domingo, 28 de abril de 2019


HECTOR MURENA





IX



¿Quién soy
en este cuarto
silencioso y solitario,
quién es el que se queja
mientras yo permanezco
callado, quién
se agita, se estremece,
como si quisiese nacer en mí,
en mi alma,
para cambiarme en monstruo
o en ángel,
feto de fuego
de mi víctima
o mi verdugo?


VERONICA PORUMBACU





Pasarán los años



Ni los platos de plata,
ni los cálices de oro me interesan
sino que lo que más anhelo en este mundo
es el hueco de tu palma.
Pasarán los años. Y nuevamente,
enamorada como el primer día
beberé de tu palma
de la que no me cansaré nunca.
Nunca.
Y en el mismo camino, como al principio
volveremos a sonrojarnos
Y besaré el primer surco
de tu mejilla llena de vida
Pero si llegado el día
Me dieses a beber de grandes cálices,
yo, de entre todos,
volvería a posar mi boca
en el hueco de tu palma.



CÉSAR DÁVILA ANDRADE





Poema número uno



Ahora sí. Tú puedes ya mirarme.

Soy compañero de los ofendidos;
de las almas oscuras que transitan
la profunda llanura de la noche,
amando tristemente los abismos
y las jaurías cárdenas del vino.

Ahora sí. Tú puedes ya mirarme. ..

Padezco el peso puro de la tierra
sobre mi corazón buscador de ángeles,
sobre mi alma hechizada por el río
azul e inmóvil que atraviesa el cielo
con invisibles olas siderales
y con mil barcas de humo pensativo.

Una vez quise abrir tu paraíso
con una aguja débil de rocío.

Hoy amo el cielo humano de la arcilla
poblado de fantasmas que tiritan.

Amo la soledad, la sed, el frío,
la carne vestidora de incurables,
el pecado y su fina risa de ámbar.

Sí: ya puedes mirarme.

Enterré ya los mármoles que amaba.
Duermen en él los ángeles helados
en ocultos tropeles ateridos.

Ya sé odiar berilos y zafiros,
-parásitos brillantes de la roca-.

No deseo admirar tus vestiduras
salpicadas de signos y asteroides.

Amo la desnudez de los caminos.

Sí: ya puedes mirarme.

Por la llanura de la noche cruza
una pequeña luz que cabecea;
ella es mi pecho roto en el que tiembla
la fiebre inextinguible.

Ya puedes tú mirarla;
tú que vives arriba
y que talvez no eres inconmovible.



ANTONIA POZZI





Grito



No tener un Dios,
no tener una tumba,
no tener nada firme,
tan sólo cosas vivas que se escapan;
vivir sin ayer,
vivir sin futuro,
y cegarse en la nada
(socorro)
a causa de la miseria
que no tiene fin.


10 febrero 1932


EDUARDO ANGUITA





La visita



Espéranos bajo el ciruelo, zagal de los difuntos.
Ábrenos ese estanque, el corral silencioso que la resaca de estrellas y el dorado crepúsculo solar lavan día tras día.
Las hierbas altas acallan a medias las lápidas marchitas;
Mensajes antiguos que debemos leer muy lentamente;
Palabras, tal vez: no para ser pronunciadas,
Sino palpadas apenas con la tibieza del sol.
Así pasan el lagarto moroso, la araña, el saltamontes,
Y hasta el viento del páramo marino sobre ellas se encalma
Como un gran espejo tendido sobre la soledad.

Ábrenos ese jardín que sólo se visita
Cuando alguien viene a vivir de verdad.
La colina que nace y muere al pie de esta capilla, ola petrificada junto a la roca enemiga, ahora ambas perdonadas,
Ni odiándose ni amándose: ¡pasadas!
Los huesos ya llegaron al hueso, la sangre llegó al puro fluir,
Y el tiempo al tiempo vuelve.
Colina de muertos que una invisible corriente
Gasta, acrecienta y purifica.

Fin de estío. ¡Qué sentido tiene decirlo en el Cementerio de Totoral!
Jardín donde los años maduran mejor que los mismos veranos en cualquier huerto terrestre.
Fin de estío en este rincón rural adonde han vuelto quienes siempre debieron vivir juntos.
Allí mismo estaba la eternidad, aquí tan cerca de ellos, tras la tapia y el cerco rústico de Cristián, zagal del pueblo;
Allí, tras de la casa, debían ir los amigos a contarse las nuevas familiares.
Estaba reservado el lugar para cada uno -los forasteros frente a la casa, los forasteros en el atrio,
Parloteando, chanceando, despidiéndose estridentes-; pero
atrás, atrás, en el huertecillo oloroso que los dueños de
casa siempre desearon marchito porque lo marchito es signo de vieja amistad leal,
Atrás, detrás de la casa, tras la verja, la conversación íntima de los amigos eternos.

Fin de estío en este cementerio costero, tierra adentro.
Primera tarde de otoño, sol dorado tan lejano de luz,
Tan próximo por su delicadeza,
Deslízate sobre esta ladera cercada como un huerto.
Tumbas detenidas (los remos dejados a los vivos, los jóvenes y los forasteros):
Entre los filos de la alfalfa, mármol desvanecido, eternidad lugareña,
Lee tú en el aliento del sol otoñal:

MUERTA EL 11 DE MAYO DE 1857.

PRONTO SE REUNIRÁ A ELLA SU INCONSOLABLE ESPOSO.

Oh, juventud impaciente: en esta lápida grabasteis la promesa de reuniros PRONTO.
Pronto:
Y el PRONTO tardó tanto en llegar: demoró, dolió, se ocultó, casi se olvidó, germinó, reapareció,
Maduró interminables años.

Pero a su lado, por fin, como si siempre hubiesen estado juntos, vetas tranquilas del mármol que nadie imagina fueron tempestad, A su lado, por fin!:

AQUÍ VINO A REUNIRSE A SU QUERIDA ESPOSA
EL 6 DE ENERO DE 1902.

1857 – 1902. ¡Cuánto tiempo -45 años- separándolos! ¡Y cuánto tiempo
-48 años- desde que aquel otro tiempo
desdichado cesó: cuánto tiempo entre su reencuentro feliz y ahora nosotros!
¡Y cuanto -93 años- entre la muerte de ella, cuando ESO comenzó a transcurrir, y nosotros ahora!
¡Cuánto tiempo amargo sucediendo y por fin cesado para hacerse feliz:
Más el tiempo dichoso transcurrido y poco a poco olvidado hasta hacerse irreal!
Y, nuevamente sumando desde fuera del seto como si todo esto hubiera sido siempre un pasado, hecho para nosotros, decir: “Esta bien. Todo eso es real”.
Y cuanto tiempo más para quien lea estas páginas tanto tiempo después! ¿Quién, quién ha esperado?
Y el mismo sol besando la colina, las tumbas detenidas.
Y…
Fin de estío.
Estamos en 1950 en un huerto marchito de Totoral, la colina donde resbalan los muertos y las enredaderas,
La colina de los amigos. ¡1950! Tanto tiempo perdido estaba aquí, tierra adentro, adonde hemos llegado sin pensar, agolpados como una ráfaga de niños a una charla grave.

Tanta vena febril, tanta impetuosa lágrima, ¡más que existieron! ¡existen! SON: huellas en el mármol, inmóviles, como se ve el mar desde la altura: un epitafio.
Todo ello rescatado para nosotros, que nada hemos sufrido, a quienes se nos da la lejanía del viento.

¡Aquel lejano, largo PRONTO,
Para nosotros, importunos, es PRONTO otra vez!

Ambas vidas, ambas muertes, las dos aquí próximas, sin mediar ni una hierba.
Esposa y esposo cara a cara,
El tiempo hendido, la llaga que debía cerrarse
(Las aguas que una mano fugaz -45 años- separó un breve instante).
La palabra está ahora reunida,
Y el tiempo plácido, lúcido, admirable.
Esposa y esposo, dos extremos vacíos
Para dar vida a la separación.

¡Juntos aquí dos labios de tiempo formando un sólo beso Viejo y nupcial!


MANUEL SCORZA





Vals gris



Las torres más valientes
agachan la cabeza
cuando el otoño llega
con el plumaje acribillado.

En otoño los árboles
encienden sus ojos más tristes.

Otoño sin embargo era
cuando miré en tus ojos
comarcas donde ardía otro sol.

Agosto, el cojo malvado,
escupía las ventanas;
la niebla graznaba en los tejados.

Pero nosotros caminábamos
-oh praderas, oh puentes-
por países de diamante.

Tus veinte años saltaban como peces
y el corazón merlín se me saltaba.

En el palacio de las luciérnagas
bailamos danzas desgarradoras.

Hoy llega sin ti el otoño
y sin ti los crepúsculos desalentados
sólo saben ponerse sus viejos trajes.

Los pájaros idiotas
repiten verdosos
las canciones de ayer.

Lentas cruzan el cielo
las tardes astrosas.

Pobre el mundo:
sólo tú autorizabas lo maravilloso.

Vivir es largo.
Ave carnicera es la Melancolía.


De "Desengaños del mago"