
me enseñaba su cuerpo viejo y desnudo
y preñado de cáncer; él sabe que lo encontraré
hermoso. Si alguien me hubiera dicho que
sentado junto a él alzaría su camisón
y que habría de amar su cuerpo exhausto de muerte y su
deseo de compartir aquel cuerpo, si tan solo me hubiesen
dicho que vería el obscuro capullo de su pene enredado en
el negro y espeso vello y luego mirarlo
como miro a mis hijos, con amor y estupor,
no lo hubiera creído. Pero todavía puedo ver
los pequeños copos de nieve, blancos y azules, en la bata de algodón y vuelan
como tantas veces nos prometieron que se alzarían hacia la muerte
velos caerán sobre nuestros ojos, nosotros ya todo lo sabremos

 

JEAN COCTEAU

 

 

 

Mediodía

 

 

El sol cae aplomado

El pájaro
Alcanzando su sombra
Se posa dulcemente sobre ella
En Bizerte

Y un campesino corre.

 

LUIS ANTONIO DE VILLENA

 

 

 

Dominio de la noche




El cabello se esparce suavemente en el lino,
como un mar que es el oro si despacio amanece.
Suavemente se pliegan las pestañas, y los
besos se duermen en los labios y respiran flores.

Ignora la cintura que es sagrada la mano
que recorre las piernas y sus bahías dulces,
la extensión marina del lino que se tuerce,
las playas invisibles de la espalda. Todo ignora.

Y otra mano se expande así, muy quedamente,
y al moverse, el impulso descubre más ocultas
dulzuras, Besos. Deseos. Amor. Ignoradas bahías.
Duérmese. Y yo miro dormir tu joven negligencia.

 

LUIS ZALAMEA BORDA

 


 

Testamento del hombre

                                                A Osías Plotnicoff



Oh Dios: me colmaste de tu árbol derribado,
llevaste hasta mi barro la fruta de la risa,
y me soltaste, raudo y feliz, por tu campiña
con la lanza del canto y mi locura plena.
Y hoy vengo a darte cuenta con mi voz encendida,
cabizbajo quizás, pero alegre, ¡oh alegre!
Sin que nada postrer brote de mis palabras
porque en la poesía no hay tránsito ni límite.

Desde la sed al tedio he recorrido:
oh sed de la niñez, inaplazable y ronca
que calmaban las aguas con sabores a helecho,
venidas de los páramos poblados de leyenda.
Y la pulpa del tedio que a veces acarician
las yemas de los dedos indecisos
al son de las hamacas y las cavilaciones
bajo el signo brumoso del Trópico de Cáncer.
El hambre y la mujer también me adjudicaste.
Ecuaciones exactas, mas la clave ignoré.
Mapas de hueso y carne, con fronteras de sangre,
exploré sus meandros en ansiosa piragua,
levantadas muy altas las velas del deseo.

Evoco la mujer y conozco tu mano.
He allí tu comarca inigualada,
oh suave sortilegio del que quise
embriagarme hasta agotar mi piel y mis estíos.
De ellas, un día olvidado presentí
el doble secreto de la vida:
cuando ya de pasión estaba exhausto,
me legaron con su entrega la ternura y el alba.
Pero más que las caricias conocidas,
amé sobre ellas todas y hoy recuerdo, 
cualquier desconocida que al cruzarse conmigo,
pareciera llevar el peso milenario de su sexo en las ojeras.

Oh Dios, creador de la mujer y de todas las cosas:
esta mañana me miré en el espacio capturado -
el viejo espejo traído de las islas -
y nada en mi rostro era lo mismo.
Estaba liberado, suelto, rota la reja de los párpados.
Invadida mi piel por elegías,
el rosa de los soles difuso entre la barba.
Y sentí una premonición ya conocida:
preludio del más grande y azul de los crepúsculos.
No era mi propio ser,
sino el rey de las corrientes y los vientos,
gran visir de los médanos y arenas,
aquí en mi soberana soledad,
el único legado material de mi existencia:
un pedazo de playa sempiterna,
la sombra amiga de cuatro cocoteros
y un almendro sembrado por los pájaros.
Oh reino mío, acuosa línea vaga
con sus ejércitos de olas
y su frontera de delfines.
Allí cabe la gloria entera en un puño cerrado.
Estoy listo para partir cuando tú quieras.
He legado mis ansias y mi sed.
También mi hambre y mi piel.
He hecho testamento de recuerdos,
archivo de caricias,
registro de miradas,
inventario de celos y de olvido,
y en cada página invisible
está dormida una mujer
y reina el sueño.
Hecha mi paz con ellas y con todos,
al acudir en la tarde a tu llamada quedo,
me pregunto si el único pecado 
que no perdona Dios es la ternura.