sábado, 25 de enero de 2020


CARL SANDBURG





El gobierno



El gobierno... Tuve noticia del gobierno y salí en su busca.
            Dije que, cuando lo viera, lo iba a examinar a fondo.
Vi entonces a un policía que arrastraba a un borracho
            camino del calabozo. Era el gobierno en acción.
Vi a un administrativo municipal colarse en un despacho
            una mañana y conversar con un juez. Entrado el
            día, el juez desestimó una acusación contra un
            carterista que trabajaba en la oficina del administrativo.
            De nuevo vi que ése era el gobierno, y que así hacía las cosas.
Vi a los milicianos apuntar con los fusiles a una muchedumbre
            de obreros que trataban de conseguir que otros obreros se
            abstuvieran de entrar en un taller en el que se había declarado
            una huelga. El gobierno en acción.
Por todas partes vi que el gobierno es una cosa hecha de hombres,
            que el gobierno es de carne y hueso, que sus numerosas bocas
            susurran al oído de muchos, envía telegramas, apunta con
            fusiles, redacta órdenes, dice sí y dice no.

Muere el gobierno como mueren los hombres que lo forman, y que
            van a dar con sus huesos en sus tumbas, y el gobierno
            que lo sucede es humano, está hecho de latidos, de sangre,
            de ambiciones y lujurias, de dinero que todo lo recorre, dinero
            que se paga, dinero que se cobra y dinero que se esconde,
            dinero del que sólo en voz baja se habla.
Un gobierno es tan secreto y misterioso, y tan sensible como
            cualquier pecador cargado de gérmenes, de tradiciones y
            corpúsculos transmitidos por padres y madres desde hace
            mucho tiempo.


De: "Otros días"
Versión de Miguel Martínez-Lage

DAIGAKU HORIGUCHI





Pierrot autumnal



Con tono plañidero, mi Pierrot
Canta: "¡Es otoño!", "¡Es otoño!".

Abriendo la boca en forma de "O"
Canta; "¡Es otoño!", "¡Es otoño!"

La faz enharinada como la luna
Se le llena de lágrimas.

Su menester de payaso obliga a mi Pierrot
a esta pobre arlequinada.

Mas el otoño melancólico lo hiere de verdad
Y le arranca lágrimas sinceras.



JEANNETTE CLARIOND





Mina 1004



Arder, yo vi a mi abuela arder.
Agosto. Chihuahua, 1956. Ella ardió,
su fuera y su dentro, ardió en la calle Mina 1004.
Vi a mi padre envolverla en una sábana, el colchón ardía;
las cortinas, la alfombra, su vestido
ennegrecieron. Todo lo recogió.
“No hagan ruido, su madre está cansada”.
Lo vi salir de luto esa tarde de agosto con su corbata negra.
La recogió. Ceniza y llanto recogió.

El humo de la abuela en el zaguán, las tías
sorbiendo ásperos los grumos del café.

Había que borrar lo oscuro que dolía,
disolver la sal, el llanto,
abrazarse y sofocar el temblor del viaje.
Escuchar a Paul Anka y en la falta de pulso
rayar el disco de 45 revoluciones por minuto.

Por instantes vivía, por instantes
todo fue púrpura: ella, el
cansancio, las frondas de los álamos. Después
el vidrio, el vidrio en el cedro,
el rostro quemado bajo el humo.

Ella, mi madre, también ardió. En lágrimas su sonrisa apagada:
“Arréglame el pelo, me dijo, déjame salir
a ver si ya está seca la ropa”.

Tuve miedo. De que sus pasos lentos no volvieran, de la tersura
de la hoja, del sigiloso carcomer,
del reseco peso de la hiedra, ya sin muro, del
florero en la cocina, sin flores. De ese cuarto ciego con su muerte tuve miedo.
De mí misma y el filtrarse del viento
que se llevaba el polvo de los sicomoros.


DAVID ESCOBAR GALINDO





El episodio terrorista 2



Ando entre luz quebrada, oscurecida,
con una abeja dentro del cerebro,
pulso de amor abriéndose, cerrándose;
y las palabras cotidianas gimen
como puertas antiguas, sin retorno,
una taza de leche cumple el celo
de la época, pasan los ejércitos
mientras por la ventana ven mis ojos
una pequeña calle transversal
con suaves casas que no se imaginan
la vecindad del hombre desvelado
por la violencia -polvo irrestañable,
remolino de polvo que aparece
por un segundo, igual que los relámpagos.
Tiempo de meditar- silla furiosa.
¿Seré el cautivo o el apasionado?

Ambos -doble rumor de la estructura:
el sonido del arma en pie de vuelo,
la razón que estrujada se alimenta
de sus propias sustancias ofendidas;
y hoy levantarse con el santo y seña
desde la construcción ebria de clavos
hasta la densidad del sentimiento,
fértil como canela masticada,
es una soledad de doble filo,
un tener la remota valentía
de caminar con húmedos plumajes
entre las horas de crucial encuentro.

Después de todo el aire es una dádiva
llena de pasionales abundancias,
¿y qué enseña este tiempo sino el eco
de la conturbación racionalista,
bella en inútiles declaraciones,
la organizada sombra de las piedras
que en su esplendor de muros y de tumbas
tapia a muertos y a vivos, a opresores
y a oprimidos, a limpios y a envidiosos?

El sol entre los árboles ardiendo
me quema la mirada, me enternece,
porque respiro un fuego respirado
y amo este reino de respiraciones,
hoy más que nunca, ante el clamor secreto.

Y de esta funeral demografía,
de este ecológico derrumbamiento,
de esta presión impúdica, inodora,
de esta anillada criminalidad,
¿hacia qué callejones embocamos,
enardecidos entre dos cegueras?
Quizás nunca se extingue al fe última,
la luna clara al fondo de la sangre,
así como los ojos siempre vuelven
hacia un desnudo de mujer deseada.

Mi corazón olvida entre las sombras
sus tijeras sagradas: los recuerdos.


De: "Discurso secreto"


SILVIA EUGENIA CASTILLERO





Bosquejo



Los pliegues apenas se hunden en aceite
y el plomo blanquecino del cuerpo
de virgen amanece;
dentro de una gama de lienzos
—en el azul diurno de la seda—
el índigo se vuelve cauteloso
y relata el caso excepcional
del rojo soleado que cruzara la tela.
Intenso, de cochinilla y laca,
es azul sangrado y proviene de la alquimia:
la virgen es un bosquejo,
ficción del sulfato y la potasa.
Hecha de impurezas,
con su falda sedosa de cianuro es inocua,
guarda su fórmula cosmética
en secreto como una historia sagrada.


JOSÉ MANUEL CABALLERO





Un cuerpo está esperando



Detrás de la cortina un cuerpo espera.
Nada es verdad si no es su encarnizada
inminencia, esa insaciable culpa
que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome.
Nada es verdad. Un cuerpo está esperando
tras el mudo estertor de la cortina.

En la oquedad propicia del instante
que mientras más deseo más maldigo,
quiero amar este cuerpo, que él no muera
hasta que su orfandad esté cumplida.

Paredes resignadas, tinto el suelo
de mercenaria obstinación, allí
nos conducimos mutuamente
al voraz simulacro de la vida.
(La amarra del amor nos hace libres.)
Sólo yo estoy suspenso del engaño:
movible fuego oscuro,
mi memoria consume sus fronteras
entre las turbias órdenes del tiempo.
De todo cuanto amé, nada logró
sobrevivir a las abdicaciones.
(La noche se agazapa entre las telas
que un falaz movimiento hace carnales.)

Una mentira sólo está esperando
detrás de la cortina. Soy
mi enemigo: consisto en mi deseo,
busco a ciegas la luz, me reconozco
después de extraviarme, despedazo
ese espejo de muerte en que el placer
se asoma, expío
con mi turno de amor mi propia vida.
De un hilo funeral pendiente el cuerpo,
ya no es posible reducir su lastre.