viernes, 13 de julio de 2018


PERE GIMFERRER





Transfiguración



El animal muere en los límites de un país conocido
y allí los ojos se le abren: parece que esta nieve
-el silencio, más oscuro en los abetos- y el animal escucha
la significación de los árboles. El animal es un mundo
y sus costumbres discurren en el ámbito natural:
es opaco, transparente ya la vez denso- helado
o soplado el cristal: se trataba del cuerpo,
su olor más acre, cómo respira, los silencios,
lo que tenemos en los brazos, la palpitación intensa
de la que nunca se habla, el secreto de la piel
que no se entrega del todo, el vaho, lo tibio:
el animal acaso acepta el sentido de la vida,
como esta luz en los bosques expirantes
-y el animal, en el límite, y jadeante aún,
las escarchas de invierno-.
                               Los ojos, muy empañados, apenas ven
más que un verdor muy lejano y difuso,
como un puñado de nieve que nos arrojaran al rostro:
para el animal es dulce sentir ese frío -como cuando, durmiendo, responde
a un movimiento leve, sólo un estremecimiento,
y le palmeamos la espalda, y el animal se mueve,
y quién dirá que aquella cosa tibia nos pertenece,
porque es como si el mundo físico nos perteneciera: cuando muere,
el animal no conoce ni la idea de cambio:
estaba en el mundo y permanece en él. No, nunca puede sentir
como cosa a él ajena al aire helado de invierno
y los copos de nieve caduca en el esgrafiado de abetos:
es como volver al propio país -aunque muy difuso,
lo que ahoga el corazón, la nostalgia del cierzo, el viento, las viejas fábulas,
la llamada de una urraca en los bosques solitarios,
el silencio, las viejas escopetas de caza,
las nieblas en el pantano, los aguaceros de otoño,
un seco sonido de revólveres entre el pajar y la madera,
las tijeras hundidas en el pecho de una sola punzada.
Nunca hombre alguno piensa en la muerte tal como la ven,
los ojos del animal: una oscuridad azul,
los ojos del lobo, las aguas, y, ascendiendo como neblina,
temblorosas fresas en las manos: es la serenidad
de lo que morirá, y también su espasmo,
como cuando un animal buscaba el cuerpo de otro,
cuando se encuentran dos cuerpos, el pasado en los calderos,
como campana de bronce o quemado encinar,
con rumor de difuntos y raídos ropajes,
el badajo que convoca por la noche a las lechuzas,
una hoz en las gavillas de trigo y paja seca.
Y los dos cuerpos se recogen para dormir; cada uno siente el jadeo del otro;
acércate más, acércate más
                                              -el invierno
cerrará las transiciones de los seres naturales,
sin serenidad sin esperanzas, sin
desesperación, sin amor, ni dolor, más allá
de la memoria, del cansancio: sólo
estos dos cuerpos mueren en la oscura fusión
de los metales y la nieve -y la mortaja es de oro.


ANGEL CRUCHAGA





En el éxtasis



Era tu amor el único digno de tristeza.
Se me volvió una llaga perenne tu belleza.

Hoy, para no morir, miro el rostro profundo
de mi madre. Mis ojos sienten llorar el mundo.

Y agradezco a mi Dios el momento encantado
en que mi corazón trémulo te ha mirado.

Y agradezco a mi Dios que vivas, que respires
cerca de mi quebranto, aunque nunca me mires.

Pudo un banal amor encenderme las venas,
pero ellas en el cuerpo se volvieron cadenas.

Entregué mis estrellas hasta quedarme exhausto,
y aquella amada nunca comprendió mi holocausto.

Tú que estás inundada de cielo y eres clara,
como si eternamente el Cristo te mirara,

perfumaste mis siglos, tu claridad me diste.
Era este amor el único digno de hacerme triste.


EZRA POUND





La zambullida



Querría bañarme en extrañeza:
estas comodidades amontonadas encima de mí,
me asfixian!
¡Me quemo, ardo en deseos de algo nuevo,
amigos nuevos, caras nuevas y lugares!
Oh, estar lejos de todo esto,
esto que es todo lo que quise...salvo lo nuevo.
¡Y tú, amor, la que mucho, la que más he deseado!
¿Acaso no me repugnan todas las paredes,
las calles, las piedras,
todo el barro, la bruma, toda la niebla,
todas las clases de tráfico?
A ti, yo te querría
fluyendo encima de mí como el agua,
¡oh, pero fuera de aquí!
Hierba y praderas y colinas y sol
¡oh, suficiente sol!
¡Lejos y a solas, en medio de gente extraña!


Versión de Javier Calvo
 

GUSTAVO OSORIO DE ITA





Soledad y ocaso



I

Tiempo después,
campeón del mundo y
cargado en hombros,
se le vio sonriente
en fiestas públicas y televisión.

Parecía feliz.

Para sí
lloraba de tristeza,
de rabia enconada,
pues en la cima
más gallo que cualquiera
no se le dio nunca un contrincante
tan perro e iracundo
como su sombra.


II

No me pidas muerte,
solo quiero un día más.
Quiero morir como he vivido:
mañana, sobre la lona y a golpes.
Por favor no me encuentres aquí
desnudo y encima de ella,
no me fulmines de un infarto.
Así no.


III

Sentí después mis puños derribarlo todo
y mis pies ligeros bailando.
Escuché los gritos y mi aliento
que silbaba tranquilo.
Vi sus ojos con miedo y mi guante levantado

Fuí enorme.

Así todos los sueños
con la cabeza tendida en la lona
suelen ser blandos.


IV

Haré un cálamo de
mis puños voladores
a su rostro y torso
cuando coro de mi nombre,
en la tribuna que imagino
llegará algún viernes,
se levante.

Hoy danzo en las sombras.


ROLANDO REVAGLIATTI





Textos de Flavia en setiembre de 2OO1


Tus besos tienen
gusto a cerezas y
olor a sahumerio.


De: “Sopita”




LEIDY BIBIANA BERNAL





También la casa



Limpia la casa con desgano.
Deja polvo en los rincones
donde no llega la mirada.
Como cuando se lava el rostro
y debajo de la piel queda la tristeza.

Solo ruina y cuartos vacíos.
Desaliento en sus manos
y en sus ideas por ahí dejadas .

Abandono en ella y en la casa.
En ambas se refleja la penuria
del tiempo malgastado.
Pesan las mañanas.
Asfixian las tardes.

Tal vez la casa
también está cansada con ella,
y quiere que se vaya.