martes, 21 de octubre de 2014

ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ

 

El sembrador de estrellas

 

Y pasarás, y al verte se dirán:  «¿Qué camino
va siguiendo el sonámbulo?....»  Desatento al murmullo
irás, al aire suelta la túnica de lino,
la túnica albeante de desdén y de orgullo.

Irán acompañándote apenas unas pocas
almas hechas de ensueño. . . .Mas al fin de la selva,
al ver ante sus ojos el murallón de rocas,
dirán amedrentadas:  «Esperemos que vuelva.»

Y treparás tú solo los agrietados senderos;
vendrá luego el fantástico desfile de paisajes,
y llegarás tú solo a descorrer celajes
allá donde las cumbres besan a los luceros.

Bajarás lentamente una noche de luna
enferma, de dolientes penumbras misteriosas,
sosteniendo tus manos y regando una a una,
con un gesto de dádiva, las lumínicas rosas.

Y mirarán absortos el claror de tus huellas,
y clamará la jerga de aquel montón humano:
«Es un ladrón de estrellas...»  Y tu pródiga mano
seguirá por la vida desparramando estrellas...

 

 

VICENTE ALEIXANDRE



Criaturas en la aurora

 
 
Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.
Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.
Bebisteis ese cristalino fulgor,
que con una mano purísima
dice adiós a los hombres detrás de la fantástica
                                                 presencia montañosa.
Bajo el azul naciente,
entre las luces nuevas, entre los puros céfiros primeros,
que vencían a fuerza de -candor a la noche,
amanecisteis cada día, porque cada día la túnica casi
                                                                        húmeda
se desgarraba virginalmente para amaros,
desnuda, pura, inviolada.
Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,
donde la hierba apacible ha recibido eternamente el
                                          beso instantáneo de la luna.
Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estremecido
que se siente inefable más allá de su misma apariencia.
La música de los ríos, la quietud de las alas,
esas plumas que todavía con el recuerdo del día se
                     plegaron para el amor como para el sueño,
entonaban su quietísimo éxtasis
bajo el mágico soplo de la luz,
luna ferviente que aparecida en el cielo
parece ignorar su efímero destino transparente.
La melancólica inclinación de los montes
no significaba el arrepentimiento terreno
ante la inevitable mutación de las horas:
era más bien la tersura, la mórbida superficie del mundo
que ofrecía su curva como un seno hechizado.
Allí vivisteis. Allí cada día presenciasteis la tierra,
la luz, el calor, el sondear lentísimo
de los rayos celestes que adivinaban las formas,
que palpaban tiernamente las laderas, los valles,
los ríos con su ya casi brillante espada solar,
acero vívido que guarda aún, sin lágrimas, la amarillez
                                                                        tan íntima,
la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.
Allí nacían cada mañana los pájaros,
sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.
Las lenguas de la inocencia
no decían palabras:
entre las ramas de los altos álamos blancos
sonaban casi también vegetales, como el soplo en las
                                                                         frondas.

¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas, sin perder la gota virginal del rocío!
Las flores salpicadas, las apenas brillantes florecillas del
                                                                            soto,
eran blandas, sin grito, a vuestras plantas desnudas.
Yo os vi, os presentí, cuando el perfume invisible
besaba vuestros pies, insensibles al beso.
¡No crueles: dichosos! En las cabezas desnudas
brillaban acaso las hojas iluminadas del alba.
Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos
                                             dorados, recientes, de la vida,
del sol, del amor, del silencio bellísimo.
No había lluvia, pero unos dulces brazos
parecían presidir a los aires,
y vuestros cabellos sentían su hechicera presencia,
mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba
                                                                magia de plumas.
No, no es ahora, cuando la noche va cayendo,
también con la misma dulzura pero con un levísimo
                                                                  vapor de ceniza,
cuando yo correré tras vuestras sombras amadas.
Lejos están las inmarchitas horas matinales,
imagen feliz de la aurora impaciente,
tierno nacimiento de la dicha en los labios,
en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes.
El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,
ni el turbio espesor de los bosques hendidos,
sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas
donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.
Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales
de un mundo virginal que diariamente se repetía
cuando la vida sonaba en las gargantas felices
de las aves, los ríos, los aires y los hombres.
 

 

JULIO FLÓREZ ROA



Candor
 


Azul azul azul estaba el cielo.
El hálito quemaste del estío
Comenzaba a dorar el terciopelo
Del prado, en donde se remansa el río.
A lo lejos, el humo de un bohío,
Tal de una novia el intocado velo,
Se alza hasta perderse en el vacío
Con un ondulante y silencioso vuelo.
De pronto me dijiste: "el amor mío
Es puro y blando, así como ese río
Que rueda allá sobre el lejano suelo".
Y me miraste al terminar, tranquila,
Con el alma asomada a tu pupila.
Y estaba azul tu alma como el cielo.

 

 

MARCELO DANIEL FERRER


 
Amanecer de una pena
 


Hoy amaneció una pena
Meciéndose entre el olvido y la nostalgia...
Se asomaba con vértigo a las grietas de mi corazón
Y se levantó conmigo de la cama.
Su presencia agudizó la bruma de la mañana.

Como un mítico agujero negro,
Absorbió todo: olores, sabores
Y hasta el canto de los pájaros que,
En trino bajo murmuraban,
De esa pena fugada
De la ciudadela de las ilusiones vanas.

Cuando amanece una pena
De inmediato se instala en la mirada
Como velo de mujer en luto luego de una desgracia.
Y ahí se queda sin decirte nada,
En vigilia por las noches... silenciando las mañanas.
Luego, repentinos soles le van pintando la cara
Hasta que al fin se marcha.

Algunas penas son fatales, te desgarran el alma
Y la cura es muy, muy larga y amarga.
Otras penas son fugaces como el recorrido
De una pequeñísima lágrima.

Las peores son las que dejan marcas
Como secuelas que siempre te acompañan,
Que patológicamente, ahora se marchan
Y otrora regresan para entristecerte el alma.

La que amaneció hoy se paraba en la puerta de mi casa,
Con sus ojos rasgados y suavidad de palabras,
Jugó a la ilusión y ella misma la creyó,
Jugó al amor y en pena lo convirtió.

 

MEDARDO ÁNGEL SILVA



Tapiz

 

     Los húmedos myosotis de tus ojos
sugieren claros lienzos primitivos
con arcángeles músicos de hinojos
y santas de los góticos motivos.

     Copiaron esos místicos sonrojos
los ingenuos maestros primitivos
y dieron los myosotis de tus ojos
a sus Evangelistas pensativos...


     Virgen de las policromas vidrieras,
los sahumerios y los lampadarios:
velan tus sueños todas mis quimeras
y, ante el cortejo de tus primaveras,
dan su mirra y olor mis incensarios.

 

Del "Libro del amor"

 

 

MIGUEL DE UNAMUNO Y JUGO

 

Me destierro a la memoria
 


Me destierro a la memoria,
Voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
En el yermo de la historia,

Que es enfermedad la vida
Y muero viviendo enfermo.
Me voy, pues, me voy al yermo
Donde la muerte me olvida.

Y os llevo conmigo, hermanos,
Para poblar mi desierto.
Cuando me creáis más muerto
Retemblaré en vuestras manos.

Aquí os dejo mi alma-libro,
Hombre-mundo verdadero.
Cuando vibres todo entero.