lunes, 30 de enero de 2017


JOAQUIN PASOS




Nosotros



Estamos desamparados en el mundo hediondo,
el aire se ríe de nosotros,
el agua se ríe de nosotros.
El fuego se va, no podemos guardarlo solo,
te digo que se ríe de nosotros.
Para tener el árbol, necesitas sembrarlo en el lodo.
Para tener el lodo, necesitamos morirnos nosotros.
La fruta que te comes, fue tu abuelo hecho polvo,
más tarde tu cabeza será un coco,
los árboles se ríen de nosotros.
El aire que respiras se sale por dos hoyos,
el agua que te bebes se sale por los poros,
se burlan los lagartos, se burlan los garrobos,
los animales se ríen de nosotros,
estamos desamparados en el mundo hediondo...



EFRÉN REBOLLEDO




Hacia el ideal
(fragmento)



V

Me asomé a tus pupilas, donde nada
El húmedo esplendor de las turquesas,
Y una nube preñada de promesas
Obscureció el cristal de tu mirada.
Sonreía tu boca, más rosada,
Más dulce que la pulpa de las fresas,
Y entumidas y torpes de estar presas
Mis ansias escapáronse en parvadas.
Ocultando a mi vista su misterio,
Despedía su lúbrico sahumerio
Tu carne, satinada como el raso,
Y cuando al fin miré tus perfecciones,
Combándose mi anhelo como un vaso
Recibió la primicia de tus dones.


De: Cuarzos



ALFONSO CORTÉS




La paz del sol



Yo soy el vino; el hombre es la simiente.
Subamos tierra adentro entre los ramos
de un inmutable Domingo de ramos
para abrigar a Dios eternamente.

Hoy se ha puesto mi tierra en el poniente
del marco de mi ser y prolongamos
una tarde sin horas en que estamos
cara a la eternidad del fuego ardiente.

En vano es escribir, pues no se escribe,
y lo único que pueden nuestros seres
es dictarle al amor lo que él concibe.

Basta de un buen silencio y bien del habla
cualquier cosa es así: como la quieres
y Dios es náufrago de nuestra propia tabla.




MARCO ANTONIO MONTES DE OCA




COLIBRÍ, ASTILLA que vuelas hacia atrás
y te detienes
y en picada avanzas
contra el pecho milenario del perfume:
En tus manos encomiendo
las generaciones todavía plegadas a mi carne,
las llamaradas de nieve en el diamante
y la coraza de súplicas que protege a la ruina
contra el definitivo polvo.
En tus manos y alas encomiendo
al siempre silencioso, al poeta
que rasga sus vestiduras hasta el hueso
y acoge a sus espectros
y les trasmite nueva niebla
soplando una canción entre sus labios secos.
En tus manos encomiendo al niño marinero
que crece cuando le falta piel
para tatuarse el perfil de cuanto sueña;
pues no le duele al revés del párpado
su propia carne viva,
ni el hombre al hombre,
ni la sal a las heridas del mar.
En cambio los niños
sufren lacerantes vértigos
cuando a punto de nacer,
—completamente vendados por un vientre—
sólo contemplan la luna
cuando su madre bosteza.
Por lo menos un niño sufre,
pasa las de Caín y las de Abel
cuando en la fiesta en que el adulto se complace,
deshila o masca un pezón de trapo,
en el sofá que doran por igual
sus bucles y el siglo xviii.
Mas yo voy a halarte de tus lágrimas,
niño de huesos y encajes,
flama, lumbre abovedada
que no decreces cuando más te brilla la cabeza.
Y a ti, niño sin zapatos ni pan,
te alzaré por el lóbulo de la oreja,
—asa por donde otros toman tu pequeña malicia—
para extraerte de tu overol,
ese caracol azul pegado en las esquinas
donde tu hambre se enrosca
junto a la pupila de los ricos.
Voy a librarte de los espejismos que cortan.
Sabe que hay para ti inéditos lugares,
países envueltos en celofán
y luces nacidas en el arco iris
que empapelan de mariposas la carne al descubierto;
hay altos pinos que ahorran caminatas a la lluvia,
juncos alzándose en llanuras de espuma
donde uno parte golpeándose en un cuadril
y monta escobas de rubios belfos
que van a buscar cebada al horizonte.
Entretanto, olvidaré fastuosos convoyes que riegan zafiros
    mientras avanzan;
olvidaré funámbulas imágenes que atraviesan el aro
incendiado de una mirada;
pero tú, colibrí, nunca olvides a los niños.


Aprisa fuego, nube, espuma invencible
que soportas meteoros en tu pecho:
álzate más aún,
calza los invisibles coturnos del halcón
y ve si el ojo como el pez,
salado para la única travesía memorable,
al epitafio de todo esplendor supera;
di si habrá siempre polvo sobre el polvo,
espinas sin fin emponzoñando
ese aire de oro que guarece a los lactantes.
Aprisa fuente, borbollón, agua en ristre,
hombre súbito de mica:
ábrenos camino a la venerada complacencia del sol;
pues el corazón merece ser inmortal
y lo que muere,
tiene poco tiempo para volverse eterno,
para llevar dos ejemplares de cada alegría
a su bamboleante Arca de Noé;
poco tiempo para morir
con la mano del mundo entre sus manos
o retratarse en la yerba,
flanqueado por la familia
y el apacible colibrí.
Mas si la pluma pierde al pájaro,
que alivie su nostalgia
montando en la cola de la flecha;
si la puerta del cielo ya no se abre
que el cucú regrese y con alas de madera la entorne
nuevamente.
Cuando haya anemia en el sol
y lívida se torne la pradera,
que el amor nos extienda su dulce contraseña
y entremos a los talleres de la luz
entre formas hambrientas de menos forma,
entre ausentes pegasos
que calzan herraduras de flores,
por si alguna vez hubieran de pisar
las atropelladas impurezas de la tierra.
Tan hondo como las estaciones
las criaturas se disfrazan.
No es fácil que un palo ya ceniza
abra las valvas de los astros,
ni que haya en alguna parte
sonajas que despierten a los moribundos.
Tal vez entre gastados poliedros de una sola cara,
se libere lo que es inútilmente libre
y al fin el barco perdido en el Sahara,
cruce mareas inmóviles,
olas de arena fija.
Tal vez, no sé, pero quizá
uno se procure la dicha de ver al mundo como no es,
el cuidado que nos merece la torre desde que es un
ladrillo,
la fuerza, la suplicante fuerza
que no es dolor sino paciencia,
paciencia para limpiar el lirio limpio,
la ola de tiempo que descarna
y lava hasta la invisibilidad
la ropa íntima del fósil.
En esa paciencia
crecen los sencillos héroes
que no fastidiaron a sus huesos
con monumentos pesadísimos.
Ellos redujeron al tigre a su última mancha,
inflaron huesos hasta la escultura
y polvearon de nuevo las apagadas mejillas de Neptuno.
Tras ellos una transparencia se alzó
como bocanada de celofán en el eje de las cuevas;
el éter vio sus fronteras
al amparo de noctívagos hachones;
de las perlas salió la gota de bruma
infundida por la tarde
y hasta la incandescencia transparente
se querellaron entre sí las joyas.
Los sencillos héroes hicieron añicos
sus escafandras de corcho
y los escarceos en la superficie;
con sus manos blindaron al mundo
y gracias a su desolada insistencia
se aclimataron en la tierra
especies casi extintas de rocío.
Ellos fueron naipes sobre castillos izados a pulso,
diques de agua frente al infierno encrespado.
Guardaron el silencio más difícil
con un topo vivo emboscado en el pecho;
mas no parecían llevar más allá del fin
al delfín de sus hazañas;
desfalcados por su abundancia de virtud,
semejaban un vellón sin esperanza de cordero.
Sin embargo, para siempre se mecen ahora
en la rama de aire que habita el colibrí.


De: Poesía Reunida



JORGE CARRERA ANDRADE




Inventario de mis únicos bienes




La nube donde palpita el vegetal futuro,
los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la ideografía de una calabaza pintada por los negros,
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un
relámpago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,
las patrullas perdidas de los pájaros
—esos grumetes mancos que reman en el cielo—,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana —mi propiedad mayor—,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra en las habitaciones con su gabán mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho
de un vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.

LUIS CARDOZA Y ARAGÓN




Soledad
(Fragmentos)



Mi corazón en duelo
solitario se pierde
descalzo por la nieve.
Mi soledad, mi sueño.

Eres sólo un imán
de afanes y ternuras.
Adoro en ti, mujer,
mis soledades juntas.

Canto del marinero
en su canto perdido.
—vino, mujer y olvido—
no en la mar sin sendero.

Uno mismo disuelto
en la voz no emitida.
Oye mi voz, te mira:
yo callo para hablarte.

De par en par abierta
ventana sobre el mar.
De sí teje la araña,
y yo, mi soledad.

Como espina en la rosa,
soledad, soy tu sombra.

Tu voz de cauce oculto
y polvo sojuzgado,
tu voz guía mi mano,
sólo tu voz de túmulo.

La estatua mutilada
sueña. Tiene su sueño
mucho de niño ciego
y rosa pisoteada.

Cuerpo mío final,
sólo nostalgia eres.

Nostalgia y soledad.
¡Oh mar sin litorales!

Oigo pasos de nieve
rosada: tú, descalza,
de piedra y sueño, siempre,
columna enamorada.

Amortaja la escarcha
tu cabello flamígero.
Para besar tus manos
ya no tengo la tierra.

¡Ya no tienes tus labios
para besar la mía!

Como el blanco a la flecha
y a los ríos el mar,
me encuentras, soledad.

Cuando sucinto tu paisaje reina
construido con miradas
y un solo parpadeo
veloz, inacabable;

Cuando cierro los ojos y te palpo,
cuando recorro tu tranquila esfera
y siento que tu aliento
mis cabellos besa;

Cuando tu voz delgada
de anciano yerto humo
me corta las arterias;

No es tu voz la que escucho
sólo tu voz de musgo.
Sino mis propios cielos
que dejan de ser mudos.

Tú eres, soledad,
la única y purísima
substancia de las rosas.

Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere al amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.

Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene, angustiadamente carnal, como la misma muerte devorante
yo me consumo aullando la traición de los dioses.

Soledad mía, oh muerte del amor, oh amor de la muerte,
que nunca hay vida, nunca, ¡nunca! sino sólo agonía.
En mis manos de fango gime una paloma resplandeciente,
porque el amor y el sueño son las alas de la vida.

Me duele el aire. Me oprimen tus manos absolutas,
rojas de besos y relámpagos, de nubes y escorpiones.
Soledad de soledades, yo sé que si es triste todo olvido,
más triste es aún todo recuerdo, y más triste aún toda
esperanza.

Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida,
que es como un ángel expulsado perpetuamente.

Solo está el hombre.
Solo y desnudo como al nacer.
Solo en la vida y en la muerte solo,
y solo en el amor,
con su sueño, su sombra y su deseo
—ángeles inclementes—
anegado de soledad y de alegría.
¡De alegría! desnuda soledad,
como la del dolor y del misterio.

Cuando el tiempo es tan puro que inmóvil se ha callado
en el fondo del alma,
para que no lo empañe ni el suspiro de un ángel;
cuando su transparencia ilumina la muerte
y lúcida sonríe con su tierna aspereza;
cuando nada ni nadie nos retiene ni sacia
y es la vida voluntario olvido,
desmayada insolencia,
tu pasión me congrega, soledad,
pasión de desahuciado, pasión de siempre viudo,
oh diosa de piedad humana,
oh mi siempre virgen joven madre,
y con la sangre ciega del silencio
maduramos el fruto de la flor del sueño,
siempre viva.

Solo está el hombre
con su sueño, su sombra y su deseo.
Llega a ti, soledad,
dulcemente herido por la esperanza,
buscando el polvo de oro de tus mares más jóvenes,
consuelo a su abandono,
refugio a la ignorancia de su alma.

La piedra tiene compañía,
pero el hombre busca su patria.
La flor del sueño, siempreviva.
¡Siempre viva!
Y no hay fruto ni tierra prometida.

He nacido en el humo,
en el choque de un milagro con otro,
en la única muerte que me tuvo.
He besado el casco del caballo,
el mar, el llanto y el estiércol.
He golpeado con mis pies y mis sueños
las piedras y los dioses,
otros pies y otros sueños.
He comido mi muerte,
el tierno fruto, el plomo.
Y he muerto en todas partes,
como la lluvia, el trigo:
triste, fecundo, solo.

Os recordaréis de mí,
hombres futuros.
Os recordaréis de mí,
soledades de mañana.

Yo te acompaño, soledad hermosa,
cuando más desoladas entre las olas
tu negro sol sonoro, única rosa,
apaga sus sombrías caracolas.

Entonces, en tu espacio de amapolas,
viva ceniza y persistente esposa,
como un ángel de olvido y barcarolas,
ciega, incandescente y silenciosa,

trazas sobre el espejo, con neblina,
el signo pensativo de tu gozo
de roca florecida que es tu imagen.

Sólo tu imagen veo, repentina,
natalmente hundiéndose en sollozo
en tu imagen de espejo sin imagen.

1936