jueves, 11 de agosto de 2022


 

LECONTE DE LISLE

 

 

Paisaje polar

 

 

Mundo muerto, espuma inmensa de mar clandestino,
Abismo de sombra estéril, fulgores espectrales,
Pihuelas convulsivas estiradas en espirales
Que la niebla amarga hace perder amino.

Un ávido infierno, cielo rugoso en remolinos,
Donde se oyen los sórdidos clamores sepultares,
Las risas, los sollozos, los llantos agudos fantasmales
Que un viento siniestro arranca del clarín mortecino.

Corroídos por olas voraces, sobre las altas cimas,
Congelados en su sueño frío y cadavérico,
Duermen los viejos dioses de las antiguas culturas;
Y los grandes osos, blanqueados por nieves grimas.

Aquí y allá, mecieron sus cuellos epilépticos,
Ebrios y monstruosos, babeando lujurias oscuras.

 

Nota: Charles Marie René Leconte de Lisle, nombre del poeta conocido como Leconte de Lisle.

 

JOSÉ MÁRMOL

 

 

 

Criatura


 

Un cuerpo de mujer, desnudo, virgen, tibio,

resbala quejumbroso en la cima de mis brazos.

Un aposento extraño, hundido en el silencio

y la penumbra espesa de una noche de montaña.

A veces un capricho, un chasquido de labios, una mirada mansa.

A veces la impresión de dos bestias insaciables,

cuyas respiraciones se han bebido los cielos.

Cuando su lengua baja, ya domada, a mi pecho,

la extensión de su talle se acomoda entre mis dedos.

Una mujer desnuda, prendida en mi abandono,

disfrazada de todas las formas del deseo.

Un cuerpo de mujer ardorosa que se encumbra,

mientras sobre los pinos juguetea el viento negro

y las ramas prosiguen su oración, a pesar nuestro.

 

De: “Criatura del aire”

 

 

JOSÉ HOMERO

 

 

 

 

 

Toda la noche ha caído la lluvia

la noche entera ha sido la lluvia

la noche afuera se pierde en la lluvia

la lluvia toca con sus dedos tus labios

la lluvia con su terintín de niña

en el piano verde de la noche urbana

la lluvia caracola que ha perdido el oído

la lluvia la lluvia su

lavar de sílabas

abismal monólogo de niño perdido

extravío de luces     amnesia de horas

lluvia en las láminas y entre los terrados

lluvia chaquiste compota libélula

lluvia con olor a espliego a sapo a piedra

lluvia de los pies alados mensajera ebria

cantilena siena solterona sepia

que vuela que gira que enreda

su cordel de mimbre en cabellos de ámbar

lluvia de la cintura quebrada cadera de espuma

ola que baila al pespuntear del peine

que trenza se piensa se tensa

se va de puntitas

se desploma exangüe

lluvia miríada mirada mirada reflejo del mundo

origen del día por el día sus venas

por la sangre el fuego por su tez la lava

se lavan las costras las costas

las cuestas laderas las eras del año

se cosechan brezos se levantan besos

que llevan a cuestas las horas del baile

e hilan sus cuentas en hebras de aire

 

 

BEATRIZ RUSSO

 

  

Cuando leas esto, yo que ahora soy visible,

me habré vuelto invisible.     

                                                         Entonces, tú serás compacto y realizarás mis poemas volviéndote hacia mí.

Walt Whitman, de: “Hojas de hierba”

 

Hazme escribir que amo a los hombres.

Amar al hombre por el hombre.

Como un animal inmune a los fusiles.

Sé que no he de temer al domador de los labios ni al trapecista que torpemente trepa

     a la punta de su lengua para escuchar el eco de los aplausos.

Sé que no he de temer a los falsos tolerantes que llaman insolidaria a la razón de otros.

Sé que no he de temer a los traficantes de cerebros ni a los blanqueadores de la carne

     y las venas de carbón.

Porque he de amar al hombre por el hombre.

En la escenografía impuesta por los coreógrafos de los números mal calculados.

En el verde apagado de los árboles drogadictos.

En la verticalidad de las casas anoréxicas que adelgazan sus paredes con el ayuno de las visitas y

     sacuden sus manteles por los balcones para que nadie crea que han cenado solos.

Aún así,

he de amar al hombre por el hombre.

Transitar los estratos de las calles como un vagabundo que deja su canto en las tabernas

     a cambio del poso de los labios en el vino.

Ser una malabarista urbana danzando con los astros en los semáforos verdes frente a rostros

     helándose sobre el felpudo de la hierba enterrada.

Ya sé que no se detienen los coches aparcados.

No se detienen porque los pies de los transeúntes se han mimetizado con las ruedas.

Y aún así,

he de amar al hombre por el hombre.

Hacer del tren una única estancia para el viajero.

 

Podría llamar alma a la maquinaria de los átomos,

conciencia a la manivela que mueve los brazos y las piernas,

hombre, al hijo bastardo de la vida y de la muerte peleándose por su custodia en

     el juicio de las sombras.

O quizás,

podría llamar hombre al terrorismo de las células,

alma al talento del redentor,

sociedad al voto amañado en el referéndum del espíritu,

y conciencia a la vieja honra abandonada en los estantes.

Porque aún no puedo amar al hombre por el hombre despego las hojas entre la hierba aglutinada.

Leo un poema donde se habla del hombre, el alma, la sociedad y la conciencia y salgo a la calle.

Busco una explicación en la maleza de los parques.

Pero no la encuentro.

Aún así sigo buscando, como ordena el mensaje en el tapón de un refresco.

Y al final lo encuentro.

El amor está en lo invisible,  ahora lo entiendo, como el bálsamo que dejan los pinos en

     los entierros o la exhalación de los incensarios en las catedrales.

Por eso y pese a todo,

he de amar al hombre por el hombre.

Está escrito en la conciencia de cada hoja y en toda la hierba.

  

De: “Los testigos”

 

 

GONZALO ROJAS

 

 

Saratanes

 

 

En las noches,
cuando los oigo
rondar como libélulas,
me digo:
¿Morirán alguna vez
los asquerosos decadentes?
¿O serán los testigos de todas las caídas?
¿O serán animales sin testículos
que presumen de dioses?

¿O serán necesarios como cizaña y trigo?

  

Nota: Existen tres versiones de este poema: Los cobardes, Saratanes y Ese ruido en los sesos.

 

MARCO MARTOS

  

Otoño

                    

                            Leve vuela al viento una hoja.

Hoja no: roja mariposa.